martes, 26 de agosto de 2014

Se sigue buscando isla


Según la leyenda, Afrodita nació aquí, en Kíthira. La diosa del amor surgió del mar precisamente en estas playas y, aunque de su templo no queda ni una sola piedra, el aire huele tan bien y el sol de la más meridional de las jónicas es tan bueno conmigo que la tarde se pone dulce y me hace ilusión cerrar los ojos y creerme el amor y sus dioses, por lo menos, hasta que llegue el crepúsculo.

Sin embargo, a menudo y no sólo en Grecia, el amor es un famoso productor de tragedias. Si antes no muere nadie de aburrimiento, las relaciones amorosas, ya sea por exceso o por defecto, siempre terminan haciéndonos sufrir.

¿Será cierto que la sensibilidad no tiene medida y todas las doctrinas griegas sobre el término medio son falsas? Lo afirma Elias Canetti en “La provincia del hombre” y aunque es uno de mis libros de cabecera, cualquiera que haya amado alguna vez con todos sus sentidos sabe algo sobre las fronteras propias y las ajenas y sabe también que las emociones y los sentimientos han de dosificarse con sabiduría porque la espontaneidad y la frescura es un lenguaje que acostumbra a pagarse caro. No hay pasión sin combate contra ella, sin aspirar a la recuperación del equilibrio, a la claridad, la medida justa, la razón y la calma. Por eso no termino que creerme la afirmación de Canetti. Pero todavía es pronto, falta mucho para el crepúsculo y la tarde, esta isla y su diosa dan para inventarse las historias más exquisitas.

Ibiza me resultó demasiado mundana y accesible. A Cuba, distinta y distante como su utopía, tal vez llegué demasiado tarde. Pero mi paraíso soñado es un territorio así de abarcable y rodeado de agua templada por todas partes. Por eso busco una isla; un paisaje de colinas y bosques que bajan hasta la playa por caminos amables donde nadie impide identificar los perfumes del aire. Allí, bajo la sombra de los pinos que la protegen del sol de mediodía, duerme mi casa tal como la sueño: horizontal, espaciosa, fresca, llena de color y sin embargo tan blanca. Tiene embarcadero y atracado en él un barco viejo de madera noble y buena quilla. En la cocina, de grandes fogones, los pucheros hierven lentamente un cocido de verduras y legumbres frescas, y dejan escapar aromas que se mezclan con el olor de la fruta madura y el de las algas que arrastra la marea. Dos niñas juegan con los perros en la orilla del agua y algunos muchachos se recrean mirándolas sin notar que ellas lo saben.

En mi país de Jauja sin oráculo que asuma la responsabilidad, sin dioses que me envíen a la guerra ni me concedan treguas en Navidad, con la sola certeza de que todo aquello que afecta a los humanos está sometido a cambios incesantes, mi alma no sufrirá prisionera de las pasiones. Ataraxia llamaban los griegos a ese estado de serenidad, medida exacta.

A las playas de la isla que busco quiero llegar más pronto que tarde. Y te invoco, Afrodita, porque no es fácil; hay que dejar atrás los continentes sin contenido y atravesar mares profundos y misteriosos en los que todavía en más de una ocasión me jugaré la vida.

Sabré que la he encontrado cuando sea el placer lo que me dé la dimensión de la bondad en la gente y en las cosas; cuando al tiempo sólo lo midan la temperatura y la luz; y a mí, nada ni nadie.


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