"El tiempo pasa volando". Ignoro quién formuló por primera vez esta frase que a pesar de haberse convertido en tópico mantiene intacta su belleza. Que utiliza la gente, de muy diversa procedencia; para expresar su asombro, su ansia, su resignación o se vértigo al ver que un hijo crece y una madre envejece, que el paraíso soñado se reduce a un entresuelo de 50 metros cuadrados y la vuelta al mundo a un fin de semana en Palma de Mallorca: pero a diferencia de la gran mayoría de frases hechas, el lugar común no ha sido capaz de desnudarla de significado.
"El tiempo pasa volando". Se trata de una imagen sugerente tenemos conciencia del tiempo porque, aunque preferimos no pensar en ello, sabemos que nuestra existencia en este mundo tiene fecha de caducidad. Disponemos de razones objetivas para sentir que pasa, como el autobús o la soledad, como el tren y la utopía, como la moda de pantalón "fuseau" con manoletina dorada o la pasión por los dinosaurios de Spielberg. Pasa tan rápidamente que sin contar los días que tiene noviembre llega diciembre y aún no hemos comprado el recambio de la agenda para 2015. Tan volando que ni acertamos a ver su verdadero rostro, como los boeings, que en lugar de viajar por el cielo parecen autocares que transitan por una autopista de algodón, o la gaviotas de cola blanca que, de dos en dos, bailan como una pareja de patinadores rusos y se desplazan tan rápido que necesitarías pulsar el botón de "slowly" que tienen los videos modernos para relentizar la imagen.
El tiempo pasa volando ante nuestras narices y no siempre aceptamos el riesgo de embarcar en su nave. A veces porque el viaje es demasiado largo, con escala en aeropuertos polares adornados con osos disecados. Otras veces porque una nómina es una nómina, a pesar de percibir un sueldo miserable, y una pareja es una pareja, aunque tan sólo compartas las facturas.
Gracias a los rituales marcados por el calendario, la gente acaba por distraerse del vértigo que produce imaginar el tiempo como una llanura inmensa que esconde sus límites. La invitación a atravesarla es mucho más que un derecho constitucional, pero los buenos viajeros admiten que el trayecto puede variar en la estación más inesperada.
Si el tiempo pasa volando, con nosotros dentro de la cabina de pilotaje, le evitamos a nuestra conciencia sobremesas de tedio y remordimientos de vacío. Pero para conseguir esta plaza hay que tener un carné de conducir más difícil que el E (vehículos con remolque no ligero) y, por si fuera poco, por métodos autodidactas. La educación sentimental nunca entró en nuestros programas de curso, y hasta que no nos reconocemos huérfanos de recursos para avanzar por la llanura no le damos importancia. Si trabajas la inteligencia, acoges la duda y habitas en tus sentimientos con la habilidad para acelerar y desacelerar sin miedo, es posible que si te equivocas de nave o de tren en lugar de perder el viaje hagas transbordo.
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