domingo, 31 de marzo de 2013
Aurora
Esto que voy a contar no es más que un cuento. La pequeña Aurora creció leyendo novelas y cantando boleros. Y esperó, mientras crecía, el momento de sentir en carne propia alguna de aquellas historias. La canciones (si tú me dices ven me acostumbraré a todas esas cosas y por siempre llevaré sabor a ti) le enseñaron que el amor era uno, grande y eterno, y cuando aquel muchacho la miró en el baile un sábado por la tarde, no dudó en decir si y en jurar que le amaría siempre. No podía haber en el mundo otros ojos como aquellos, otro andar, otra voz. Creyendo que amaba como jamás nadie amó.
Aurora quiso unirse a aquel joven para siempre. Le juró amor eterno y, aunque nunca llegó a decírselo, juró también que daría su vida él si alguna vez ese sacrificio llegaba a parecerle necesario. Años más tarde Aurora supo que, por mucho que dure, el amor se acaba, y aunque el descubrimiento le dolió siguió creyendo que nunca jamás volvería a amar (solamente una vez se entrega el alma), resignándose así a la soledad y al abandono.
Claro que de todo eso hace ya mucho tiempo y el cuento que quiero contar tiene final feliz.
La joven Aurora, que ya no es tan joven mira hacia atrás y celebra que el amor no sea eterno. Ahora la tengo muy cerca con solo mirarla se lo que está pensando.
“Si aquella primera historia hubiera sido eterna, la joven que fui no se hubiera convertido en la mujer que soy, y la mujer que soy no hubiera podido conocer el verdadero amor. Cuando el me ha mirado esta mañana, he sabido que no puede haber en el mundo otros ojos, otro andar, otra voz....”
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