lunes, 30 de diciembre de 2013

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En este momento, en el amor, todos tenemos una tendencia a la calderilla. El hombre es difícil que se disponga a vivir una gran historia de amor. Las grandes historias de amor son siempre mujeres. Parece que el alma de los hombres está dividida en compartimientos estancos. Ellos dedican un trocito del alma a la profesión, un trocito a los amigos, otro al amor. La mujer es capaz de abrir las puertas de su casa y dejar entrar la pasión, que la deslumbre, atosigue que la lleve y la traiga que la eleve al séptimo cielo y luego la hunda en el séptimo infierno. Las mujeres dicen que somos más sensibles para la felicidad, pero también para la tristeza. Así son las cosas, mucho ojo con nuestra inteligencia emocional, sino queremos terminar siendo las protagonistas de un culebrón sentimental típico de telenovela.

Dicen que es muy difícil saber cuando se siente amor por una persona. Y ara evitar confusiones proponen que no se utilice la palabra amor sino querer. Te quiero ¿para qué? ¿para viajar juntos? ¿para ir al cine? ¿para comer en el restaurante de moda? ¿para reírnos de las misma cosas?, o ¿para compartir una vida juntos?. Hay tantos tipos de amor como ganas de hacer cosas con la otra persona. Tal las cosas, la verdad que más una declaración de amor lo que hay que exigir es una declaración de ganas y que la palabra amor se ha vuelto equívoca. Lo mismo vale para un barrido que para un fregado.

Hay una nutrida serie de sentimientos a los que etiquetamos con ese término. Por ello a menudo nos entregamos alegremente suicidas en brazos del azar y de las intermitencias cardiacas, eso que ahora llaman química del amor, manos sudorosas, palpitaciones, nervios…sin duda una expresión acertada. Cuando estamos enamorados se provoca en nuestra mente una cascada de de reacciones emocionales: hay electricidad (descarga neuronales) y hay química (hormonas y otras sustancias que participan). Ellas son las que hacen que una pasión amorosa descontrole  nuestra vida y ellas son las que explican buena parte de los signos del enamoramiento, somos capaces de cometer locuras, pueden dejar fuera de combate a nuestra lucidez mental y paralizar nuestro cerebro, pero… se es tan feliz…









lunes, 9 de diciembre de 2013

El hombre que nunca conseguí

Conocí una vez a un hombre de aquellos que la sociedad bautiza como impecables. Llevaba siempre un porte perfecto, la vestimenta impoluta, los cabellos inamovibles y la sonrisa esculpida. Decía de él que era imposible encontrarlo sin la mirada brillante y la palabra adecuada, que jamás se equivocaba, que no se le había conocido torpeza alguna en la conducta ni mota de polvo en los zapatos. Era un hombre de éxito de nuestros días y tenía todo lo que proporcionaba el éxito: una casa con jacuzzi, antena parabólica y mandos a distancia para las persianas, un coche con control crucero, faros de bi-xenón y protección antirrobo volumétrica; un reloj sumergible hasta las mayores profundidades oceánicas, un teléfono móvil de máxima cobertura, el equipo completo de esquí y, naturalmente, toda una cohorte de admiradoras que suspiraba por compartir cualquier minuto de su tiempo. Era, según decían, el hombre ideal. Porque además, no bebía, no fumaba y tenía ese aspecto de aquellos a los que parece que la vida jamás ha hecho llorar y que, por ese motivo, tampoco quieren hacer llorar a nadie.

Sus cualidades eran tan evidentes que resultaba imposible negárselas… Yo se las reconocí también, desde luego, pero no logré que me cautivaran. En realidad, nunca supe si aquel hombre perfecto tenía alma, porque me perdí en otra mirada acuosa y por supuesto imperfecta cobijada en un rostro irregular, con sus días de sonrisa y sus días de llanto. Nunca supe si aquel hombre incuestionable tenía interés, porque me aburrió tanta previsibilidad y me fui a refugiar en el disparate. Nunca supe, en definitiva, si aquel hombre era o no un hombre de verdad, porque tanta maravilla me desganó, mientras me conquistaban para siempre las locuras y los errores, que llegaban en el mismo lote que las ternuras y los aciertos.

Nunca más me preocupé de saber sobre aquel hombre porque ya me había hecho suya la imperfección y sólo en ella me sentía auténtica. En esa imperfección bebí, fumé, prescindí, lloré, gocé, sentí… ¡sentí!.. Y decidí quedarme para siempre. Así aquel hombre perfecto desapareció de mi vida. No volví a verlo, o tal vez no volví a mirarlo y, claro, no lo conseguí. ¡Se me escapó! ¿Qué le vamos a hacer!


domingo, 1 de diciembre de 2013


Existen personas que invaden los ambientes de una forma extraña y que convierten los momentos en únicos e irrepetibles. Atraen, subyugan, inquietan, sin que nadie sea capaz de resistirse al envite de su fascinación. Hablar de la composición de ese magnetismo etéreo, de un concepto que se nos escapa de las manos, es tarea difícil puesto que,  aunque no tiene definición académica, lo cierto es que la magia se manifiesta en las personas de manera involuntaria y de nada sirve desearla o inventarla. Algunas mujeres poseen el encanto de una mirada o un gesto, su magia radica en una manera de moverse, en la sencillez de un vestido o en sus palabras, pero casi siempre esa sensación transciende en una actitud vital,  en un bien innato que se percibe de distinta manera según de quién venga y que es inútil de imitar. Y también existen otras mujeres mágicas que construyen día a día su propia vida con una varita, tal vez no emparentada con la seducción, pero sí con el esfuerzo y el compromiso.

Estamos marcadas por todo lo que hemos vivido. Los paisajes de fondo nos condicionan y hacen más fértiles nuestras biografías, pero son las historias propias las que potencian la realidad. Hoy, algunas feministas se cuestionan antiguos caballos de batalla como el aborto y glosan las virtudes de la maternidad cuando tienen a su primer hijo entre los brazos. Nada debe oscurecer la importancia del compromiso social de estas mujeres de las que todas somos deudoras, tan sólo indica que una nueva generación asume la posibilidad de hacer compatibles emociones y vindicación, y da un paso que va mucho más lejos de lo político. Son valores pegados a la tierra a los que no se quieren renunciar, como tampoco al hombre con quien compartir responsabilidades, a la armonía entre la pareja, a la ternura, al trabajo o la amistad. Es el nuevo "acuerdo social" entre hombre y mujeres.

Las mujeres somos multidimensionales, capaces de amar, de vivir y a dar la vida,  también de luchar, de sufrir y saber construir, de apasionarnos, y si bien es cierto que llegar a todo sin perder la identidad cuesta ingeniería y pasión, cada día sabemos más lo que queremos. Aunque conseguirlo, a veces, es casi un arte de magia.


sábado, 5 de octubre de 2013

Quiérete mucho



Dicen los entendidos, que, en realidad, no somos como creemos ser, sino como nos ven los demás. Es decir, que el espejito que nos devuelve la imagen suele estar construido con nuestros sueños, deseos, frustraciones o imposibles. Grandes dosis de valor cuesta aceptar que no somos Valeria Mazza por mucho que nos decoloremos el pelo a base de “patch”, que jamás escribiremos como Marguerite Duras aunque encontremos el mejor adolescente chino como amante, y que Carolina de Mónaco de pastorcilla “made in Saint Rémy”, seguirá siendo princesa, y nosotras vestidas de florecitas de la cabeza a los pies sólo podemos dar el pego de aldeanas rústicas.

La vida tiene estas injusticias, y ya nadie pretende cambiarla a estas alturas. También dicen los entendidos que la clave está en la autoestima, en saber valorarse, y prueba de ello son los miles de manuales-guía para iniciados que regalan fórmulas mágicas tipo “estoy bien, muy bien”. Esa sociología de masas basada en que si te repites muchas veces un concepto (por ejemplo, lo mucho que te quieres), acabarás lográndolo (es decir, queriéndote), a veces hasta funciona. Pero cuesta fe ciega, tiempo e incluso dedicación.

Es cierto que muchas veces cuesta quererse así, a la brava, sin hacernos concesiones. Es difícil encontrar en una misma un poco de dignidad cuando el novio te ha prometido la luna en forma de escapada de fin de semana, te deja plantada en el aeropuerto sin billete ni maldito localizador. También es duro recuperar la compostura cuando tu mejor amiga te presta el jerséi de hace dos temporadas para que triunfes en la noche de tu primera cita. Aquí, además de autoestima, se necesitan unas espaldas anchas para evitar que la ira solidifique en forma de rencor, y tampoco es sencillo afrontar que los vaqueros no han encogido despiadadamente, sino que todo es culpa de los hidratos de carbono que de manera incontrolada se han instalado en tus caderas. Y qué decir cuando nos toca reconocer que no somos tan maravillosas, tan únicas, sublimes y “la mujer soñada” que creíamos ser (aunque él repita la frase durante meses hasta la saciedad), y llega el día en que, a modo de despedida, nos sueltan de manera fulminante: “Piensa que todo fue un sueño”.

Es fácil caer en las redes de las palabras, pero es más complicado escapar del engranaje de las ideas. “El encanto de la imperfección”, sólo tiene un secreto para quererse y vivir en paz: aceptarse como son, con sus miserias y sus grandezas, sus tipazos y sus narices descomunales, sus soledades, inseguridades y desvelos, y ser únicamente ellas mismas. No lo que los demás quieren que sean. De nada sirve maltratarse e intentar ver en qué una se ha equivocado, o analizar el por qué somos víctimas de tantas mezquindades. Existe el derecho a la autoindulgencia y el permiso para no ser perfectas. Y, sobre todo, saber que no siempre se cumple la ley de Murphy, aunque exista un libro entero que haga escapar sonrisas a los más escépticos, y que no necesariamente todo lo que puede ir mal y lo que va mal, empeora. Sino que, a veces, incluso se arregla. Queriéndonos más. Seguro.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Pensamientos


Leo a Laura Esquivel y me viene la imagen de Tita derramando sus lágrimas en la comida y el color del mar se parece a los pétalos de rosas que era amor transformándose en pura pasión incendiaria. Recuerdo la película Lost in Translation y veo como la soledad de dos personas totalmente desconocidas les hace sentirse menos solos y yo, debería escribir un libro que se titulara; Que te folle un pez. También observo de reojo las letras verdes de la farmacia, allí en letrero luminoso se puede leer, la tormenta se debate en tus ojos y esto no es una óptica. Qué pena que el gran Mercury no siga vivo porque le pediría que escribiera una canción, una que hablara de; bajo la piel algo murió. O Tarantino, porque arrancaría algún brazo cuando se empuñe un Te Quiero. Y recuerdo que la luna está casi llena y que siempre la miraré y le guiñaré el ojo para que sepa que no tengo una mueca trágica. Y ahora que escribo, porque todos esos momentos son flashes que no me necesitan, miro hacia la calle, con esa iluminación cálida de las farolas, y veo mi rostro medio reflejado en la ventana y me digo que existo y soy todas esas cosas.




lunes, 23 de septiembre de 2013

Nat


El amor no está hecho para dos. Porque siempre hay uno que llega tarde mientras el otro quiere más. Por eso no puedes enamorarte Nat. Porque te harán más daño del que tú misma podrás hacerte jamás. Además, el amor es la peor droga que existe. Comienzas sin darte cuenta y, de repente un día, te levantas y ya está. Se acabó. Y ese día acaba tu mundo y comienza la pesadilla. Porque él se va y tú, tonta, te quedas con los sacos llenos de amor roto. ¿Y qué vas a hacer? ¿Tirarlos? Pues no. Los guardas en una despensa, pensando que quizá un día él aparecerá por la puerta y lo necesitareis. Pero eso, Nat, sólo pasa en la películas. Porque yo esperé. Yo lo esperé toda la vida. Y cuando por fin nos encontramos, ¿sabes que pasó? Pues que él ya no podía querer.




martes, 10 de septiembre de 2013

La herida


Tengo la piel de buena calidad. No recuerdo haber sangrado mucho. Ni de niña. Todas las heridas cierran sin dar lugar a una cura. Y aunque aquélla era una herida grande, de bordes desiguales, cerró tan pronto como las otras. No hubo cura previa.

Se fueron posando bajo la piel miserias y daños. Al mínimo roce, brotaba la sangre sucia. Y volvía a cerrar. Y volvía a abrirse. Y se acumulaba más y más podredumbre. Llegó a dañar tanto el tejido que la rodeaba, que dejé de reconocerlo.

La ignoré, primero. Intenté adormecer el dolor, más tarde. Y por fin, en un arrebato de valentía nada característico en mí, decidí atajar aquello. Muerta de miedo, bisturí en mano, la abrí de un corte limpio. Y empezó a salir todo lo que se había acumulado a lo largo del tiempo. Dolía el brotar de la sangre. Pero también liberaba de la presión. Y, pese al miedo, no permití que cerrara. La limpié con sal, prometí cuidarla, la llené de besos.

Luego el tiempo y los cuidados fueron haciendo su labor. La piel se volvió a unir sobre lo que, ahora sí, era carne sana.

Ahora, cuando paso la yema del dedo por la cicatriz, aún tierna pero firme, recuerdo el dolor, las curas. Pero, más que nada, recuerdo el miedo a que nunca pudiera cerrarse.




domingo, 8 de septiembre de 2013

Romeo y Julieta


Quizá debería dejarlo. Quizá debería dejar de pensar de una vez por todas. No sé; hacerme bióloga y reflexionar sobre la reproducción de los cangrejos congoleños en un entorno hostil, las Galápagos por ejemplo. Dedicarme a algo que mantenga a mi cabeza alejada del hombre. No pensar más en absolutamente nada relacionado con el hombre. ¿Alguna vez han pensado la cantidad de tiempo real que los personajes de una historia de amor se pasan sufriendo? Cojan cualquiera. Cualquier relato de amor de la Historia (si les queda algo de sentido en su cabeza asegúrense primero de que tenga un final feliz para así, al menos, ser capaz de dormir esa noche). Cojan cualquier historia de amor y comprendan la cantidad de sufrimiento que desprenden los protagonistas. Hay un final feliz, por supuesto (siempre que hayan seguido mi consejo y todo esa tortura no sea más que el preludio de la muerte). La pregunta es: ¿cuánto dura ese final feliz? Y repito: ¡No lo lean!, pero pongamos por ejemplo la tragedia de Romeo y Julieta. "¡La mejor historia de amor!", según argumentan algunos. Una trágica historia de amor que es capaz de reflexionar sobre todas las pasiones humanas. Vamos a jugar un poco; cambiémosle el final. Supongamos que Romeo no es gilipollas y espera un poco antes de beberse lo que supongo sería una densa y refrescante copa de... pongamos arsénico.


Estupendo; una historia de amor que acaba bien. ¿Luego qué? Morir de amor es más fácil. ¿No tendrían peleas? Se casarían; perfecto. Pero sin su muerte los suegros de ambos seguirían odiándose a muerte. ¿Cómo serían esas cenas de Navidad? ¿Cedería Julieta yendo a casa de los Montesco y aguantaría todas sus bromas? ¿Cuánta presión creéis que ambos enamorados aguantarían antes de plantarse en el primer juzgado que encontraran por el camino y estrenar la popular tradición del divorcio? ¿Y si Romeo, además de tenerla increíblemente pequeña, era eyaculador precoz? En un par de semanas Julieta saldría sonriendo del palacio de Paris mientras Romeo, aparte de no follar, se ve asediado por las facturas que le debe al pintor que dibujo el fresco que adorna el techo de su dormitorio.

Pero Romeo y Julieta me dan igual. Las historias de amor son fáciles porque se acaban cuando el autor quiere acabarlas. Lo que no cambia es que en todas ellas los protagonistas agonizan durante cada página esperando llegar a ese final ficticio en el que toda su vida será un triunfal paseo de rosas sobre el resto de la Humanidad. Me recuerda a esos terroristas suicidas que sacrifican su vida con la fe de que les abrirá las puertas del paraíso de cien vírgenes que alguien les prometió. Hasta ese punto hemos llegado. Nosotros, los hombres, hemos llegado a elevar nuestras torturas a la razón última de nuestra existencia.

"El recuerdo de sus gemidos y el sabor de sus pies en mi boca es suficiente para que siga dándole una oportunidad al amor", debió alguien decirme alguna vez. "Me parece genial; pero ese recuerdo de lo que tú llamas amor no es más que sufrimiento continuo. Recordar algo más agradable que tu situación actual es empeñarse en sufrir". Si tuviera ese punto de ingenio ésta hubiera sido mi contestación a ese comentario imaginario.


-Romeo y Julieta. Ni idea.-



 

 


 

 

jueves, 15 de agosto de 2013

¨Regalo¨


Antes que digas nada y rechaces todo esto de pleno. Dime al menos dónde puedo encargar a alguien como tú, igualito a ti, aunque sea una copia barata, lo daré por válido. Pero encárgate de que venga con todos tus defectos incluidos en el precio. Pídeles que me plagien tu esencia, y tu estúpida forma de reírte de mí. Que hagan una absoluta fotocopia de la forma que intentas ignorarme, y hacer con que me buscas a metro por encima de mi cabeza. Lo quiero igual de artista, con la misma iniciativa, no me importa gastos adicionales. Diles que no escatimen en tus detalles, y que le jodan al copyright pero quiero calcadas todas tus palabras. Que no le cambien tu ideología, que siga sabiendo lo que quiere y hasta qué punto. Que le falten horas a sus días y venga a robármelas a mi, aunque sea de madrugada. Pídeles que encuentren la fórmula que tienes para que me sea imposible pensar que hay algo más allá de ti y nuestra circunstancia. Aprovecha la oferta y exige que me lo manden sin gastos de envío, con solo ganas de mí. Y si no es posible eso, pide al menos la garantía y asegura mi corazón a todo riesgo, porque últimamente está hecho mierda y no quiere ver a nadie que no seas tú.


sábado, 29 de junio de 2013

...


... Euforia, tormento. Noches en vela. Días inactivos. Sueña despierta delante del ordenador. Se olvida el bolso en el supermercado. Sigue de largo donde debería doblar. Habla en voz alta mientras camina sola. Planea lo que diría, o lo que debería haber dicho. Lo que le dirá en un próximo encuentro. Corre riesgos estúpidos. Dice tonterías. Se ríe demasiado. Habla lo que no debe. Revela secretos. Pasea de madrugada. Algo que le dijo él aún le resuena en sus oídos. Ve su sonrisa si cierra sus ojos. Atesora las entradas de la película que vieron juntos ¿Qué pensará él del libro que está leyendo? Un perfume despierta un sin fin de recuerdos. Una canción le provoca sollozos. Llora un promedio de cien lágrimas al día. Y duerme, calcula, unas cuatro horas por noche...


domingo, 23 de junio de 2013

Sólo alguien con las heridas cerradas...


Sólo alguien con las heridas cerradas,
sólo alguien
que ha aullado de dolor mientras las curaba
podrá mirar sin miedo
mis cicatrices

y caminar conmigo en paz.


miércoles, 19 de junio de 2013

Érase una vez...


"Érase una vez... Y al final del cuento la caperucita era una loba, la abuelita un leñador, la devoradora una asceta, la libérrima un completo compendio de dependencias, la mística una frívola empapada de temores, el incomprendido un ángel, la princesa un monstruo, el monstruo una princesa, el otro incomprendidonun diablo, la supuesta loba una absoluta caperucita y el camino entre el bosque un leñador".


sábado, 8 de junio de 2013

Perdón, perdón, perdón


Desafortunadamente, la idea del perdón lleva mucho tiempo envenenada. El perdón constituye, junto con la promesa, uno de esos gestos que mejor define la condición humana. Perdonar tiene algo, en sus orígenes, de rechazo a la fatalidad de lo ocurrido. Cuando decimos "lo pasado, pasado", estamos afirmando no sólo que del pasado lo único que podemos hacer es irnos olvidando, puesto que no hay forma de que vuelva, sino también que es la realidad más sólida, más firme, más inalterable que podamos concebir, como viene expresando en el viejo refrán popular "el pasado puede más que Dios". Así las cosas, perdonar tiene algo de rechazo, de enfrentamiento a la dictadura del pasado, a su aparente irreversibilidad. Es como si el que perdona le dijera al mundo: "Esperad un momento, que sobre este asunto todavía me queda algo por hacer".

Eso es lo que le queda por hacer al que perdona pertenece a un orden específico. Por decirlo con las palabras que utiliza Javier Sábada en su libro El perdón, en el gesto de perdonar se expresa la soberanía del yo, que, en su plena autonomía se enfrenta a otro yo. De hecho, cuando empezamos a ejercitarnos en la práctica del perdón, una de las primeras cosas que no suele sorprender es la incomprensión ajena. Pero, ¿cómo has podido perdonar semejante cosa?, se nos suele decir. En tales momentos empezamos a ver la diferencia de perspectivas: esas terceras personas nos plantean su recriminación desde un punto de vista (por ejemplo, el de algún legítimo derecho que nos asitia y al que estamos renunciando) que poco o nada tiene que ver con la naturaleza del perdonar.

Y es que el perdón fundamentalmente significa, utilizando la definición de Butler, la supresión del resentimiento. Perdonar por tanto, no equivale a olvidar (por más que tantas veces se equiparen ambos términos) ni a absolver. El perdonado no se torna inocente tras el perdón. Puede quedar, si ello está en manos de la víctima, eximido del castigo, pero ello no resulta forzoso. Quien perdona no renuncia a la memoria, sino al odio (tal vez como señalaba Arendt, se perdona a la persona, no lo que ha hecho). S desprende de esto que, si con alguna virtud tiene que ver la facultad de perdonar, es con la misericordia, aunque también mantenga un parentesco cercano con la generosidad (que es la virtud del don). Ninguna de las dos es innata: ambas se alcanzan básicamente a través del conocimiento, tanto de los otros como de uno mismo... (...)

viernes, 3 de mayo de 2013

La gente...


La gente se maquilla hasta el alma antes de salir de casa por las mañanas. Se mira al espejo y se dice: "Perfecto, ya no pareces tú. Ahora sonríe y cómete el mundo."

La gente es hipócrita, egoísta y una golfa de cuidado. La gente deshace las promesas a su antojo y, al mismo tiempo, te pide compromisos de por vida. La gente se equivoca -se equivoca mucho- y, después, no admite ni un fallo. No perdona. No olvida. No nada. Y no se ahoga tampoco. La gente... ni siquiera pierde la esperanza; por suerte o por desgracia, jamás le hizo falta fabricarla. La gente vive por y para sí misma... pero se consume sin saberlo.

Hay gente que se cree con licencia para exigir cualquier cosa del resto... Y exige sin escrúpulos. Hasta las vísceras.

... Por suerte, aún quedan personas en este mar de gente. PERSONAS, con mayúscula. Son de ese tipo de seres en peligro de extinción que prefiere en la cara el viento al maquillaje. Y que se sienten -porque a veces no todo es verse- muchos más guapos si se miran en los charcos que en los espejos.


martes, 16 de abril de 2013

Ausencia


¿Cómo convertir la ausencia en costumbre?  ¿Será como dejar la luz encendida, tanto de noche como de día, hasta que se deja de ser consciente de que está encendida? ¿O será como apagarla y no volverla a encender, ni siquiera de noche, hasta que se aprende a vivir en la oscuridad?


domingo, 14 de abril de 2013

...


Sintió que alguien presionaba sus tobillos, con el pulgar y el índice apretando en el hueso hasta que sus piernas quedaron completamente inmovilizadas. Y un cuchillo afilado recorrió su pierna derecha, desde el principio hasta la rodilla, con el mismo movimiento de la cuchilla cuando te depilas, pero esta vez rajando la piel con sumo cuidado para no olvidar ni un centímetro, atravesando las venas hasta llegar al hueso y entonces, pararon. Gritaba demasiado, tanto que cualquiera podía escucharla. Así que le rajaron los labios con el mismo cuchillo, se los rajaron en horizontal dibujando una sonrisa diabólica y en vertical hasta donde comienza la nariz. Entonces pararon. En la frente, con una navaja, le escribieron puta. La sangre descendía por su cara empapando sus ojos verdes. Y por un momento se sintió tan puta que chilló del dolor que le producía cada uno de los errores que cometió una vez y que ya no podía solucionar. Pero cada vez que gritaba las rajas de los labios aumentaban de tamaño y el dolor de culpa pasó a un segundo plano. Le cosieron su nombre verdadero en el brazo izquierdo
con un hilo azul que encontraron en el cajón de Bridget y rezó para que se quedasen así toda la vida, porque la sensación de una aguja pasando de lado a lado de la piel era mucho más agradable que cuando le rajaban el cuerpo pasionalmente. Nadie la besó, nadie le mordió los senos esta vez, nadie la violó, nadie le obligó a hacer sexo oral. No querían placer del de siempre. Esta vez no la deseaban. Ahora sólo querían devolverle el daño a base de heridas. Y lo que ellos no entendían es que cada dolor es distinto, y que el dolor físico jamás suplirá todo el daño psicológico que alguien puede hacerte cuando aún quieres.
 

martes, 9 de abril de 2013

Dicen...


Dicen que al mal tiempo buena cara, que después de la tormenta siempre llega la calma, pero que al fin y al cabo las cosas nunca cambian. Que todo lo que sube baja, pero que agua que pasa no mueve molinos. También dicen que todo el mundo merece una segunda oportunidad, pero que segundas partes nunca fueron buenas; que quien tiene boca se equivoca y que rectificar es de sabios. Que querer es poder y hace más quien quiere que quien puede, pero que quien todo lo quiere todo lo pierde, además que de donde no hay no se puede sacar. Que quien no arriesga no gana, que quien la sigue la consigue. Que no por mucho madrugar amanece más temprano, pero que a quien madruga Dios le ayuda. Que si te pica te rascas, que todo lo que escuece cura y.  Que no hay mas ciego que el que no quiere ver y mayor sordo que el que no quiere escuchar, que a palabras necias oídos sordos pero que a buen entendedor pocas palabras bastan. Que la confianza da asco. Y que quien no corre vuela, que ya se sabe que las apariencias engañan, que aunque la mona se vista de seda mona se queda y que por supuesto que no es oro todo lo que reluce. Y mira que quieres que te diga si quien avisa no es traidor, que si te he visto no me acuerdo, y que a rey muerto rey puesto...

Que más vale solo que mal acompañado.

 

jueves, 4 de abril de 2013

A un hombre que se equivocó de mujer


Querido amigo:

No sé si te alarmará mi carta cuando te veas reflejado en ella, no quisiera causarte más inquietud de la que tienes ni es otra mi intención que la de aportar con estas palabras algo de calma a tu ajetreada existencia. Vivir con la persona equivocada debe ser duro, sobre todo si la quieres, y nada te indica que la vida sin ella vaya a ser mejor. Hay que pensar que un margen de error es la única garantía de que la vida existe, que no es una mera manipulación calculada de nuestros egoísmos y que, al final, se soportan mejor los monstruos ajenos que los propios, los que nos vienen dados que los que afanosamente podemos llegar a producir. Querido amigo, tú piensas que quizás todo sería mejor si esa mujer te pusiera todos los días la ropa que has de vestir sobre la silla, y tuviera tus zapatos a punto, y supiera cocinar de modo que nada estuviera fuera de lugar, que hiciera todo eso sin que nadie lo notara, con una sonrisa tranquila y satisfecha, y luego además, tuviera su vida propia, su trabajo, sus amigos, de modo que nada te fuera reclamado, que no sintieras su presencia más que como un agradable placebo que te hace dormir, que te deja vivir sin las incomodidades de cada día. Nunca estuvo claro que fuera así, pero pensaste que quizás podrías educar a ese animal como se educa a una mascota doméstica, a cambio de una afecto tranquilo y sin alteraciones. Ahora, la mujer te sale mala y va y viene por la casa descomponiendo tu desorden y su sonrisa te exaspera y su afecto tranquilo no te tranquiliza en absoluto. La querías, pero con algo más que pan y cebolla, qué le vamos a hacer, ya se sabe que nuestras exigencias son mayores de las que nos atrevemos a confesar.

Quizás el error sea otro, y tus quejas se dirijan a su felicidad, a su libertad, a la seguridad de su amor. No parece que nada la preocupe, y eso te tiene nervioso, porque una mujer, para serlo de verdad, y para ser la tuya, ha de vivir preocupada por tu felicidad, por tu libertad, por tu amor. El precio de tu tranquilidad es su angustia enmascarada en una actitud de vigilia constante, para que nada falte, para que todo esté en donde tiene que estar, en la casa y en tu corazón. Ese agobio diario, maquillado de carmín vespertino, peluquería semanal y gimnasio matutino, conseguiría estabilizarte a ti y equilibrar vuestra relación. Pero si te sirve de algo, y si es verdad que la quieres, créeme que la única solución es devolverla a la casa de mascotas donde la compraste.

Tu mujer estará más feliz en una jaula anónima en compañía de otros solidarios semejantes, que junto a un hombre que no sabe vivir junto a ella si no es reduciéndola a la categoría de un perro que corre todo el día detrás de ti, juguetón, cuidadoso y solícito, con la lengua fuera.



domingo, 31 de marzo de 2013

Aurora


Esto que voy a contar no es más que un cuento. La pequeña Aurora creció leyendo novelas y cantando boleros. Y esperó, mientras crecía, el momento de sentir en carne propia alguna de aquellas historias. La canciones (si tú me dices ven me acostumbraré a todas esas cosas y por siempre llevaré sabor a ti) le enseñaron que el amor era uno, grande y eterno, y cuando aquel muchacho la miró en el baile un sábado por la tarde, no dudó en decir si y en jurar que le amaría siempre. No podía haber en el mundo otros ojos como aquellos, otro andar, otra voz. Creyendo que amaba como jamás nadie amó.

Aurora quiso unirse a aquel joven para siempre. Le juró amor eterno y, aunque nunca llegó a decírselo, juró también que daría su vida él si alguna vez ese sacrificio llegaba a parecerle necesario. Años más tarde Aurora supo que, por mucho que dure, el amor se acaba, y aunque el descubrimiento le dolió siguió creyendo que nunca jamás volvería a amar (solamente una vez se entrega el alma), resignándose así a la soledad y al abandono.

Claro que de todo eso hace ya mucho tiempo y el cuento que quiero contar tiene final feliz.

La joven Aurora, que ya no es tan joven mira hacia atrás y celebra que el amor no sea eterno. Ahora la tengo muy cerca con solo mirarla se lo que está pensando.

“Si aquella primera historia hubiera sido eterna, la joven que fui no se hubiera convertido en la mujer que soy, y la mujer que soy no hubiera podido conocer el verdadero amor. Cuando el me ha mirado esta mañana, he sabido que no puede haber en el mundo otros ojos, otro andar, otra voz....”

 


viernes, 29 de marzo de 2013

...


Alguien que cuando me ponga borracha me lleve a casa en brazos. Que me rompa las medias con la boca, y luego me compre otras. Que me haga el amor contra la pared y se meta conmigo en la bañera. Alguien que cosa disfraces a mis días malos y los convierta en buenos. Que no se enfade si no me entiende, si no me entiendo y lo mareo. Que me saque la lengua cuando me ponga tonta y me haga enmudecer. Que no de por hecho que siempre voy a estar ahí, pero que tampoco lo dude… Que no me haga sufrir porque sí, pero que no me venda amor eterno manoseado. Alguien que no pueda caminar conmigo por la calle sin cogerme de la mano. Que no me compre con regalos, pero que tenga mil detalles de papel. Alguien con el que me pase las horas charlando sin llegar al aburrimiento. Que no le guste verme llorar y me haga reír hasta cuando no tenga ganas. Que de vez en cuando decida perseguirme en los bares y conocerme otra vez.. Que me mire, lo mire, y me tiemblen las piernas sin remedio. Alguien que esté loco por mi, y que no me lo diga solo los días de resaca. Alguien que no me prometa futuros que me dará y sea el día de hoy lo más importante. Alguien que me eche de menos antes de haberme ido. Que si se pone animal, sea solo en la cama, y me mate a besos por la mañana. Que no se acostumbre a mí y no deje de inventar nombres nuevos para despertarme. Que si mira a otra, luego me guiñe un ojo, y se ría de mis celos de hojalata. Alguien que esté dispuesto a intentarlo. Pero sobre todo alguien que no tenga que perderme para darse cuenta de que me ha encontrado.

En definitiva...alguien que se parezca a mi, pero que no sea como yo...
 

viernes, 22 de marzo de 2013

Yo soy muy...


Generalmente, todos pensamos que poseemos varias virtudes que nos definen: somos buenas personas, somos inteligentes, somos muy sensibles y tenemos un gran sentido del humor. También pensamos que somos muy amigos de nuestros amigos (ya ves tú que mérito) o que somos muy fieles. También se llevan mucho los yo soy muy con las siguientes cualidades: yo soy muy sincero, yo soy muy fuerte, yo soy muy generoso, yo soy muy independiente, yo soy muy tolerante o yo soy muy alegre. Es más fácil contarle a los demás cómo nos gustaría ser, e intentar que nos crean, a dejarles libertad para conocernos y que saquen sus propias conclusiones. Sus conclusiones pueden estar igualmente equivocadas, pero, al menos, son las suyas y no las nuestras impuestas en otros.

Y, puestos a inventar un personaje, mejor diseñar a un buen protagonista. No vas a comenzar una conversación con un desconocido diciéndole: "ya te aviso de que soy muy mala persona, bastante egoísta y soberbia y carente de sentido del humor, pero hablemos de ti...." Y, bien pensado, lo que somos es grandes guionistas. Vamos perfeccionando nuestros personajes con los años e inventando la línea argumental que deseamos recorrer. Pero la diferencia entre ficción y realidad es que la ficción está bajo control y la realidad no. La realidad es imprevisible. Aparecen personajes secundarios (todos aquellos que no somos nosotros) que nos rompen los esquemas y trazan un nuevo rumbo sobre la trama principal. Y, por mucho que te hayas aprendido tu guión previamente, cuando esto sucede no te queda más remedio que improvisar.


La vida no tiene una sola dirección, tiene muchas. Quizá un sentido único, pero muchas direcciones. Y creo que construir minuciosamente nuestros personajes, y hacer campaña permanente, nos lleva a meternos en la rotonda más próxima y a no poder salir; a pasarnos la vida dando vueltas sobre nosotros mismos, dejando pasar la oportunidad de salir a la autopista y seguir adelante. Y una vez en ruta, tampoco será fácil. La vida no es una línea recta, no es una autopista señalizada y recién pavimentada por la que uno llega sin contratiempos a su destino. La vida es más bien una carretera llena de curvas y, según estés, puedes necesitar ir parando en cada esquina a vomitar.


En el yo soy muy, uno acaba creyéndose que, efectivamente, es así, y no hace nada para descubrir cómo es de verdad, o mejor aún, quién es. Se pasa la vida aferrado al personaje que ya ha construido sin darse ninguna posibilidad de cambio y conocimiento personal. Por eso deberíamos dejar de intentar definirnos todo el rato, y de intentar definir a los demás, para así creer que los tenemos bajo control.


Y aquí funde el negro y un rótulo blanco reza: The end. Yo soy muy hábil cerrando columnas.



miércoles, 30 de enero de 2013

¿Inocencia?


De niña pensaba que tenía poderes y estuvo a punto de romperse la crisma cuando, ataviada con una sombrilla, saltó desde el muro del jardín. No le dolió el golpe sino descubrir que no podía volar. El siguiente chichón se lo hizo al chocar, en plena carrera, contra el tabique de su cuarto. Tampoco era capaz de atravesar paredes. Esta niña no es normal, dijo su madre mientras le ponía mercromina en la frente. Claro que no, pensó ella, soy un superhéroe. Y tachó de la lista la habilidad de curar. Creció descartando la eolokinesis, cryokinesis y todas las kinesis de los cómics que leía sin darse por vencida. ¡¿Telepaqué?!, le preguntó en el recreo su mejor amiga. Olvídalo, respondió tras veinte minutos en silencio mirándose con cara de tontas. Sólo una vez creyó encontrarlo. Aquella tarde el tiempo se paró de pronto. Allí estaban sus ojos, al otro lado del pasillo. Durante unos segundos todo se movió a cámara lenta pero no ocurrió nada. Esa noche lloró la diferencia entre ser y sentirse invisible. Y hoy sigue, con su capacidad de ilusionarse intacta, buscadora de buscadores, sin rendirse jamás. Quizá, un día, alguien le susurre al oído que esos también son superpoderes



lunes, 28 de enero de 2013

Tiembla Tokio II


Leía en el autobús y, de un salto, tuve que pulsar el botón para no pasarme de parada. - Sonia, tú siempre igual, con la cabeza en otra parte -. Seguí leyendo mientras andaba, buscando la luz intermitente de las farolas.


“- Ahora mientes un poquito. Yo sé que en alguna parte del mundo tienes a una querida y que la ves cada medio año para pelearte con ella. Es muy bonito por tu parte que quieras guardar fidelidad a esta amiga maravillosa, pero, permíteme, no tomes esto tan completamente en serio. Ya tengo de ti la sospecha de que tomas el amor terriblemente en serio. Puedes hacerlo, puedes amar a tu manera ideal cuanto quieras, eso es cosa tuya. […] Amar ideal y trágicamente, oh amigo, eso lo sabes con seguridad de un modo magnífico, no lo dudo, todo mi respeto ante ello. Pero ahora tienes que aprender a amar también un poco a lo vulgar y humano.”

El lobo estepario. Hermann Hesse.


Golpe al pecho. Entré en el callejón que me llevaba directamente hasta la puerta de casa. Es un callejón bastante oscuro, con sólo un par de farolas que ni recuerdo desde cuándo llevan fundidas; no podía seguir leyendo.

¿Y si es verdad? ¿Y si lo que debo hacer es apartar de una patada a mi concepción idealista del amor? Las utopías son el camino hacia la mejora, o eso dicen… pero joder, una también se cansa de perseguir algo inalcanzable, de subir peldaños para nunca ver el final de la escalera; y este amor mío sólo me traía decepciones bajo el brazo. El problema es que no sé conformarme con menos. Busco algo que nadie puede ofrecerme; busco algo puro en un universo adulterado.

Quizás ese sea el único remedio barato y efectivo: entregarte a los placeres mundanos, a los instintos básicos. - ¿Pero qué iba a aportarme eso a mí? No seas hipócrita, eso es lo último que tú quieres -. ¡Cállate! ¡Deja de cuestionarlo! No tiene que ser tan complicado. Sabes perfectamente cómo hacerlo; esos juegos de seducción no pueden pillarte de nuevas: háblales en francés, mírales de reojo. Tú sólo limítate a sentir el pálpito profundo que se clava en el vientre; esa será tu brújula. Aprovecha, y déjate besar, ahora que todavía tienes la piel tersa, el cuerpo bonito, y todo en su sitio.
Deja que beban champagne de tus clavículas.

sábado, 12 de enero de 2013

Almas gemelas


Llevaban siglos reencarnándose juntos. Hubo vidas en las que él fue el padre y ella la hija. Otras en las que ella fue el marido y él la esposa. Incluso hubo una vez de infausta memoria en la que fueron hermanos siameses.
Lo importante es que siempre habían estado juntos.
En aquella vida algo salió mal. Él era lama tibetano y ella pastora en Anatolia. Desde niña ella sintió que algo le faltaba y cuando ese anhelo desconocido se hacía demasiado apremiante, salía de la cabaña y se sentaba en una roca mirando hacia el oriente y sólo eso la calmaba un poco.
A los quince años la casaron con otro pastor de un pueblo vecino y ella pensó que el matrimonio borraría esa insatisfacción que tenía desde niña, pero la insatisfacción no hizo más que crecer. Era como una voz interior que le dijera a todas horas que en otra parte existía otra vida.
Su marido no era mala persona y aceptaba que le habían casado con una mujer un poco peculiar. La dejaba con sus manías. Ordeñaba bien, no miraba a otros hombres y se podía comer lo que cocinaba. Peores mujeres hay en el mundo.
Una noche de otoño ella sintió crecer el anhelo por ese algo desconocido. Era como una bola en su estómago que le impidiera respirar. “Salgo un momento fuera”, le dijo a su marido.
–¿A estas horas?
–Me ha parecido oír un ruido. Tal vez un lobo esté acechando a las ovejas.
–Bueno, pero no tardes. Tengo ganas de cenar.
La luna llena brillaba en el cielo. Echó a andar hasta las dos rocas graníticas que marcaban el borde del prado. El viento ululaba y la llamaba por su nombre. Cuando hubo llegado donde las rocas le pareció que lo más natural era seguir andando.
Pasaron cuarenta años. Ahora hablaba tibetano, sabía ordeñar yaks, conocía varios ritos tántricos, su cabello estaba blanco y ya no sentía ningún anhelo. Entró en la cabaña. Su marido estaba sentado a la mesa.
–Has tardado bastante.
–La noche estaba tan agradable que me olvidé del tiempo. Me puse a andar y me alejé demasiado.
–Está bien. ¿Podrías preparar la cena? Tengo hambre.
 



 

miércoles, 9 de enero de 2013

Desprendimiento de rutina


Acostumbrada a los mapas, esta vez,
por vez primera, voy a ciegas.
Acostumbrada a la compañía, esta vez,
por vez primera, voy a solas.
Dan ganas de decir: «si lo llego a saber no vengo»
si no fuera porque lo que ahora sé
es que siempre estuve aquí,
que en realidad nunca hubo mapas
ni compañía.
Porque lo que ahora sé
es que sólo a ciegas y a solas
–desprendida dolorosamente la rutina–
podré oír mi propia voz una mañana
despertándome por fin de este sueño dentro de un sueño dentro de un sueño
en el que me dan ganas de decir a cada rato, asustada:
«si lo llego a saber no vengo».

lunes, 7 de enero de 2013

Propósito de año nuevo


Aprender a vivir en un olmedo
y al mismo tiempo,
saber cuándo tengo que marcharme
con viento fresco
(a ser posible favorable),
con mi música (y el resto de mis cosas, claro)
a otra parte.