jueves, 4 de abril de 2013
A un hombre que se equivocó de mujer
Querido amigo:
No sé si te alarmará mi carta cuando te veas reflejado en ella, no quisiera causarte más inquietud de la que tienes ni es otra mi intención que la de aportar con estas palabras algo de calma a tu ajetreada existencia. Vivir con la persona equivocada debe ser duro, sobre todo si la quieres, y nada te indica que la vida sin ella vaya a ser mejor. Hay que pensar que un margen de error es la única garantía de que la vida existe, que no es una mera manipulación calculada de nuestros egoísmos y que, al final, se soportan mejor los monstruos ajenos que los propios, los que nos vienen dados que los que afanosamente podemos llegar a producir. Querido amigo, tú piensas que quizás todo sería mejor si esa mujer te pusiera todos los días la ropa que has de vestir sobre la silla, y tuviera tus zapatos a punto, y supiera cocinar de modo que nada estuviera fuera de lugar, que hiciera todo eso sin que nadie lo notara, con una sonrisa tranquila y satisfecha, y luego además, tuviera su vida propia, su trabajo, sus amigos, de modo que nada te fuera reclamado, que no sintieras su presencia más que como un agradable placebo que te hace dormir, que te deja vivir sin las incomodidades de cada día. Nunca estuvo claro que fuera así, pero pensaste que quizás podrías educar a ese animal como se educa a una mascota doméstica, a cambio de una afecto tranquilo y sin alteraciones. Ahora, la mujer te sale mala y va y viene por la casa descomponiendo tu desorden y su sonrisa te exaspera y su afecto tranquilo no te tranquiliza en absoluto. La querías, pero con algo más que pan y cebolla, qué le vamos a hacer, ya se sabe que nuestras exigencias son mayores de las que nos atrevemos a confesar.
Quizás el error sea otro, y tus quejas se dirijan a su felicidad, a su libertad, a la seguridad de su amor. No parece que nada la preocupe, y eso te tiene nervioso, porque una mujer, para serlo de verdad, y para ser la tuya, ha de vivir preocupada por tu felicidad, por tu libertad, por tu amor. El precio de tu tranquilidad es su angustia enmascarada en una actitud de vigilia constante, para que nada falte, para que todo esté en donde tiene que estar, en la casa y en tu corazón. Ese agobio diario, maquillado de carmín vespertino, peluquería semanal y gimnasio matutino, conseguiría estabilizarte a ti y equilibrar vuestra relación. Pero si te sirve de algo, y si es verdad que la quieres, créeme que la única solución es devolverla a la casa de mascotas donde la compraste.
Tu mujer estará más feliz en una jaula anónima en compañía de otros solidarios semejantes, que junto a un hombre que no sabe vivir junto a ella si no es reduciéndola a la categoría de un perro que corre todo el día detrás de ti, juguetón, cuidadoso y solícito, con la lengua fuera.
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mudo me he quedado...
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