lunes, 18 de marzo de 2019

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¿Sobre mi? Bueno, soy la única persona del mundo que siempre estuvo conmigo. Y cuando digo siempre,  quiero decir siempre.  Jamás me abandoné. Cuando hacia algo mal, ahí estaba yo para empatizar y buscar alguna solución. Cuando hacia algo bien, ahí estaba yo para darme una palmadita en la espalda.

Estuve conmigo en los peores momentos, y en los mejores también. En tardes de aburrimiento, en noches de besos, en mañanas de té y pan. De pan y té. Y, sin embargo, pese a haber convivido conmigo más de 40 años,  24 horas diarias,  tengo que admitir que no me conozco ni un poquito. En absoluto. No sé quién soy. Ni qué hago aquí. Quiero decir, que conozco a todos esos desconocidos mejor que a mí misma. A todos esos que no estuvieron en las malas, ni en las buenas, ni en las regulares. ¡Yo los conozco! Se los aseguro. Y sin embargo a mí... Bueno, sí. Podría hacer una lista con virtudes y defectos. Y cuando voy por ahí, sé ver las cosas que me gustarían y guardármelas en la mente para, al llegar a casa, contármelas. Pero para todo lo demás... Quiero decir. Para todo lo demás, soy una completa desconocida.

domingo, 17 de marzo de 2019

Un día más


Qué necesitamos para convertir en inconfundible un día; para hacerlo destacado y distinto de los otros, que se apilan en la niebla común de nuestra vida? ¿Que sea el primero, o el último? ¿Que se consagren en él el amor o la dicha inolvidable?

 Un día tras otros esperamos que suceda algo grande; algo que señale con piedra blanca y decisiva una fecha; algo que subraye con un círculo fosforescente una cifra de nuestro mediocre calendario. Sin embargo, lo más grande que nos sucede y nos sucederá es la vida. Sobre ella, como sobre una mesa transparente, depositamos objetos, posesiones, sentimientos, anhelos: cosas bellas o feas, pero cosas al fin. Sin la mesa, todo sería añicos. En la vida, el camino vale más que la posada. Todavía más: el camino es la posada. Pero nosotros nos esforzamos en conducir la vida, en comprimirla, en trocearla, en sacarle partido, el nuestro, tan pequeño, tan distante del suyo (desconocido y probablemente misterioso y sencillo lo mismo que el verano). Nosotros procuramos transformar la vida en instrumento, cuando ella es lo absoluto: ella es su propio fin, no un medio nuestro. Porque no somos protagonistas, sino unos inquilinos en precario, continuamente a dos dedos del desahucio.

 El falso concepto del deber nos atribula la existencia y nos la empequeñece. Queremos engrandecernos con él, y lo que conseguimos es todo lo contrario. De ahí el secreto atractivo que sobre los severos ejercen las ovejas negras, la extraña simpatía que suscitan los balas perdidas, esos seres que tachamos de vividores, entre la envidia y el desdén, porque a ojos vista cumplen su más alta misión: la de estar vivos a costa de cualquier sacrificio, suyo o lo de los demás. ¿Quién no ha experimentado, en un día cualquiera, la incógnita satisfacción del deber incumplido, de la entrega con los ojos cerrados y desmemoriados a la vida desnuda? Si somos una gota de rocío sobre una brizna de hierba, ¿por qué abandonarnos a la mañana azul, que nos sostiene a la vez que nos consume? Porque cada rocío y cada hierba son tan irrepetibles como la golondrina que dejamos de ver. Somos nosotros quienes nos empeñamos en confundirnos e igualarnos; en confundir e igualar nuestros días, en desvivirlos y anonadarlos.

 Los buenos días perdidos en la espera de un improbable día majestuoso, que acaba por no llegar, o por llegar demasiado tarde, ay, cuando nos habíamos quedado adormecidos por la monotonía.

Desde hace siglos se nos está advirtiendo: carpe diem, se nos está invitando a exprimir hasta el límite el escaso limón de nuestra vida. A cada día le basta con su propio afán, proclama el evangelio, y es su mejor mensaje. Vemos un hormiguero como una oscura y confusa sucesión de hormigas, abrumadas bajo su carga, todas idénticas, todas inexplicables, todas mudas. Sin embargo, cada una tiene su misión y su compromiso, su fatiga y su ansia, su instante y su tarea. Pero nosotros nada comprendemos. Y bastaría fijarse bien, observar de más cerca, no dejarse engañar. Así los días. Cada vida, por mínima que sea, ¿quién designa y quién nombra los tamaños?, es trascendente. Sin ella, la naturaleza no sería como es, ni estaría completa. Si cualquier ser es una gota de rocío que dura lo que dura la noche; si una gota de rocío no es nada apenas en mitad de la noche, ¿no es verdad asimismo que inextinguiblemente la noche se repetirá, y el rocío y la hierba, pero nunca esta noche precisa, ni este rocío, ni esta pequeña brizna?.

 Porque la vida es la que hace ser día, y noche a cada noche, y no se acaba nunca. Porque lo que una vez sucede para siempre, y todo lo que existe murió ya alguna vez, y lo que una vez ha muerto no volverá a morir.



viernes, 15 de marzo de 2019

El alma en carne viva


Se araña el alma. Como cuando con tus bonitas uñas largas arañas la pared del ascensor y el viento comienza a chirriar. Como cuando frotas un tenedor o un cuchillo con un plato hondo y el sonido que produce hace vibrar hasta el último de tus dientes. Como cuando estás contando algo y de repente te muerdes la lengua y tienes que estar unos minutos con un dolor acojonante y la otra persona desternillándose de risa. Como cuando peleas hasta la muerte y te mueres. Algo así. Algo así es lo que pasa con el alma cuando nos hacen daño.

Y claro, como está tan adentro, como el cuerpo físico no nos permite verla, no podemos colocarle tiritas. Y la llevamos a la calle en carne viva. Porque una no puede dejar el alma en casa y salir sin piel. No puede. Eso es una utopía.

La gente sale con el corazón tiritando y el alma desnuda, en carne viva, sangrando y envolviendo de dolor cada extremo del cuerpo. Y luego en casa, al llegar, la gente se pone paños calientes en el pecho y bebe mucha agua, para purificarse, para limpiarse por dentro. Una tontería. Como si el simple hecho de que introduzcas algo sano en tu cuerpo fuera a eliminar lo insano, lo destrozado, lo que ya no queremos.

Además. Todo el mundo quiere tener alma. Aunque esté destrozada. Nadie se atreve a arrancársela. Porque entonces no vives. Porque entonces no sientes. Porque entonces no entiendes. Porque entonces no dueles.

Y a nosotros, masoquistas del siglo XXI, nos encanta la sensación de pasear por la calle con el alma partida en dos. Los humanos, ahí donde nos ven, estamos completamente enamorados del dolor.



miércoles, 6 de marzo de 2019

La historia de cuando el universo me abandonó


Lo sabia. No me preguntes cómo, ni por qué. Simplemente lo sabía. Y no hice caso. Me salté la lógica y me guardé las voces que me decían que no diera un paso más al frente en los bolsillos.

Ignoré al mundo que me ponía piedras por el camino para que no avanzara, abrí puertas que no debía haber abierto. Y pasó. Pasó lo que yo sabía que pasaría.

Y entonces me sentí tremendamente estúpida. No puedes imaginarte ni por un sólo momento lo estúpida que me sentí. Todos aquellos avisos, todos aquellos intentos por parte del mundo y de la parte cuerda de mi cerebro para que no tropezara, los mandé al garete. Me los salté. Y tropecé. Y fue el tropiezo más grande que he dado jamás. Me caí entera. Y cuando me quise levantar, noté algo denso encima de mi cuerpo que me lo impedía. Y todas esas malditas voces se desternillaban desde los bolsillos. Las oía decirme lo estúpida que había sido. Y luego simplemente se marcharon. Se marchó la lógica, y el mundo se llevó sus piedras, y las puertas se fueron a un lugar en el que la gente no las abriera.

Y me quedé sola. Sola con la densidad de la nada, de la estupidez humana. Sola yo y mi estupidez. Y me prometí empezar a hacer caso a las señales que el universo me mandaba. Pero nunca volvió a ayudarme. Desde entonces tengo que hacerlo todo solita. Y es muy difícil. No sabes cuánto. A veces creo que simplemente me perdí. Que jamás volví a encontrarme. Que me quedé allí, en medio de un tropiezo inexplicable.


martes, 5 de marzo de 2019

Chemiliquatre


Me gustaba todo. Y cuando digo todo, es todo. Me gustaba hasta cuando se ponía hecho un chulo y me llevaba la contraria. De hecho, cuando se hacía el estúpido era cuando más cachonda me ponía.

Tampoco es que deseara estar discutiendo todo el rato con él, en absoluto. De hecho, luego me daban unas bajadas impresionantes. Bajadas anímicas, digo. Porque, por muy cachonda que me pusiera, a mí nunca me ha gustado discutir. Pero tenía como un algo diferente en la cara cuando me recriminaba mi comportamiento, yo que sé. Probablemente era esa forma de arquear los labios, o quizá su manera de mirarme fijamente...

 Creo que su voz, el cambio de su voz cuando discutíamos, también tuvo mucho que ver. Fuera lo que fuera, a mí me encantaba discutir con él.



domingo, 3 de marzo de 2019

Sin fecha de caducidad


Aparece de súbito y suele cogernos por sorpresa.  El verano está hecho para deslumbrar, para vivir, para soñar. Solemos renovarnos en verano, cuerpo y mente al sol, ya también de enamorarse sin medida, encaprichadas por un mar y con todas las horas del mundo para gastar a placer. Parece que nada es imposible o efímero, y es cuando los deseos toman forma y sabor a conocido, nos descubrimos distintas e incluso a veces nos lanzamos a vivir sin aliento, ni límites, ni protección. Solemos también desperezarnos de las formas convencionales y abandonamos de repente esa máscara, más o menos afortunada, con la que nos andamos protegiendo de los demás, e incluso de nosotras mismas. El ocio nos induce a dejarnos llevar, a ser de verdad.

Tengo una amiga que ha hecho añicos esa máscara de tragedia griega y a sus treinta y ocho años ha descubierto que su reloj biológico se acopla perfectamente al de su pareja, que tiene sólo veinticinco. Sus mañanas han recuperado el sabor a rocío fresco y ha cambiado su crema nutritiva por grandes dosis de cariño sin adulterar.

Cuando se conocieron tuvo que luchar para sacarse de encima el complejo de profesora aventajada, pero pronto se dio cuenta que en el aprendizaje de la vida poco tiene que ver la edad y que existen razones incomprensibles para que la magia del amor nos lance por caminos frondosos, desconocidos, a los que antes le habíamos negado el paso. Qué poco cuentan en eso de la pasión el sentido común y las explicaciones argumentales o repletas de razón. El amor no atiende a frases grandilocuentes, ni a fechas de calendario, ni luce marca de caducidad. El verdadero tiene la cualidad de hacernos sentir libres, por encima de prejuicios sociales y de malintencionados que buscan sin tregua (y no suelen hallar) la felicidad. Tampoco sabe de clandestinidades ni citas furtivas que lo indignifican, ni vive de promesas y de palabras huecas. Ni de vacío y soledad. Sencillamente, es,  sabe a miel y roba las horas al destino.

Ellos se reconocen amantes y construyen con la ingeniería de los sentimientos su futuro. Tampoco ella se plantea que sea la “última conquista”. Amar a un hombre más joven significa romper esquemas preestablecidos y recuperar la autoestima con muchas dosis de valor. Ya no puede estar mal visto o ser motivo de cuchicheos. Los prejuicios sólo pueden quedarse en el cajón de la memoria, de tiempos de censura y de incomprensión. Por eso ella le ha puesto nombre y apellidos al deseo y se ha olvidado de los números. En su particular paraíso, su verdadera conquista son los sentimientos. La última vez que la vi, me contó que jugaban al escondite por las esquinas de sus cuerpos y se reconocían las almas. Supe entonces que ya había hecho añicos su carnet de identidad.


viernes, 1 de marzo de 2019

Escribir a espaldas de mí misma


Ya que el deber tiránico me exige
 
Que yo te oculte mis tristezas íntimas,

Para poder hablarte y conmoverte 

Voy a escribir a espaldas de mí misma.




Este fragmento de soneto pertenece a Juana Borrero, poetisa cubana nacida el 18 de mayo de 1877 en La Habana, y fallecida, antes de cumplir los 19 años, el 9 de marzo de 1896, en el exilio de Tampa. Su paso por el mundo fue corto, pero profundo. Su padre, Esteban Borrero era el director de uno de los periódicos más importantes de la época "La Habana Elegante". Los Borrero eran una familia de renombre en Puentes Grandes, en la ciudad de Extramuros. Juana comienza a componer sus primeros poemas, a los cuales ella tituló "Rimas y versos infantiles", a la edad de 7 años. A los 13 envía, de forma anónima, un poema cargado erotismo al periódico de su padre. La gente queda conmocionada y muchos se preguntan escandalizados a qué apasionada mujer esconderá el seudónimo, sin sospechar que se trataba, nada más y nada menos de una niña en el paso hacía la pubertad. La casa de la familia Borrero reunía en tertulias a la crema y a la nata de la intelectualidad cubana. Una noche aparece un nuevo visitante, otro poeta refinado, Julián del Casal. Nuestra poetisa, a los 13 años, queda firmemente enamorada de este hombre mayor que ella. El poeta se da cuenta de la fascinación peligrosa que ejerce sobre la muchacha, intenta explicar su desamor. El es homosexual, ella se arma de un puñal y apunta hacía los testículos del hombre. Finalmente baja los brazos, cede al imposible, y se marcha cabizbaja. Ella pasará noches en vela, a un instante de morir de desamor, escribiendo y escribiendo madrugadas interminables.

Al tiempo conocerá a su prometido, otro poeta, Carlos Pío Urbach, quien será asesinado en el campo de batalla, durante la guerra de la independencia. 

No por gusto elegí a esta apenas conocida figura de la literatura cubana. Intensa, lúcida, apasionadísima Juana Borrero no abandonó la escritura ni un solo día de su poca existencia.

Fijemos que interesante verso: Voy a escribir a espaldas de mi misma. Es decir, a pesar de si, de su condición, de ese deber tiránico que exige, el cual impide poder hablar para conmover al otro, al amado. O simplemente a ese otro en sentido general que no es capaz de apreciar, debido a la condición femenina, su don de saber nombrar las cosas con la pluma reventándosele de ternura, de confidencias, de tristezas, de odios, maldiciones y erotismo. Al final afirma que ha escrito un relato, y suplica al amante que lo guarde, y ha debido hacérselo ella misma, puesto que no se ha visto retratada en los ojos oscuros de los de él. Es decir, ya que ninguno, en masculino, ha sabido contarle lo que ella desearía contar sobre sí misma. Al leer este poema, interpreté que la poetisa quiso reivindicar el derecho a contar su universo, por necesidad sentimental y reafirmación profesional. 

Soy de la opinión de que la literatura no tiene sexo a la hora de las valoraciones. La literatura no debiera clasificarse en masculina ni femenina. La literatura es buena o mala. Lo cual no impidió a Gustave Flaubert escribir Madame Bovary, y de otra parte Marguerite Yourcenar construir las tramas de dos de las novelas mas grandes del siglo pasado Memorias de Adriano y Alexis o el tratado del inútil combate. Mucho se habla del invento comercial de la literatura escrita por mujeres.

Aplaudo ese invento pues siempre ha habido mujeres lectoras y escritoras. No es que haya un boom de la literatura femenina es que hay un boom de la buena literatura, prueba de que los libros profundos continúan imponiéndose por su belleza y su osadía. Sucede que la literatura asume con entera libertad tópicos inesperados, puja cuerpos multicéfalos, ¿De qué nos extrañamos al haber acabado un siglo seducido por lo monstruoso? No puedo negar que me sorprende cada vez que debo enfrentar la pregunta inevitable: ¿ Seguirá usted escribiendo sobre mujeres y sexo? ¿ Es que a Flaubert le habrán jodido con lo mismo? Lo dudo. Nadie preguntara a los novelistas hombres si seguirán escribiendo sobres hombres y sexo, nadie les cuestionara el erotismo impregnado muchas veces de violencia barata y de despotismo.

Agua


Estoy atrapado. Me cuesta respirar, pero no porque me falte el aire; creo que es la tensión. Estoy aquí, escribiéndote, porque quiero que estés conmigo. En más de una ocasión me ha parecido verte a mí lado. Pero no puede ser. No es posible; estoy en un ascensor. 

Esta situación llega incluso a parecerme cómica, alguna risita histérica borbotea de vez en cuando por los labios de mi mente.

 Creo que me estoy volviendo loco. Me vuelvo loco y tú no estás conmigo para ayudarme; aunque ya te veo a todas horas. Quiero que estés aquí. Deberías verme, te sorprenderías: siempre he pretendido ser elegante, gustarte continuamente. Ahora estoy tirado en el suelo, encorvado sobre la hoja de papel en la que te escribo, iluminado sólo por una tenue luz de emergencia. 

Esto es muy pequeño. No hay posibilidad de estirar las piernas. La única forma es ponerme de pie... pero no puedo, estoy demasiado cansado, demasiado aturdido y en estos días (casi tres) he tenido tiempo suficiente de pensar en ti, en mí: en nosotros.

He pensado tanto que ahora las ideas se escapan por mi boca abierta, atravesando la barrera que forman mis temblorosos labios. 

Después de todo el tiempo que ha pasado estarás preocupada por mí. Sé que me buscarás incansablemente, junto con mi familia y amigos. Cuando todo el mundo abandone, tú seguirás intentando encontrarme. Pero llegará un día en que ya no puedas más. Espero que eso ocurra pronto, no quiero hacerte perder el tiempo inútilmente. No dije a nadie a dónde iba; fue un grave error no haberlo hecho. Nadie me buscará aquí. Es curioso mi final. Muy curioso. 

Debo de estar hecho un asco. Mi propio olor empieza a repugnarme, hace un calor infernal. Y mí pelo..., me arranco mechones con una espantosa facilidad. Mí barba empieza a hacer de las suyas y tengo los ojos tan hinchados que me cuesta mantener la vista fija en la pluma cuando te escribo. Los ojos se me cierran; pero no quiero dormir, no hay tiempo. 

Tengo miedo. Me cuesta confesarlo pero tengo mucho miedo.

Estoy compartiendo mí ascensor con el hambre, con la sed y, sobre todo, con la Muerte; pero a lo que de veras tengo miedo es a no volver a ver tu cara, esos ojos llenos de vacío, tan profundos; tu pelo largo y tu eterno rostro de niña adulta. 

A mi lado, y un poco por encima, hay un espejo que ocupa casi todo el panel lateral. No quiero mirarme en él, me asusta pensar qué me encontraré. Quizá no sea yo quien resulte reflejado, ni tan siquiera tú... Puede que sea incluso la propia Muerte, esperándome con los brazos abiertos, invitándome a entrar en su mundo de pesadilla y a permanecer sin ti por toda la eternidad. Esto no puede estar ocurriendo. No es lógico. 

Es totalmente absurdo. Si en estos días he tenido tiempo más que suficiente para echarte de menos..., ¿qué no haré en la eternidad?. 



Desde que estoy aquí no he pedido ayuda; es absurdo. Mí "edificio" tiene cuatro plantas, es el único con esa altura en este pequeño pueblo (el único, por tanto, que tiene ascensor). 

Aquí ya no hay nadie, yo soy el último en la pequeña villa que me vio nacer; ahora será testigo excepcional de mi desaparición. Siempre quise ser enterrado en este lugar. 

Mi ataúd será sin duda y por derecho propio la envidia de todos los que pueblan el cementerio. 

Es curioso saber donde me quedé atascado: entre el primer piso y el bajo. Muy cerca del final. Esta es otra broma más del destino. La última. 

Sé que estoy escribiendo porque noto movimiento en la mano. Mis ojos ya están medio cerrados y mí cuerpo se coloca ahora en posición fetal. Escribo ya por inercia. Escribo sólo porque lo hago para ti; y continuaré escribiéndote hasta que mí brazo pierda el sentido, incluso si lo hace después que el resto de mí cuerpo. 



Sé que por ti haría cualquier cosa, pero ahora soy yo quien necesita ayuda. He tardado mucho en reconocerlo, pero así es. Me estoy muriendo, ¿Sabes?; me estoy muriendo y en lugar horrible, grotesco hasta la desesperación mas absoluta. Pero si aún sigo vivo es por ti; todo el mundo tiene algo por lo que seguiría viviendo y en este caso ese algo eres tú. Poco a poco me estoy sumergiendo en la oscuridad; esa oscuridad palpable, apelmazante. Es la muerte quien me rodea; no hay duda. Me estoy hundiendo en la nada; estoy preparando mis maletas para hacer un largo viaje. El billete es sólo de ida. 

Recuerdo cómo tú y yo hemos disfrutado hasta ahora, lo bien que hemos vivido sin pensar en la muerte y ahora los dos pensamos en la mía. Mí vida está pasando, como se dice comúnmente, en imágenes ; una vertiginosa sucesión de ellas. Y todas, una tras otra, pasan por delante de mis ojos hinchados, cerrados..., y me producen dolor: físico y mental. Ahora los dos son uno sólo, forman un sólo dolor que me parece no sentirlo ya. 



Las imágenes con sencillas, únicas, simples; son como fotografías donde salimos tú y yo en primer plano. Son los instantes que han marcado estos últimos meses de mi vida contigo. A tu lado. Fotografías..., sólo fotografías: En alguna parte he oído que son el resumen de toda una vida. Si en ellas sólo estás tú, significa que toda mi vida se resume en ti, que gira a tu alrededor. 

Es una lástima, yo no he visto aún la "Luz Celestial" que se ve y se siente al fondo de un largo túnel cuando uno está a las puertas de la Muerte. Aún no las abren para mí, no quieren dejarme entrar todavía. Todo esto es como un sueño, como una pesadilla, donde el único camino posible para salir de él es meterse en otro, el último, el definitivo. Ya estoy ansioso por acabar todo esto, me agota esta interminable espera. 

Y lo peor de todo es que creo que ya me he vuelto loco. 

Las horas caen sobre mi con cuentagotas; su sonido es una auténtica tortura. 

El único contacto que mantengo con el exterior es mi reloj. Por lo visto, está amaneciendo. 

Para el mundo aún es temprano; para mí es demasiado tarde. 

Y Yo aún sigo escribiendo. Conociendo mí final, mí única y estúpida preocupación real es que se acabe la tinta de mí pluma y no pueda seguir escribiéndote. Escribir es mí única salida, lo único que consigue relajarme, aún en lo precario de mí situación. 

Ante todo, no me olvides, y no olvides esto que te escribo, porque es sólo para ti. Pero sé que nunca llegará a tus manos. Nunca saldrá de las mías. Todo esto no tiene ningún principio, el fin está aquí al lado, a la vuelta de la esquina, yo sólo soy un viajero lento, un turista rezagado. 



Agua. 

Ya hace tiempo que noto cierta humedad en el ambiente. Una delgada capa de agua se ha formado en el piso del ascensor. Un líquido que fluye libre en todas direcciones y por cada grieta del edificio. 

Agua 

Ahora recuerdo qué fue lo me trajo aquí, había abandonado mí casa hacía tiempo y sólo he vuelto para recuperar algo mío que dejé olvidado. Al final no lo encontré, apuré el tiempo al máximo y salí corriendo del piso porque había oído, a lo lejos, una sirena que avisaba por última vez que todo aquel que pudiese estar aún en el pueblo debía irse. El desalojo fue motivado por el trasvase de un pantano a varios kilómetros de distancia y situado sobre el nivel de asentamiento del pueblo. Debía irme. No había tiempo. Me metí en el ascensor. Era el medio más rápido de bajar. Pero alguien cortó la electricidad inconsciente de lo que hacía y por eso estoy aquí ahora, perdiendo fuerza en mí mano y esperando morir rápido, antes de que el nivel del agua me ahogue; no quiero morir ahogado. Debe ser horrible la sensación de no poder respirar; que los pulmones se llenen de agua y que sea sólo cuestión de segundos dejar esta vida. 

Lo peor es la angustia que me produce conocer mi fin. Quizá si no hubiera venido por aquí estaría contigo, haciéndote compañía en cualquier parte sin otra preocupación que seguir con nuestra vida. Juntos. Siempre. 

Pero estoy aquí. Es algo que no tiene remedio. 

Voy a morir. Y seguramente ahogado. 

Ya tengo más de tres centímetros de agua a mí alrededor. A lo lejos puedo oír el rugido de un torrente que se acerca rápido, rápido y furioso, destruyendo todo aquello que se interpone en su camino, lo que un día fue mi hogar.



Agua 

Mí boca está ya oculta bajo el agua y mí nariz no aguantará ya mucho tiempo. Soy incapaz de levantar la cabeza; en realidad quiero acabar pronto. Durante estos días he pensado en lo ridículamente sencillo que resulta perder la vida. 

¿Por qué me ha ocurrido esto a mí?, me pregunto una y otra vez. 

¿Y por qué no?, es lo que obtengo por toda respuesta. 

La muerte es mi única forma de salvación. Llevo días esperándola. 

Agua 

Admitir que se quiere morir es casi un suicidio. La vida es como una carrera donde no recibe el trofeo quien primero llega a meta, sino quien lo hace en último lugar; yo, simplemente, no tengo fuerzas para seguir corriendo. Estoy demasiado cansado para continuar luchando por nada. Y lo que es seguro es que no podré hacerlo solo. 

Me gustaría que supieras lo que de verdad has significado para mi. Quiero que recibas esto que te escribo pero sé que no será posible. La única y última alternativa es hacer con este papel un barquito, y dejarlo flotando a la deriva de un extremo a otro de la cabina. Una idea estúpida, ¿verdad?, pero es que, a estas alturas, y en la posición en la que me encuentro, resulta aburrido ser lógico.



Agua 

Bueno, ya me despido. Por las comisuras de mis labios entran ya cantidades respetables de agua que me inundan gota a gota los pulmones. El agua es pantanosa, putrefacta; es agua parada, de charca, con un olor insoportable... 

Pero no quiero despedirme así, lo haré escribiendo la frase mágica que lamentablemente no he escrito aún hasta ahora: 

TE QUIERO.

Adiós.



Agua