martes, 19 de enero de 2010

Las reglas del juego

Todos sabemos que el corazón no atiende a razones, y que sus asuntos circulan a través de senderos muy lejanos al racionalismo o al sentido común. La euforia de enamorarse tiene lenguajes únicos y personales, donde la química, la piel, incluso las hormonas ocupan un lugar clave para que surja y se desarrolle toda la mecánica del deseo, y la pasión supere la voluntad o el instinto de seducir. De la misma manera que sin buscarlo un día topamos con el hombre de nuestra vida y sus ojos nos quedan marcados a fuego para la eternidad, también nace en nuestro interior la necesidad de tenerlo en exclusiva, de no permitir intromisiones, y vamos creando cada cual a su estilo, ese “derecho” de no compartir. A partir de aquí, la pareja construye su mundo y sus reglas de juego, tan claras como vulnerables, tan firmes y frágiles como les permiten la sumisión a los vaivenes de los sentimientos y el compromiso, y tan complejas como el propio ser humano. Porque el hecho de quererse no es estático sino evolutivo, con toda la fluidez de la que es capaz de sorprender, a los dos, la vida. Y porque el devenir diseña la perspectiva hacia la que se dirige el presente desatando los nudos que habíamos planificado para el futuro. Por ello hablar de fidelidad y de infidelidad, así generalizando, roza casi lo frívolo. Y eso que durante mucho tiempo nuestra sociedad ha medido el adulterio con distinto rasero (un desliz en ellos; una traición con categoría de delito, para ellas), y a pesar de esas estadísticas que señalan que el acceso de la mujer al trabajo, al poder, la hace más tolerante ante la infidelidad e incluso, dicen, más proclive a ella. Los conceptos que se barajan alrededor del término: sexo, aventura, celos, ultraje, honor, culpabilidad, resentimiento, inician normalmente un viaje de difícil retorno.

¿De qué hemos de hablar entonces: de fidelidad o de lealtad? Un tema de debate, un tema de siempre pero de rabiosa actualidad por los adúlteros y adúlteras que son noticia y que evidencian el complejo mundo de las relaciones, de la moralidad, de los dobles juegos, y de una sociedad que acostumbra a moverse por apariencias. Seguramente, ninguno de nosotros estamos preparados para teorizar. Yo la primera. Porque cada caso es particular y excepcional, y lleva carga detonante capaz de hacer tambalear las estructuras más sólidas, y porque reducirlo sólo al sexo es una postura simplista.

La infidelidad suele llevar como bandera la libertad, mientras que la fidelidad se cobija en el estandarte de la honradez y de la lealtad, cuando esas superposiciones no son reales, sino siempre justificativas.

Porque fidelidad e infidelidad se amarran en raíces más profundas, de la personalidad, de las inclinaciones, de la cultura recibida y aprendida, y, en fin, de la vida misma. Algo mucho más determinante que cualquier conducta políticamente correcta.