lunes, 17 de febrero de 2014
Yo
Miro atrás y me visualizo triste. Con una tristeza inmensa, Nada más que tristeza. Y recuerdo todo lo llena que me sentía. Llena de tristeza, pero llena. Quizá esa sea la razón por la que siempre preferí la tristeza a la nada. El vacío es horrible, y pesa más que toda la tristeza que quepa en un cuerpo. Yo tenía tristeza por todas partes. No era una tristeza que se sintiera psíquica, no era una tristeza exclusiva de mente. Era una tristeza completamente física, la sentía acumulada en todo mi cuerpo. Una sensación de densidad que me recorría desde la punta de los dedos de los pies hasta el cuello, y luego subía por mi rostro, anidaba en mis ojos, me hacía sentir cansada, y entonces se recostaba en mi mente. La sentía acumularse. Pero no gota a gota. No era como el miedo, que lo sientes gotear en el cuerpo y va en aumento. No era como un grifo que olvidaron cerrar en condiciones. Todo lo contrario. Era más bien un grifo muy abierto. Era como si una vena se hubiese roto, y toda la sangre densa, pesada e incómoda me recorriese lentamente, extendiéndose por todo mi cuerpo sin dejar ni un centímetro libre, hueco. Como una enfermedad, que me anulaba, que me hacía sentirme nadie y nada todo el rato. Apenas podía moverme. No sentía la necesidad de querer hacer cosas, y, aunque si reconocía poder hacerlas, ni siquiera me planteaba intentarlo porque no tenía ganas, ni fuerzas, ni casi vida. Era una tristeza rara. Contenida. Agotadora. Todos los llantos del pasado concentrados en un único llanto, sin lágrimas. Un llanto dentro del cuerpo que no sé si se reflejaba en mi cara porque ni siquiera me armaba de valor para mirarme al espejo.
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