domingo, 8 de septiembre de 2013
Romeo y Julieta
Quizá debería dejarlo. Quizá debería dejar de pensar de una vez por todas. No sé; hacerme bióloga y reflexionar sobre la reproducción de los cangrejos congoleños en un entorno hostil, las Galápagos por ejemplo. Dedicarme a algo que mantenga a mi cabeza alejada del hombre. No pensar más en absolutamente nada relacionado con el hombre. ¿Alguna vez han pensado la cantidad de tiempo real que los personajes de una historia de amor se pasan sufriendo? Cojan cualquiera. Cualquier relato de amor de la Historia (si les queda algo de sentido en su cabeza asegúrense primero de que tenga un final feliz para así, al menos, ser capaz de dormir esa noche). Cojan cualquier historia de amor y comprendan la cantidad de sufrimiento que desprenden los protagonistas. Hay un final feliz, por supuesto (siempre que hayan seguido mi consejo y todo esa tortura no sea más que el preludio de la muerte). La pregunta es: ¿cuánto dura ese final feliz? Y repito: ¡No lo lean!, pero pongamos por ejemplo la tragedia de Romeo y Julieta. "¡La mejor historia de amor!", según argumentan algunos. Una trágica historia de amor que es capaz de reflexionar sobre todas las pasiones humanas. Vamos a jugar un poco; cambiémosle el final. Supongamos que Romeo no es gilipollas y espera un poco antes de beberse lo que supongo sería una densa y refrescante copa de... pongamos arsénico.
Estupendo; una historia de amor que acaba bien. ¿Luego qué? Morir de amor es más fácil. ¿No tendrían peleas? Se casarían; perfecto. Pero sin su muerte los suegros de ambos seguirían odiándose a muerte. ¿Cómo serían esas cenas de Navidad? ¿Cedería Julieta yendo a casa de los Montesco y aguantaría todas sus bromas? ¿Cuánta presión creéis que ambos enamorados aguantarían antes de plantarse en el primer juzgado que encontraran por el camino y estrenar la popular tradición del divorcio? ¿Y si Romeo, además de tenerla increíblemente pequeña, era eyaculador precoz? En un par de semanas Julieta saldría sonriendo del palacio de Paris mientras Romeo, aparte de no follar, se ve asediado por las facturas que le debe al pintor que dibujo el fresco que adorna el techo de su dormitorio.
Pero Romeo y Julieta me dan igual. Las historias de amor son fáciles porque se acaban cuando el autor quiere acabarlas. Lo que no cambia es que en todas ellas los protagonistas agonizan durante cada página esperando llegar a ese final ficticio en el que toda su vida será un triunfal paseo de rosas sobre el resto de la Humanidad. Me recuerda a esos terroristas suicidas que sacrifican su vida con la fe de que les abrirá las puertas del paraíso de cien vírgenes que alguien les prometió. Hasta ese punto hemos llegado. Nosotros, los hombres, hemos llegado a elevar nuestras torturas a la razón última de nuestra existencia.
"El recuerdo de sus gemidos y el sabor de sus pies en mi boca es suficiente para que siga dándole una oportunidad al amor", debió alguien decirme alguna vez. "Me parece genial; pero ese recuerdo de lo que tú llamas amor no es más que sufrimiento continuo. Recordar algo más agradable que tu situación actual es empeñarse en sufrir". Si tuviera ese punto de ingenio ésta hubiera sido mi contestación a ese comentario imaginario.
-Romeo y Julieta. Ni idea.-
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