miércoles, 14 de mayo de 2014

Una vez al año...


Una vez al año es necesario, yo diría que imprescindible, hacer limpieza general. Sacar las canciones del cajón, ordenarlas, tirar las que duelen e inventar otras con más hielo y menos gas. Cortar ropa y rematarla, tapar parches y soltar dobladillos, que las piernas nunca paran de crecer si andamos más de la cuenta. Abrir cajas, vaciar armarios, jugar a desmontar las estanterías y esconderse un rato debajo de la cama para saludar a las pelusas. Una vez al año es útil decir adiós sin soltar ni una sola lágrima, dejar recuerdos a golpes de sonrisa, con las ganas en el horizonte de las suelas de los zapatos. Es mejor hacerlo a principios de verano, porque el sol suaviza los traumas y entumece las nostalgias. Siempre es bueno, si duele, poder tirarse al mar a dejarlo escocer del todo. Es curioso como pasan los años y se siguen midiendo por cursos escolares, porque llegará septiembre y volverán los desórdenes a meterse en los bolsillos… Quizá habría que plantearse cambiar el calendario, que nosotros podamos decidir cuándo y dónde situamos los pequeños diluvios universales que joden los fines de semana y nos hacen agujeros en el corazón. Que para llorar ya están el invierno y la manta y el sofá y los domingos y la guerra en Oriente Medio. Que el verano y la limpieza general tienen que hacerse con risas y con el corazón apretado en la barriga, muy fuerte, para que una vez que todo esté manga por hombro de verdad, podamos salir de la habitación con la cabeza muy alta a que nos resbalen los cuarenta grados por las mejillas, justo por donde deberían ir las lágrimas.



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