domingo, 23 de febrero de 2014
La sonrisa del amor
Si nuestra capacidad para comunicarnos dependiera solamente de las palabras, estaríamos perdidas. Me lo explicaba una desconocida en la sala de espera de un aeropuerto, una mujer joven que había convertido el viajar en una liturgia de encuentros y desencuentros, de ésos que marcan para siempre. En su deambular por infinidad de países se introdujo en distintas culturas , indagó en razas y costumbres, se perdió por religiones ocultas y acabó considerando que las diferencias no existen en los demás sino que las vamos tejiendo cada una de nosotras. Decía que, por encima de colores, etnias, razas o sexos, el ser humano es único y excluyente.
Su filosofía de la comunicación navegaba más por el lenguaje de los sentimientos, “esos que se guardan al lado del corazón”, mucho más consistentes que cualquier mensaje verbal. Realmente, nadie puede resistirse al código de signos que se encuentran en una sonrisa de los ojos; con la mirada no se puede mentir, ni engañar, ni trampear, mientras que con las palabras es inevitable que siempre surjan los malos entendidos, las frustraciones o las exigencias. Visto así es mucho mejor cobijarnos en el idioma de la forma, de los gestos, las actitudes más que el de los contenidos, y a partir de ese jeroglífico de la insinuación dejar que nuestro interlocutor aprenda a descifrar nuestras verdaderas intenciones o deseos.
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