viernes, 10 de mayo de 2019

Mi vez contigo.


Te guardo, te guardo vibrando dentro de mí como si aún fuese ayer. Y deseo que haya amor, amor del bueno, amor del que dura una eternidad, amor de ese que queda en el bolsillo cuando todo se ha acabado.

Me gustarÌa poder arriesgarme, lanzarme sin paracaídas sobre tu cintura y esperar a que ocurra algo fantástico entre los dos. Y tú también lo harías. Y cerraríamos los ojos para no ver el barranco, y si la cuerda se tambalea, no miraremos abajo para no volver atrás. Porque volver atrás a veces significa regresar, y regresar contigo es retroceder. Y yo no quiero borrar lo escrito, no quiero desordenar lo establecido, no quiero perder los besos que nos dimos porque ahora mismo es lo único que tengo, lo que me une a ti.

Somos eso, te bese quien te bese, mi aliento siempre estará en tu clavícula y mi mano descenderá desde tu pecho hasta tus tobillos rozándote cada milímetro. Tu olor no se irá de mi piel, aunque desaparezca por la mañana, a medianoche volverá y volveré a sentirte como si fuera esa vez, esa vez contigo, ese amor finito que nos fumamos un miércoles y que guardaré hasta el domingo.




viernes, 5 de abril de 2019

Alguna cosas que no me gustan de la vida


A veces la vida no es lo que una se imagina. Porque una jamás piensa que le van a suceder según que cosas en un momento en el que podría ocurrir cualquier cosa excepto eso, y de repente sucede y te quedas literalmente en bragas.

A mí, por ejemplo, nadie me dijo que iba a echarte de menos. Nadie me dijo nunca que extrañaría con cada poro de mi piel a un ser como tú. Y sin embargo, aquí estoy, arrancándome el corazón a bocados para dejar de pensarte, leyendo tus palabras una y otra vez para olvidar que estás tan lejos que, por mucho que extienda la mano, no alcanzo a tocarte.

 La vida es algo que está ahí, y los seres humanos somos tan ingenuos que nos creemos con el poder de controlarla, de controlar nuestras vidas, cuando probablemente sea una de las cosas más imposibles que encontraremos jamás. Incluso creo que es más fácil llegar a controlar la vida del contrario que la propia.
Tampoco hay una respuesta para todas las preguntas. Eso quizá es una de las cosas que más detesto de vivir. Me gustarÌa que la vida estuviese ordenada, que todo se pudiese colocar en el sitio perfecto, por categorías, como los libros de Marian Keyes en la biblioteca o los compac-disc de Vetusta Morla y Cabaret en el estante. Sin embargo, no se puede. Es imposible. Mientras más te empeñas en ordenar lo que vives, más desorden creas.

Supongo que los seres humanos jamás aceptaremos que hay una serie de cosas que se nos escapan de las manos. Que una no puede estar aquí y allí a la vez, que tienes que elegir y eso conlleva una serie de consecuencias que están muy lejos de poderse colocar en cualquier estante.



lunes, 18 de marzo de 2019

...


¿Sobre mi? Bueno, soy la única persona del mundo que siempre estuvo conmigo. Y cuando digo siempre,  quiero decir siempre.  Jamás me abandoné. Cuando hacia algo mal, ahí estaba yo para empatizar y buscar alguna solución. Cuando hacia algo bien, ahí estaba yo para darme una palmadita en la espalda.

Estuve conmigo en los peores momentos, y en los mejores también. En tardes de aburrimiento, en noches de besos, en mañanas de té y pan. De pan y té. Y, sin embargo, pese a haber convivido conmigo más de 40 años,  24 horas diarias,  tengo que admitir que no me conozco ni un poquito. En absoluto. No sé quién soy. Ni qué hago aquí. Quiero decir, que conozco a todos esos desconocidos mejor que a mí misma. A todos esos que no estuvieron en las malas, ni en las buenas, ni en las regulares. ¡Yo los conozco! Se los aseguro. Y sin embargo a mí... Bueno, sí. Podría hacer una lista con virtudes y defectos. Y cuando voy por ahí, sé ver las cosas que me gustarían y guardármelas en la mente para, al llegar a casa, contármelas. Pero para todo lo demás... Quiero decir. Para todo lo demás, soy una completa desconocida.

domingo, 17 de marzo de 2019

Un día más


Qué necesitamos para convertir en inconfundible un día; para hacerlo destacado y distinto de los otros, que se apilan en la niebla común de nuestra vida? ¿Que sea el primero, o el último? ¿Que se consagren en él el amor o la dicha inolvidable?

 Un día tras otros esperamos que suceda algo grande; algo que señale con piedra blanca y decisiva una fecha; algo que subraye con un círculo fosforescente una cifra de nuestro mediocre calendario. Sin embargo, lo más grande que nos sucede y nos sucederá es la vida. Sobre ella, como sobre una mesa transparente, depositamos objetos, posesiones, sentimientos, anhelos: cosas bellas o feas, pero cosas al fin. Sin la mesa, todo sería añicos. En la vida, el camino vale más que la posada. Todavía más: el camino es la posada. Pero nosotros nos esforzamos en conducir la vida, en comprimirla, en trocearla, en sacarle partido, el nuestro, tan pequeño, tan distante del suyo (desconocido y probablemente misterioso y sencillo lo mismo que el verano). Nosotros procuramos transformar la vida en instrumento, cuando ella es lo absoluto: ella es su propio fin, no un medio nuestro. Porque no somos protagonistas, sino unos inquilinos en precario, continuamente a dos dedos del desahucio.

 El falso concepto del deber nos atribula la existencia y nos la empequeñece. Queremos engrandecernos con él, y lo que conseguimos es todo lo contrario. De ahí el secreto atractivo que sobre los severos ejercen las ovejas negras, la extraña simpatía que suscitan los balas perdidas, esos seres que tachamos de vividores, entre la envidia y el desdén, porque a ojos vista cumplen su más alta misión: la de estar vivos a costa de cualquier sacrificio, suyo o lo de los demás. ¿Quién no ha experimentado, en un día cualquiera, la incógnita satisfacción del deber incumplido, de la entrega con los ojos cerrados y desmemoriados a la vida desnuda? Si somos una gota de rocío sobre una brizna de hierba, ¿por qué abandonarnos a la mañana azul, que nos sostiene a la vez que nos consume? Porque cada rocío y cada hierba son tan irrepetibles como la golondrina que dejamos de ver. Somos nosotros quienes nos empeñamos en confundirnos e igualarnos; en confundir e igualar nuestros días, en desvivirlos y anonadarlos.

 Los buenos días perdidos en la espera de un improbable día majestuoso, que acaba por no llegar, o por llegar demasiado tarde, ay, cuando nos habíamos quedado adormecidos por la monotonía.

Desde hace siglos se nos está advirtiendo: carpe diem, se nos está invitando a exprimir hasta el límite el escaso limón de nuestra vida. A cada día le basta con su propio afán, proclama el evangelio, y es su mejor mensaje. Vemos un hormiguero como una oscura y confusa sucesión de hormigas, abrumadas bajo su carga, todas idénticas, todas inexplicables, todas mudas. Sin embargo, cada una tiene su misión y su compromiso, su fatiga y su ansia, su instante y su tarea. Pero nosotros nada comprendemos. Y bastaría fijarse bien, observar de más cerca, no dejarse engañar. Así los días. Cada vida, por mínima que sea, ¿quién designa y quién nombra los tamaños?, es trascendente. Sin ella, la naturaleza no sería como es, ni estaría completa. Si cualquier ser es una gota de rocío que dura lo que dura la noche; si una gota de rocío no es nada apenas en mitad de la noche, ¿no es verdad asimismo que inextinguiblemente la noche se repetirá, y el rocío y la hierba, pero nunca esta noche precisa, ni este rocío, ni esta pequeña brizna?.

 Porque la vida es la que hace ser día, y noche a cada noche, y no se acaba nunca. Porque lo que una vez sucede para siempre, y todo lo que existe murió ya alguna vez, y lo que una vez ha muerto no volverá a morir.



viernes, 15 de marzo de 2019

El alma en carne viva


Se araña el alma. Como cuando con tus bonitas uñas largas arañas la pared del ascensor y el viento comienza a chirriar. Como cuando frotas un tenedor o un cuchillo con un plato hondo y el sonido que produce hace vibrar hasta el último de tus dientes. Como cuando estás contando algo y de repente te muerdes la lengua y tienes que estar unos minutos con un dolor acojonante y la otra persona desternillándose de risa. Como cuando peleas hasta la muerte y te mueres. Algo así. Algo así es lo que pasa con el alma cuando nos hacen daño.

Y claro, como está tan adentro, como el cuerpo físico no nos permite verla, no podemos colocarle tiritas. Y la llevamos a la calle en carne viva. Porque una no puede dejar el alma en casa y salir sin piel. No puede. Eso es una utopía.

La gente sale con el corazón tiritando y el alma desnuda, en carne viva, sangrando y envolviendo de dolor cada extremo del cuerpo. Y luego en casa, al llegar, la gente se pone paños calientes en el pecho y bebe mucha agua, para purificarse, para limpiarse por dentro. Una tontería. Como si el simple hecho de que introduzcas algo sano en tu cuerpo fuera a eliminar lo insano, lo destrozado, lo que ya no queremos.

Además. Todo el mundo quiere tener alma. Aunque esté destrozada. Nadie se atreve a arrancársela. Porque entonces no vives. Porque entonces no sientes. Porque entonces no entiendes. Porque entonces no dueles.

Y a nosotros, masoquistas del siglo XXI, nos encanta la sensación de pasear por la calle con el alma partida en dos. Los humanos, ahí donde nos ven, estamos completamente enamorados del dolor.



miércoles, 6 de marzo de 2019

La historia de cuando el universo me abandonó


Lo sabia. No me preguntes cómo, ni por qué. Simplemente lo sabía. Y no hice caso. Me salté la lógica y me guardé las voces que me decían que no diera un paso más al frente en los bolsillos.

Ignoré al mundo que me ponía piedras por el camino para que no avanzara, abrí puertas que no debía haber abierto. Y pasó. Pasó lo que yo sabía que pasaría.

Y entonces me sentí tremendamente estúpida. No puedes imaginarte ni por un sólo momento lo estúpida que me sentí. Todos aquellos avisos, todos aquellos intentos por parte del mundo y de la parte cuerda de mi cerebro para que no tropezara, los mandé al garete. Me los salté. Y tropecé. Y fue el tropiezo más grande que he dado jamás. Me caí entera. Y cuando me quise levantar, noté algo denso encima de mi cuerpo que me lo impedía. Y todas esas malditas voces se desternillaban desde los bolsillos. Las oía decirme lo estúpida que había sido. Y luego simplemente se marcharon. Se marchó la lógica, y el mundo se llevó sus piedras, y las puertas se fueron a un lugar en el que la gente no las abriera.

Y me quedé sola. Sola con la densidad de la nada, de la estupidez humana. Sola yo y mi estupidez. Y me prometí empezar a hacer caso a las señales que el universo me mandaba. Pero nunca volvió a ayudarme. Desde entonces tengo que hacerlo todo solita. Y es muy difícil. No sabes cuánto. A veces creo que simplemente me perdí. Que jamás volví a encontrarme. Que me quedé allí, en medio de un tropiezo inexplicable.


martes, 5 de marzo de 2019

Chemiliquatre


Me gustaba todo. Y cuando digo todo, es todo. Me gustaba hasta cuando se ponía hecho un chulo y me llevaba la contraria. De hecho, cuando se hacía el estúpido era cuando más cachonda me ponía.

Tampoco es que deseara estar discutiendo todo el rato con él, en absoluto. De hecho, luego me daban unas bajadas impresionantes. Bajadas anímicas, digo. Porque, por muy cachonda que me pusiera, a mí nunca me ha gustado discutir. Pero tenía como un algo diferente en la cara cuando me recriminaba mi comportamiento, yo que sé. Probablemente era esa forma de arquear los labios, o quizá su manera de mirarme fijamente...

 Creo que su voz, el cambio de su voz cuando discutíamos, también tuvo mucho que ver. Fuera lo que fuera, a mí me encantaba discutir con él.



domingo, 3 de marzo de 2019

Sin fecha de caducidad


Aparece de súbito y suele cogernos por sorpresa.  El verano está hecho para deslumbrar, para vivir, para soñar. Solemos renovarnos en verano, cuerpo y mente al sol, ya también de enamorarse sin medida, encaprichadas por un mar y con todas las horas del mundo para gastar a placer. Parece que nada es imposible o efímero, y es cuando los deseos toman forma y sabor a conocido, nos descubrimos distintas e incluso a veces nos lanzamos a vivir sin aliento, ni límites, ni protección. Solemos también desperezarnos de las formas convencionales y abandonamos de repente esa máscara, más o menos afortunada, con la que nos andamos protegiendo de los demás, e incluso de nosotras mismas. El ocio nos induce a dejarnos llevar, a ser de verdad.

Tengo una amiga que ha hecho añicos esa máscara de tragedia griega y a sus treinta y ocho años ha descubierto que su reloj biológico se acopla perfectamente al de su pareja, que tiene sólo veinticinco. Sus mañanas han recuperado el sabor a rocío fresco y ha cambiado su crema nutritiva por grandes dosis de cariño sin adulterar.

Cuando se conocieron tuvo que luchar para sacarse de encima el complejo de profesora aventajada, pero pronto se dio cuenta que en el aprendizaje de la vida poco tiene que ver la edad y que existen razones incomprensibles para que la magia del amor nos lance por caminos frondosos, desconocidos, a los que antes le habíamos negado el paso. Qué poco cuentan en eso de la pasión el sentido común y las explicaciones argumentales o repletas de razón. El amor no atiende a frases grandilocuentes, ni a fechas de calendario, ni luce marca de caducidad. El verdadero tiene la cualidad de hacernos sentir libres, por encima de prejuicios sociales y de malintencionados que buscan sin tregua (y no suelen hallar) la felicidad. Tampoco sabe de clandestinidades ni citas furtivas que lo indignifican, ni vive de promesas y de palabras huecas. Ni de vacío y soledad. Sencillamente, es,  sabe a miel y roba las horas al destino.

Ellos se reconocen amantes y construyen con la ingeniería de los sentimientos su futuro. Tampoco ella se plantea que sea la “última conquista”. Amar a un hombre más joven significa romper esquemas preestablecidos y recuperar la autoestima con muchas dosis de valor. Ya no puede estar mal visto o ser motivo de cuchicheos. Los prejuicios sólo pueden quedarse en el cajón de la memoria, de tiempos de censura y de incomprensión. Por eso ella le ha puesto nombre y apellidos al deseo y se ha olvidado de los números. En su particular paraíso, su verdadera conquista son los sentimientos. La última vez que la vi, me contó que jugaban al escondite por las esquinas de sus cuerpos y se reconocían las almas. Supe entonces que ya había hecho añicos su carnet de identidad.


viernes, 1 de marzo de 2019

Escribir a espaldas de mí misma


Ya que el deber tiránico me exige
 
Que yo te oculte mis tristezas íntimas,

Para poder hablarte y conmoverte 

Voy a escribir a espaldas de mí misma.




Este fragmento de soneto pertenece a Juana Borrero, poetisa cubana nacida el 18 de mayo de 1877 en La Habana, y fallecida, antes de cumplir los 19 años, el 9 de marzo de 1896, en el exilio de Tampa. Su paso por el mundo fue corto, pero profundo. Su padre, Esteban Borrero era el director de uno de los periódicos más importantes de la época "La Habana Elegante". Los Borrero eran una familia de renombre en Puentes Grandes, en la ciudad de Extramuros. Juana comienza a componer sus primeros poemas, a los cuales ella tituló "Rimas y versos infantiles", a la edad de 7 años. A los 13 envía, de forma anónima, un poema cargado erotismo al periódico de su padre. La gente queda conmocionada y muchos se preguntan escandalizados a qué apasionada mujer esconderá el seudónimo, sin sospechar que se trataba, nada más y nada menos de una niña en el paso hacía la pubertad. La casa de la familia Borrero reunía en tertulias a la crema y a la nata de la intelectualidad cubana. Una noche aparece un nuevo visitante, otro poeta refinado, Julián del Casal. Nuestra poetisa, a los 13 años, queda firmemente enamorada de este hombre mayor que ella. El poeta se da cuenta de la fascinación peligrosa que ejerce sobre la muchacha, intenta explicar su desamor. El es homosexual, ella se arma de un puñal y apunta hacía los testículos del hombre. Finalmente baja los brazos, cede al imposible, y se marcha cabizbaja. Ella pasará noches en vela, a un instante de morir de desamor, escribiendo y escribiendo madrugadas interminables.

Al tiempo conocerá a su prometido, otro poeta, Carlos Pío Urbach, quien será asesinado en el campo de batalla, durante la guerra de la independencia. 

No por gusto elegí a esta apenas conocida figura de la literatura cubana. Intensa, lúcida, apasionadísima Juana Borrero no abandonó la escritura ni un solo día de su poca existencia.

Fijemos que interesante verso: Voy a escribir a espaldas de mi misma. Es decir, a pesar de si, de su condición, de ese deber tiránico que exige, el cual impide poder hablar para conmover al otro, al amado. O simplemente a ese otro en sentido general que no es capaz de apreciar, debido a la condición femenina, su don de saber nombrar las cosas con la pluma reventándosele de ternura, de confidencias, de tristezas, de odios, maldiciones y erotismo. Al final afirma que ha escrito un relato, y suplica al amante que lo guarde, y ha debido hacérselo ella misma, puesto que no se ha visto retratada en los ojos oscuros de los de él. Es decir, ya que ninguno, en masculino, ha sabido contarle lo que ella desearía contar sobre sí misma. Al leer este poema, interpreté que la poetisa quiso reivindicar el derecho a contar su universo, por necesidad sentimental y reafirmación profesional. 

Soy de la opinión de que la literatura no tiene sexo a la hora de las valoraciones. La literatura no debiera clasificarse en masculina ni femenina. La literatura es buena o mala. Lo cual no impidió a Gustave Flaubert escribir Madame Bovary, y de otra parte Marguerite Yourcenar construir las tramas de dos de las novelas mas grandes del siglo pasado Memorias de Adriano y Alexis o el tratado del inútil combate. Mucho se habla del invento comercial de la literatura escrita por mujeres.

Aplaudo ese invento pues siempre ha habido mujeres lectoras y escritoras. No es que haya un boom de la literatura femenina es que hay un boom de la buena literatura, prueba de que los libros profundos continúan imponiéndose por su belleza y su osadía. Sucede que la literatura asume con entera libertad tópicos inesperados, puja cuerpos multicéfalos, ¿De qué nos extrañamos al haber acabado un siglo seducido por lo monstruoso? No puedo negar que me sorprende cada vez que debo enfrentar la pregunta inevitable: ¿ Seguirá usted escribiendo sobre mujeres y sexo? ¿ Es que a Flaubert le habrán jodido con lo mismo? Lo dudo. Nadie preguntara a los novelistas hombres si seguirán escribiendo sobres hombres y sexo, nadie les cuestionara el erotismo impregnado muchas veces de violencia barata y de despotismo.

Agua


Estoy atrapado. Me cuesta respirar, pero no porque me falte el aire; creo que es la tensión. Estoy aquí, escribiéndote, porque quiero que estés conmigo. En más de una ocasión me ha parecido verte a mí lado. Pero no puede ser. No es posible; estoy en un ascensor. 

Esta situación llega incluso a parecerme cómica, alguna risita histérica borbotea de vez en cuando por los labios de mi mente.

 Creo que me estoy volviendo loco. Me vuelvo loco y tú no estás conmigo para ayudarme; aunque ya te veo a todas horas. Quiero que estés aquí. Deberías verme, te sorprenderías: siempre he pretendido ser elegante, gustarte continuamente. Ahora estoy tirado en el suelo, encorvado sobre la hoja de papel en la que te escribo, iluminado sólo por una tenue luz de emergencia. 

Esto es muy pequeño. No hay posibilidad de estirar las piernas. La única forma es ponerme de pie... pero no puedo, estoy demasiado cansado, demasiado aturdido y en estos días (casi tres) he tenido tiempo suficiente de pensar en ti, en mí: en nosotros.

He pensado tanto que ahora las ideas se escapan por mi boca abierta, atravesando la barrera que forman mis temblorosos labios. 

Después de todo el tiempo que ha pasado estarás preocupada por mí. Sé que me buscarás incansablemente, junto con mi familia y amigos. Cuando todo el mundo abandone, tú seguirás intentando encontrarme. Pero llegará un día en que ya no puedas más. Espero que eso ocurra pronto, no quiero hacerte perder el tiempo inútilmente. No dije a nadie a dónde iba; fue un grave error no haberlo hecho. Nadie me buscará aquí. Es curioso mi final. Muy curioso. 

Debo de estar hecho un asco. Mi propio olor empieza a repugnarme, hace un calor infernal. Y mí pelo..., me arranco mechones con una espantosa facilidad. Mí barba empieza a hacer de las suyas y tengo los ojos tan hinchados que me cuesta mantener la vista fija en la pluma cuando te escribo. Los ojos se me cierran; pero no quiero dormir, no hay tiempo. 

Tengo miedo. Me cuesta confesarlo pero tengo mucho miedo.

Estoy compartiendo mí ascensor con el hambre, con la sed y, sobre todo, con la Muerte; pero a lo que de veras tengo miedo es a no volver a ver tu cara, esos ojos llenos de vacío, tan profundos; tu pelo largo y tu eterno rostro de niña adulta. 

A mi lado, y un poco por encima, hay un espejo que ocupa casi todo el panel lateral. No quiero mirarme en él, me asusta pensar qué me encontraré. Quizá no sea yo quien resulte reflejado, ni tan siquiera tú... Puede que sea incluso la propia Muerte, esperándome con los brazos abiertos, invitándome a entrar en su mundo de pesadilla y a permanecer sin ti por toda la eternidad. Esto no puede estar ocurriendo. No es lógico. 

Es totalmente absurdo. Si en estos días he tenido tiempo más que suficiente para echarte de menos..., ¿qué no haré en la eternidad?. 



Desde que estoy aquí no he pedido ayuda; es absurdo. Mí "edificio" tiene cuatro plantas, es el único con esa altura en este pequeño pueblo (el único, por tanto, que tiene ascensor). 

Aquí ya no hay nadie, yo soy el último en la pequeña villa que me vio nacer; ahora será testigo excepcional de mi desaparición. Siempre quise ser enterrado en este lugar. 

Mi ataúd será sin duda y por derecho propio la envidia de todos los que pueblan el cementerio. 

Es curioso saber donde me quedé atascado: entre el primer piso y el bajo. Muy cerca del final. Esta es otra broma más del destino. La última. 

Sé que estoy escribiendo porque noto movimiento en la mano. Mis ojos ya están medio cerrados y mí cuerpo se coloca ahora en posición fetal. Escribo ya por inercia. Escribo sólo porque lo hago para ti; y continuaré escribiéndote hasta que mí brazo pierda el sentido, incluso si lo hace después que el resto de mí cuerpo. 



Sé que por ti haría cualquier cosa, pero ahora soy yo quien necesita ayuda. He tardado mucho en reconocerlo, pero así es. Me estoy muriendo, ¿Sabes?; me estoy muriendo y en lugar horrible, grotesco hasta la desesperación mas absoluta. Pero si aún sigo vivo es por ti; todo el mundo tiene algo por lo que seguiría viviendo y en este caso ese algo eres tú. Poco a poco me estoy sumergiendo en la oscuridad; esa oscuridad palpable, apelmazante. Es la muerte quien me rodea; no hay duda. Me estoy hundiendo en la nada; estoy preparando mis maletas para hacer un largo viaje. El billete es sólo de ida. 

Recuerdo cómo tú y yo hemos disfrutado hasta ahora, lo bien que hemos vivido sin pensar en la muerte y ahora los dos pensamos en la mía. Mí vida está pasando, como se dice comúnmente, en imágenes ; una vertiginosa sucesión de ellas. Y todas, una tras otra, pasan por delante de mis ojos hinchados, cerrados..., y me producen dolor: físico y mental. Ahora los dos son uno sólo, forman un sólo dolor que me parece no sentirlo ya. 



Las imágenes con sencillas, únicas, simples; son como fotografías donde salimos tú y yo en primer plano. Son los instantes que han marcado estos últimos meses de mi vida contigo. A tu lado. Fotografías..., sólo fotografías: En alguna parte he oído que son el resumen de toda una vida. Si en ellas sólo estás tú, significa que toda mi vida se resume en ti, que gira a tu alrededor. 

Es una lástima, yo no he visto aún la "Luz Celestial" que se ve y se siente al fondo de un largo túnel cuando uno está a las puertas de la Muerte. Aún no las abren para mí, no quieren dejarme entrar todavía. Todo esto es como un sueño, como una pesadilla, donde el único camino posible para salir de él es meterse en otro, el último, el definitivo. Ya estoy ansioso por acabar todo esto, me agota esta interminable espera. 

Y lo peor de todo es que creo que ya me he vuelto loco. 

Las horas caen sobre mi con cuentagotas; su sonido es una auténtica tortura. 

El único contacto que mantengo con el exterior es mi reloj. Por lo visto, está amaneciendo. 

Para el mundo aún es temprano; para mí es demasiado tarde. 

Y Yo aún sigo escribiendo. Conociendo mí final, mí única y estúpida preocupación real es que se acabe la tinta de mí pluma y no pueda seguir escribiéndote. Escribir es mí única salida, lo único que consigue relajarme, aún en lo precario de mí situación. 

Ante todo, no me olvides, y no olvides esto que te escribo, porque es sólo para ti. Pero sé que nunca llegará a tus manos. Nunca saldrá de las mías. Todo esto no tiene ningún principio, el fin está aquí al lado, a la vuelta de la esquina, yo sólo soy un viajero lento, un turista rezagado. 



Agua. 

Ya hace tiempo que noto cierta humedad en el ambiente. Una delgada capa de agua se ha formado en el piso del ascensor. Un líquido que fluye libre en todas direcciones y por cada grieta del edificio. 

Agua 

Ahora recuerdo qué fue lo me trajo aquí, había abandonado mí casa hacía tiempo y sólo he vuelto para recuperar algo mío que dejé olvidado. Al final no lo encontré, apuré el tiempo al máximo y salí corriendo del piso porque había oído, a lo lejos, una sirena que avisaba por última vez que todo aquel que pudiese estar aún en el pueblo debía irse. El desalojo fue motivado por el trasvase de un pantano a varios kilómetros de distancia y situado sobre el nivel de asentamiento del pueblo. Debía irme. No había tiempo. Me metí en el ascensor. Era el medio más rápido de bajar. Pero alguien cortó la electricidad inconsciente de lo que hacía y por eso estoy aquí ahora, perdiendo fuerza en mí mano y esperando morir rápido, antes de que el nivel del agua me ahogue; no quiero morir ahogado. Debe ser horrible la sensación de no poder respirar; que los pulmones se llenen de agua y que sea sólo cuestión de segundos dejar esta vida. 

Lo peor es la angustia que me produce conocer mi fin. Quizá si no hubiera venido por aquí estaría contigo, haciéndote compañía en cualquier parte sin otra preocupación que seguir con nuestra vida. Juntos. Siempre. 

Pero estoy aquí. Es algo que no tiene remedio. 

Voy a morir. Y seguramente ahogado. 

Ya tengo más de tres centímetros de agua a mí alrededor. A lo lejos puedo oír el rugido de un torrente que se acerca rápido, rápido y furioso, destruyendo todo aquello que se interpone en su camino, lo que un día fue mi hogar.



Agua 

Mí boca está ya oculta bajo el agua y mí nariz no aguantará ya mucho tiempo. Soy incapaz de levantar la cabeza; en realidad quiero acabar pronto. Durante estos días he pensado en lo ridículamente sencillo que resulta perder la vida. 

¿Por qué me ha ocurrido esto a mí?, me pregunto una y otra vez. 

¿Y por qué no?, es lo que obtengo por toda respuesta. 

La muerte es mi única forma de salvación. Llevo días esperándola. 

Agua 

Admitir que se quiere morir es casi un suicidio. La vida es como una carrera donde no recibe el trofeo quien primero llega a meta, sino quien lo hace en último lugar; yo, simplemente, no tengo fuerzas para seguir corriendo. Estoy demasiado cansado para continuar luchando por nada. Y lo que es seguro es que no podré hacerlo solo. 

Me gustaría que supieras lo que de verdad has significado para mi. Quiero que recibas esto que te escribo pero sé que no será posible. La única y última alternativa es hacer con este papel un barquito, y dejarlo flotando a la deriva de un extremo a otro de la cabina. Una idea estúpida, ¿verdad?, pero es que, a estas alturas, y en la posición en la que me encuentro, resulta aburrido ser lógico.



Agua 

Bueno, ya me despido. Por las comisuras de mis labios entran ya cantidades respetables de agua que me inundan gota a gota los pulmones. El agua es pantanosa, putrefacta; es agua parada, de charca, con un olor insoportable... 

Pero no quiero despedirme así, lo haré escribiendo la frase mágica que lamentablemente no he escrito aún hasta ahora: 

TE QUIERO.

Adiós.



Agua 



jueves, 21 de febrero de 2019

Almas gemelas


Llevaban siglos reencarnándose juntos. Hubo vidas en las que él fue el padre y ella la hija. Otras en las que ella fue el marido y él la esposa. Incluso hubo una vez de infausta memoria en la que fueron hermanos siameses.

Lo importante es que siempre habían estado juntos.

En aquella vida algo salió mal. Él era lama tibetano y ella pastora en Anatolia. Desde niña ella sintió que algo le faltaba y cuando ese anhelo desconocido se hacía demasiado apremiante, salía de la cabaña y se sentaba en una roca mirando hacia el oriente y sólo eso la calmaba un poco.

A los quince años la casaron con otro pastor de un pueblo vecino y ella pensó que el matrimonio borraría esa insatisfacción que tenía desde niña, pero la insatisfacción no hizo más que crecer. Era como una voz interior que le dijera a todas horas que en otra parte existía otra vida.

Su marido no era mala persona y aceptaba que le habían casado con una mujer un poco peculiar. La dejaba con sus manías. Ordeñaba bien, no miraba a otros hombres y se podía comer lo que cocinaba. Peores mujeres hay en el mundo.

Una noche de otoño ella sintió crecer el anhelo por ese algo desconocido. Era como una bola en su estómago que le impidiera respirar. “Salgo un momento fuera”, le dijo a su marido.

–¿A estas horas?

–Me ha parecido oír un ruido. Tal vez un lobo esté acechando a las ovejas.

–Bueno, pero no tardes. Tengo ganas de cenar.

La luna llena brillaba en el cielo. Echó a andar hasta las dos rocas graníticas que marcaban el borde del prado. El viento ululaba y la llamaba por su nombre. Cuando hubo llegado donde las rocas le pareció que lo más natural era seguir andando.

Pasaron cuarenta años. Ahora hablaba tibetano, sabía ordeñar yaks, conocía varios ritos tántricos, su cabello estaba blanco y ya no sentía ningún anhelo. Entró en la cabaña. Su marido estaba sentado a la mesa.

–Has tardado bastante.

–La noche estaba tan agradable que me olvidé del tiempo. Me puse a andar y me alejé demasiado.

–Está bien. ¿Podrías preparar la cena? Tengo hambre.


domingo, 17 de febrero de 2019

Imagíname...


Dibuja mi nombre en el vidrio mojado por la lluvia,        
traza mi rastro en el espejo empañado del baño,
delinea mi nombre en un pedazo de papel en blanco.
Proyecta el camino de mis brazos al abrazarte,
esboza la ruta tierna de mis manos en tu nuca,
perfila el roce de mi mejilla desde tu mentón,
Idéame un espacio en tu mirada ausente,
créame un espacio perenne en tu cama,
imagíname presente y silenciosa, aunque la distancia me desdibuje.



jueves, 14 de febrero de 2019

La mala racha


”Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será mal ojo de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me vaya la vida en alguna distracción.”




https://www.youtube.com/watch?v=Sy5BQ2nj8L0



Recuérdame


Recuérdame…, aunque sea en un rincón y a escondidas.

lunes, 11 de febrero de 2019

El fantasma de la monja


Cuando existieron personajes en esa época colonial inolvidable, cuando tenemos a la mano antiguos testimonios y se barajan nombres auténticos y acontecimientos, no puede decirse que se trata de un mito, una leyenda o una invención producto de las mentes de aquél siglo. Si acaso se adornan los hechos con giros literarios y sabrosos agregados para hacer más ameno un relato que por muy diversas causas ya tomó patente de leyenda. Con respecto a los nombres que en este cuento aparecen, tampoco se ha cambiado nada y si varían es porque en ese entonces se usaban de una manera diferente nombres, apellidos y blasones. 
Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de monja de esa orden, veían colgada de uno de los arbolitos de durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardines de las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro había y entonces ocurría aquello. Tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa nocturna, veían a aquella novicia pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y sus pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia abajo. 
Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y a las superioras, y cuando llegaba ya la abadesa o la madre tornera que era la más vieja y la más osada, ya aquella horrible visión se había esfumado. 
Así, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgando del durazno fue motivo de espanto durante muchos años y de nada valieron rezos ni misas ni duras penitencias ni golpes de cilicio para que la visión macabra se alejara de la santa casa, llegando a decir en ese entonces en que aún no se hablaba ni se estudiaban estas cosas, que todo era una visión colectiva, un caso típico de histerismo provocado por el obligado encierro de las religiosas.
Más una cruel verdad se ocultaba en la fantasmal aparición de aquella monja ahorcada, colgada del durazno y se remontaba a muchos años antes, pues debe tenerse en cuenta que el Convento de la Concepción fue el primero en ser construido en la Capital de la Nueva España, (apenas 22 años después de consumada la Conquista y no debe confundirse convento de monjas-mujeres con monasterio de monjes-hombres), y por lo tanto el primero en recibir como novicias a hijas, familiares y conocidas de los conquistadores españoles.
Vivían pues en ese entonces en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala, precisamente en donde se ubicaba muchos años después una cantina, los hermanos Avila, que eran Gil, Alfonso y doña María a la que por oscuros motivos se inscribió en la historia como doña María de Alvarado.


Pues bien esta doña María que era bonita y de gran prestancia, se enamoró de un tal Arrutia, mestizo de humilde cuna y de incierto origen, quien viendo el profundo enamoramiento que había provocado en doña María trató de convertirla en su esposa para así ganar mujer, fortuna y linaje. 
A tales amoríos se opusieron los hermanos Avila, sobre todo el llamado Alonso de Avila, quien llamando una tarde al irrespetuoso y altanero mestizo, le prohibió que anduviese en amoríos con su hermana. 
–Nada  podéis hacer si ella me ama - dijo cínicamente el tal Arrutia -, pues el corazón de vuestra hermana hace tiempo es mío; podéis oponeros cuanto queráis, que nada lograréis.
Molesto don Alonso de Avila se fue a su casa de la esquina antes dicha y que siglos después se llamara del Reloj y Escalerillas respectivamente y habló con su hermano Gil a quien le contó lo sucedido. Gil pensó en matar en un duelo al bellaco que se enfrentaba a ellos, pero don Alonso pensando mejor las cosas, dijo que el tal sujeto era un mestizo despreciable que no podría medirse a espada contra ninguno de los dos y que mejor sería que le dieran un escarmiento.

Pensando mejor las cosas decidieron reunir un buen montón de dinero y se lo ofrecieron al mestizo para que se largara para siempre de la capital de la Nueva España, pues con los dineros ofrecidos podría instalarse en otro sitio y poner un negocio lucrativo.
Cuéntase que el mestizo aceptó y sin decir adiós a la mujer que había llegado a amarlo tan intensamente, se fue a Veracruz y de allí a otros lugares, dejando transcurrir los meses y dos años, tiempo durante el cual, la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos Avila, sus hermanos según dice la historia. 
Finalmente, viendo tanto sufrir y llorar a la querida hermana, Gil y Alonso decidieron convencer a doña María para que entrara de novicia a un convento. Escogieron al de la Concepción y tras de reunir otra fuerte suma como dote, la fueron a enclaustrar diciéndole que el mestizo motivo de su amor y de sus cuitas jamás regresaría a su lado, pues sabían de buena fuente que había muerto.


Sin mucha voluntad doña María entró como novicia al citado convento, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia entre rezos, angelus y maitines. Por las noches, en la soledad tremenda de su celda se olvidaba de su amor a Dios, de su fe y de todo y sólo pensaba en aquel mestizo que la había sorbido hasta los tuétanos y sembrado de deseos su corazón. 
Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era mucho más fuerte que su fe, que opacaba del todo a su religión, decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llegó a saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los hermanos Avila. 


Cogió un cordón y lo trenzó con otro para hacerlo más fuerte, a pesar de que su cuerpo a causa de la pasión y los ayunos se había hecho frágil y pálido. Se hincó ante el crucificado a quien pidió perdón por no poder llegar a desposarse al profesar y se fue a la huerta del convento y a la fuente. 
Ató la cuerda a una de las ramas del durazno y volvió a rezar pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer y al amado mestizo por abandonarlo en este mundo. 
Se lanzó hacia abajo.... Sus pies golpearon el brocal de la fuente.
Y allí quedó basculando, balanceándose como un péndulo blanco, frágil, movido por el viento.


Al día siguiente la madre portera que fue a revisar los gruesos picaportes y herrajes de la puerta del convento, la vio colgando, muerta.
El cuerpo ya tieso de María de Alvarado fue bajado y sepultado ese misma tarde en el cementerio interior del convento y allí pareció terminar aquél drama amoroso. 
Sin embargo, un mes después, una de las novicias vio la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que las superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de puesto el sol.
Tal parecía que un terrible sino, el más trágico perseguía a esta familia, vástagos los tres de doña Leonor Alvarado y de don Gil González Benavides, pues ahorcada doña María de Alvarado en la forma que antes queda dicha, sus dos hermanos Gil y Alonso de Avila se vieron envueltos en aquella conspiración o asonada encabezada por don Martín Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y descubierta esta conjura fueron encarcelados los hermanos Avila, juzgados sumariamente y sentenciados a muerte.
El 16 de julio de 1566 montados en cabalgaduras vergonzantes, humillados y vilipendiados, los dos hermanos Avila, Gil y Alonso fueron conducidos al patíbulo en donde fueron degollados. Por órdenes de la Real Audiencia y en mayor castigo a la osadía de los dos Avila, su casa fue destruida y en el solar que quedó se aró la tierra y se sembró con sal.





domingo, 10 de febrero de 2019

La alegría


Se dice, con excesiva superficialidad, que la juventud lleva en sí la alegría. Quizá porque se piensa que lo que lo origina es la irresponsabilidad, o la euforia que una salud perfecta produce, o el natural optimismo de quien tiene la vida por delante, y es capaz de comerse el mundo antes de que el mundo se lo coma a él. Sin embargo, conozco pocos jóvenes alegres, en general, conozco muy poca gente alegre. Como si la sociedad protectora que inventamos, y las ciudades aliadas  que nos acogen, amortiguasen nuestro impulso hacia la jocundidad. Porque la vida, el simple y mortal hecho de vivir, es precisamente a la alegría a lo que invita antes que a cualquier otra cosa.

No me refiero a la alegría orgiástica de los griegos, en que los dioses y los hombres danzaban juntos la gran danza de Pan desenfrenados. Ni, al contrario, a la alegría ascética y fantasmal del cristianismo antipagano, que cerró a los gozosos adornos de este mundo para fijarla en la visión beatífica del otro. Ni a la alegría libertina, desencadenada del temor al pecado. Ni mucho menos, a la burguesa de quienes, conseguidos los anhelados bienes materiales, se satisfacen con ellos. Ni tampoco me refiero a la de los perseguidores de utopías colectivas, los revolucionarios que aspiran a una unidad humana que todo lo comparta: esta alegría es aplazada y sólo genera un orgulloso contento por el deber cumplido. Me refiero a la alegría a la que todos hemos sido convocados, y que es, por tanto, previa: más sencilla y más complicada al tiempo que cualquiera de las enumeradas.

Es posible que haya unos seres más propensos a ella, seres que no nacen taciturnos y cabizbajos. Pero tampoco la alegría es identificable con el entusiasmo, ni con la graciosa extroversión, ni con el afán por la fiesta y por la risa. La risa concretamente es una manifestación no siempre auténtica, y no siempre alegre. Ni tampoco es identificable con el placer, confundirla con él sería como confundir a Dios con un humilde cura rural sin desbastar, o como confundir el sentido del humor, que ha de teñirlo todo, con un chiste  que provoca la carcajada más elemental e inevitable. La alegría no tiene por que ser irreflexiva, ni pedestre, ni patrimonio de los simples… Es otra cosa, quizás es siempre otra cosa además, lo mismo que el amor…

Se trata de algo perfectamente compatible con la sombra de los pesares y con el conocimiento del dolor y de la muerte, cualquier sombra resalta la luz y los contornos de un paisaje. La alegría, contra lo que pudiera pensarse, no es un sentimiento pueril o desentendido, ha de ser positiva, incluso emprendedora de la carrera que lleva a sí misma o a su resurrección. Aunque fracase en ello. Porque si la alegría no lo es a pesar de todo, no lo es de veras. Frente a la tristeza, un sentimiento débil y grisáceo y que mancha, ella es un detergente que blanquea y que fortifica. Consiste en un estado de ánimo, que puede perderse y también recuperarse, que es anterior y posterior a la pena, y que el más sabio lo hará también coincidente con la pena…”Las penas hay que saber llevarlas con alegría”

Y es que la alegría, en realidad, es la base y el soporte de todo, la palestra en que todo tiene lugar, y en la que nosotros luchamos vencemos o nos vencen. De ahí que debamos aspirar a una alegría no ruidosa, no efímera, no tornadiza, sino serena y consciente de sí misma. No podemos permitir, antes la muerte, que alguien nos la perturbe, y menos aún que nos la arrebate.  Ella es la principal acompañante de la vida, su heraldo y su adiós, su  profecía y su memoria. No hay nada para mí que resulte más atractivo: ni la inteligencia siquiera, ni la belleza. Porque el alegre es ecuánime y mesurado. Todo pasa por el tamiz de su virtud y lo matiza con ella. Con ella, que representa la aceptación de un orden vital en principio incomprensible, la aliada más profunda de cualquier actividad que colabore a favor de la vida, la superviviente de catástrofes y clataclismos, y de la maldad humana, y de las depredaciones. Es el más dulce fruto de la razón, la prerrogativa inconfundible del hombre, la mejor fusión del sentimiento y de la mente de la zona más alta del ángel y de la más baja del animal, el resumen perfecto. Por nada de este mundo ni del otro debe perderla quien la tiene, ni dejar de recuperarla quien la haya perdido.


martes, 29 de enero de 2019

El viaje


Siempre me han gustado los revolcones con perfectos desconocidos, por mucho que en realidad esa clase de encuentros sexuales fortuitos no tenga nada que ver con las bien ensayadas escenas de alto voltaje que tienen lugar en las películas entra actores de carnes casi insultantemente prietas y donde las protagonistas, o bien no llevan bragas o bien llevan un conjunto de Dior recién salido de cualquier corsetería carísima. En la puñetera realidad, una lleva las bragas agujereadas el día que conoce al ligue de su vida. O tiene la regla. O padece una tremenda y disuasiva halitosis. O no hay manera de agenciarse un condón y hay que apechugar con el miedo  a coger cualquier porquería o renunciar a la aventura. O estás sin blanca y acabas mal follando en un utilitario o en el retrete apestoso de algún bar, con la clientela del local golpeando la puerta, impacientes por vaciar sus vejigas.

 Pese a todo, esos fenómenos de atracción sexual temporalmente intensa, de hambre repentina, impertinente y desbocada por un hombre a quien apenas conozco me proporciona la sensación, tan fugaz como gratificante, de que los predecibles cauces por los que se desenvuelve la existencia pueden verse alterados en el momento más inesperado y que lo imprevisto logra colarse por una rendija para hacer estallar, aunque el prodigio dure muy poco, nuestra triste rutina.

 Un día, hará ya cosa de diez años, viajaba yo en tren hacia Bordeaux, donde una amiga mía muy querida acababa de morir de un violento ataque de risa e iba a ser enterrada.

Fue su  compañero, absolutamente destrozado, quien me dio la noticia. El tipo pertenecía a un grupo de payasos y estaba ensayando un gag para su próximo espectáculo cuando mi amiga, a quién él le había pedido que presenciara el número y le dijera si de verdad le parecía gracioso, sufrió el mortífero ataque de risa. La noticia cayó como un  mazazo sobre mi ánimo pero no pude evitar saludarla con una larguísima carcajada histérica a la que, por fortuna sobreviví. Luc, que no apreció mi risotada, colgó el teléfono sin darme tiempo a recobrar la compostura y me sentí como si acabara de caer en un pozo de mierda.

Cuando cogí el tren para Bordeaux, mis ánimos seguían por los suelos y mi vestido no me ayudaba demasiado a detener la torrencial actividad de mis lagrimales. Lo cierto es que me había acostumbrado a mantener alejada de mí la melancolía por el sencillo procedimiento de ponerme únicamente prendas de colores vivos y alegres, tal y como me lo aconsejara años atrás mi terapeuta. Pero, en esa ocasión, habida cuenta de que me dirigía al entierro de un ser querido, la prudencia me indujo a vestirme con el único vestido negro que poseía por aquel entonces. Lo malo es que, desolada como estaba por la muerte de mi amiga y por la torpeza con que había reaccionado a la noticia, no reparé hasta un rato después de que el tren se pusiera en marcha en que mi vestido resultaba decididamente inconveniente para presentarse con él en el entierro. Caí en la cuenta de mi error cuando un hombre entró en mi compartimiento, se asomó con una mirada encandilada a mi escandaloso escote y siguió calibrando con un gesto apreciativo la rotundidad de mis formas, que el vestido, bastante ceñido, subrayaba con insidiosa precisión. “Qué incorregiblemente idiota eres, hija mía” pensé, y mi depresión subió unos cuantos grados, con los gruesos y calientes lagrimones no cesaron de despeñarse por mis mejillas durante la siguiente media hora. Me sentía tan ridícula que ni siquiera me atrevía a  mirar a mi compañero de compartimiento.

Supongo que habría acabado batiendo algún récord de llanto ininterrumpido si mi vecino no se hubiera dirigido finalmente a mí.

- Está usted muy indispuesta

No era una pregunta, sino una afirmación. En la voz de aquel hombre se detectaba el tono inconfundible de la Autoridad Competente. Pero era una autoridad suave, algo en él que se imponía con aplastante naturalidad. Me atreví a mirarlo por vez primera y vi en sus labios una sonrisa que parecía invitarme a jugar con él a alguna clase de juego que yo desconocía por el momento. O tal vez la invitación no estaba en su boca sino en el centelleo de sus ojos. En cualquier caso, me sentí proclive a aceptar el lance.

- Creo que puedo hacer algo por usted. Soy médico. Sus ojos seguían
Sonriéndome.

 El tipo cogió el maletín de piel que llevaba consigo y se arrodilló frente a mí en el espacio que separaba las dos hileras de asientos. Abrió el maletín y sacó de él unas tijeras y el instrumental necesario para tomar la presión arterial y auscultar el pecho. Con absoluta seriedad, me tomó la presión y meneó reprobadoramente la cabeza ante el resultado de su exploración.

- Lo que me figuraba: está usted baja, muy baja. Habrá que hacer algo para
Reanimar su tono vital. Dijo frunciendo el ceño.

Pese a la expresión seria y profesional de su rostro, un vestigio de sonrisa seguía tirando de sus comisuras hacia arriba y un breve centelleo persistía en su mirada.

- Ahora tendrá que bajarse el vestido hasta la cintura, para que pueda examinarla.
 Lo hice y el doctor se quedó mirando reprobadoramente los aros de hierro de mi sujetador.

- Lo que me imaginaba: está usted sometida a una gran presión psíquica y, por añadidura, usa prendas que crean opresiones físicas, de forma que la energía no puede fluir libremente y se obstruye.

- ¿Es peligroso?, musité, siguiéndole el juego.

- Bastante, no quiero engañarla, pero  ha caído  usted en buenas manos.

Cuando lo vi coger las tijeras, una punzada caliente en mi vientre me anunció que ciertas secreciones iban a ponerse  inmediatamente en marcha. En un  abrir y cerrar de ojos, el doctor me había cortado el sostén y mis tetas, liberadas, se movían ante su atenta mirada. Me excitó pensar que alguien podía vernos a través de la ventanilla, o que  cualquier otro pasajero podía entrar en el compartimiento.

- ¿Se siente mejor ahora?

- ¡Oh, sí! Mucho mejor. Contesté aflautando la voz, decidida a abrazar mi personaje de ingenua con la misma solvencia con la que aquel hombre interpretaba al médico celoso de su deber.

-Seguro que también lleva bragas opresivas. Veamos dijo arremangándome con destreza el vestido hasta la cintura. Lo que me figuraba: bragas estrechas de blonda que se clavan en las ingles.

Practicó un corte a cada lado y me quitó las bragas con suavidad.

- ¿Qué tal ahora?

- Muchísimo mejor. Le estoy muy agradecida por sus desvelos.

- Y esa energía está todavía atascada. Tendré que hacerle un masaje para reactivársela.

- Lo que usted diga, lo animé yo con mi tono de voz más manso.

Dejé que masajeara mis tetas concienzudamente. El tipo no había mentido: yo había caído en muy buenas manos.

- ¿Me permite seguir masajeándola con la lengua?

Me excitaba que siguiera comportándose como un educado e irreprochable profesional de la medicina y que no dejara de tratarme de usted. A esas alturas, mis jugos ya debían de haber mojado el asiento, pero por nada del mundo quería yo precipitar la situación.

De pronto, dejó de comerme mis tetas, hurgó en su  maletín y se levantó con una expresión grave. Pero su mirada era tan intensa y relampagueante como un fogonazo.

- Ahora tiene que tomar una decisión importante, me  dijo a la vez que sacaba una píldora de un tubito. Esta pastilla puede obrar milagros en su tono vital en cuestión de media hora. Ahora bien, la sonrísa que tanto me gustaba volvió a tirar de sus comisuras, existe un tratamiento alternativo. Es igual de eficaz que esta píldora, pero algunos lo prefieren porque resulta mucho más agradable. En fin, lo mejor será que escoja usted.

- ¿Y cuál es ese tratamiento alternativo? Pregunté disfrutando lo indecible de mi papel.
 El doctor  se desabrochó la bragueta y me enseñó un espléndido miembro, endiabladamente duro y tieso. Yo estaba impaciente por saborearlo por una u otra vía, pero me había colocado voluntariamente bajo la autoridad de aquel tipo, y me gustaba que fuera él quien dictara las normas de un juego en el que lo excitante estribaba precisamente en mantener las formas y en no perder la cabeza. El siguió mirándome con penetrante fijeza mientras en una mano sostenía la píldora y en otra la polla.

- Esto es lo que hay: la píldora y la polla. Ahora es usted quien tiene que decirme lo que  prefiere. La ética profesional me impide influir sobre usted.

- La verdad doctor, es que soy bastante indecisa.

- Ya, se deshace usted en un mar de dudas, dijo mirando mi coño, que debía estar reluciente de líquidos.

- Exacto, repliqué yo mientras me decía que si el tipo no me follaba enseguida, no tendría más remedio que abalanzarme sobre él.

- Entonces lo que podemos hacer es probar un ratito el tratamiento con la polla. La follo a usted tres minutos, por ejemplo, y al término de esos tres minutos, tendrá que decidirse.

- Espléndida idea.

- Túmbese entonces, me ordenó, al tiempo que subía los respaldos abatibles de toda la hilera de asientos.

 En cuanto me estiré, él trepo a nuestro improvisado lecho y se arrodilló encima mío. Se bajó los pantalones hasta media pierna, manipulo su reloj y, sin más ceremonia, me hincó el miembro con insidiosa lentitud.

- Buena chica, dijo una vez que lo tuvo entero dentro de mí. Es usted una paciente muy receptiva. Empezó a follarme parsimoniosamente, metiendo y sacando todo su instrumento terapéutico a cada embestidas. Sus andanadas eran tan profundas que notaba como sus testículos me golpeaban el culo. Sus ojos escrutaban mi rostro con serenidad, como si su conciencia profesional le impidiera pasar por  alto cualquier detalle útil para la elaboración de su informe médico.

Al  poco, la alarma del reloj sonó y el doctor me cortó momentáneamente el suministro de placer.

- ¿Seguimos o cree que prefiere la píldora?, me preguntó impávido.

- Seguimos, contesté en un murmullo. Es usted un médico excelente.

- Me alegro de que le guste la terapia, dijo él mientras volvía a penetrarme con fuerza, arrancándole un  poderoso estremecimiento a mis entrañas. Lo cierto es que no tardé en correrme con inusitada intensidad. Al hacerlo, exhalé un grito que él se apresuró a sofocar tragándose mi grito con su boca imperiosa.

- Si no llego a besarla, me dijo, habríamos corrido el peligro de ser interrumpidos. Y eso habría resultado malísimo para el tratamiento.

 Dicho esto, mi galeno siguió cabalgándome con vigor, pero sin darse prisa alguna por alacanzar su propio orgasmo. Su miembro, que yo notaba cada vez más duro, invadía con infatigable perseverancia mi coño. No recuerdo cuantas veces me corrí antes de que el doctor se diera por satisfecho. Entonces sacó su verga, me refregó los testículos por  todo el rostro y hundió finalmente su polla encabritada en mi boca, donde me alimentó con su cálida, larga y tonificante inyección de leche. Liberada ya por completo de todas mis tensiones, caí en un sueño  profundo y reparador. Cuando desperté, el tren estaba entrando en la estación y en el compartimiento no quedaba ni rastro de mi querido doctor. Durante unos instantes, pensé si no lo habría soñado todo,  pero el sabor acre que todavía persistía en mi boca me persuadió de que el doctor era una criatura de carne y leche.

 No volví a saber nada de él hasta que tres meses después alguien llamó a la puerta de mi casa. Abrí y me encontré frente a mi doctor, aunque en esta ocasión llevaba una Biblia en la mano en lugar de su maletín médico.

- Buenos días, dijo al tiempo que entraba en mi casa cerrando las puerta tras de sí. Estamos hablando con las personas acerca de la disgregación de la familia.

Había abandonado la expresión de suave eficacia y autoridad que adoptaba cuando era médico. Con el ceño fruncido y los ojos encendidos de ira, parecía un genuino profeta enfurecido ante la corrupción del mundo.

Desde luego, ninguno de los dos dimos señales de haber reconocido al otro.

- Si la familia, que es el pilar de todo cuanto hay de bueno en el ser humano, se descompone, el individuo, desorientado, se convierte en víctima fácil de la corrupción y el desafuero. ¿Y sabe usted por qué se disgrega la familia?

- Ardo en deseos de que usted me lo explique.

- ¡La fornicación!, dijo con la voz temblándole de rabia y los ojos destilando el fuego del infierno. ¡La fornicación indiscriminada que convierte al ser humano en una bestia incapaz de gobernar sus peores instintos! ¡la fornicación que nos acecha detrás  de cada esquina!

- ¿La fornicación?,  pregunté. No sé de qué me está usted hablando.

- ¡Ah!, gritó mi predicador postrándose de rodillas a mis pies y hundiendo la cabeza en mi entrepierna. ¡Al fin una criatura pura y virginal que ha logrado escapar de las garras de la fornicación!

Sus manos tiraron con fuerza de mis bragas hasta lograr arrancármelas. Me acarició el culo, separando y amasando las nalgas.

- Muy a mi pesar, tendré que enseñarle lo que es la fornicación, para que sepa defenderse de sus feroces embestidas.

 Su vehemente lengua de predicador, la misma que, para mi deleite, se obstinaba en tratarme de usted, recorrió mis ingles y mi pubis antes de lanzarse a una concienzuda
Exploración de mi vulva. Su saliva agudizaba mi tendencia a fundirme en tales situaciones. Vi que tenía la nariz reluciente y empecé a moverme furiosamente en torno a su boca hasta que las violentas contracciones del orgasmo calmaron mi ansia. Pero las valiosas enseñanzas de mi querido predicador no acabaron ahí. No bien hube gozado, me tumbó con brutalidad en el suelo, boca abajo, y me penetró furiosamente por la vía ordinaria y por la extraordinaria alternativamente, mientras por el espejo que cubría una de las paredes del vestíbulo de mi casa y contemplaba el hipnótico y cada vez más frenético vaivén de sus musculosas nalgas.

 En cuanto acabó, le juré a mi querido predicador que jamás volvería a practicar esas guarradas y él abandonó mi casa con la sonrisa de un arcángel satisfecho tras haber cumplido una delicada misión.

A lo largo de estor diez años, mi imprevisible y camaleónico amante ha reaparecido encarnado, entre otros muchos personajes, al butanero (en esa ocasión yo no tenía dinero y me vi obligada a pagar en especies), a un ascensorista novato y víctima de  una despiadada claustrofobia, al acomodador de un cine x, al dependiente de unos grandes almacenes que me aconsejó en la compra de varios conjuntos de ropa interior, al director de una sucursal bancaria al que yo iba a solicitar un crédito (y vaya si me lo concedió) y así sucesivamente. Jamás nos hemos apartado ni un ápice de los personajes que elegimos cada vez. No conozco su nombre verdadero ni tengo la menor idea acerca de quién es. Nunca sé cuando ni bajo qué  disfraz reaparecerá. Ni falta que me hace, la verdad. En cualquier caso mi vida erótica es mucho más divertida y estimulante desde que él juega conmigo de vez en cuando.


   



domingo, 27 de enero de 2019

Me declaro emocionalmente intensa


Algunas personas sienten todo lo que se puede sentir, padecer, e incluso más, de una manera mayor que el resto del mundo. Suena extraño, pero es más común de lo que parece. Quizá sean un tanto exageradas en sus quehaceres, que construyan castillos de granos de arena, que la ira les invada sin razón alguna o que tengan un carácter demasiado marcado.

Este tipo de personas son como una preciada flor, fuertes pero delicadas a la vez, con una gran sensibilidad, tanto que el aleteo de una mariposa pueden sentirlo como un huracán

Cuando hay algo que les incumbe, ya sea en un tema laboral, amoroso, familiar, o de cualquier índole, se entregan al máximo, pero también piden que los demás se entreguen de la misma manera. Esperan que hagan aquello que ellos harían en su lugar, por eso sienten la decepción de una manera tan profunda cuando no son correspondidos como ellos esperaban.

Las emociones las viven de una manera tan enfática que, cuando algo bueno sucede, les invade la alegría y la felicidad de una forma increíble. Son capaces de sentir cosas que otros ni siquiera saben que existe. Cuando les fallan o les traicionan se sienten más mal que cualquier otra persona, por eso sus venganzas también son terribles.

Viven los estados afectivos de una manera más potente que la mayoría de personas en la faz de la tierra. miedo, ira, sorpresa, alegría, tristeza, felicidad, rencor, amor, entre otras. Todas estas emociones se reflejan de manera fisiológica en el cuerpo, es por eso que este tipo de personas dicen que son muy transparentes “todo se le nota en la cara”. Una sonrisa inevitable de oreja a oreja cuando algo bueno sucede, el ceño fruncido cuando están enfadados, mirada perdida cuando están tristes o expresión de rabia cuando les fallan. No pueden ocultarse.

Quien tenga a su lado una persona así tiene que saber entenderlas y comprender que todo lo que sienten y padecen, realmente es así, porque son seres especiales con una sensibilidad emocional más desarrollada que los demás.

Y yo también soy así, emocionalmente intensa, así es como me declaro.

La sonrisa del amor


Si nuestra capacidad para comunicarnos dependiera solamente de las palabras, estaríamos perdidas. Me lo explicaba una desconocida en la sala de espera de un aeropuerto, una mujer joven que había convertido el viajar en una liturgia de encuentros y desencuentros, de ésos que marcan para siempre. En su deambular por infinidad de países se introdujo en distintas culturas , indagó en razas y costumbres, se perdió por religiones ocultas y acabó considerando que las diferencias no existen en los demás sino que las vamos tejiendo cada una de nosotras. Decía que, por encima de colores, etnias, razas o sexos, el ser humano es único y excluyente.

Su filosofía de la comunicación navegaba más por el lenguaje de los sentimientos, “esos que se guardan al lado del corazón”, mucho más consistentes que cualquier mensaje verbal. Realmente, nadie puede resistirse al código de signos que se encuentran en una sonrisa de los ojos; con la mirada no se puede mentir, ni engañar, ni trampear, mientras que con las palabras es inevitable que siempre surjan los malos entendidos, las frustraciones o las exigencias. Visto así es mucho mejor cobijarnos en el idioma de la forma, de los gestos, las actitudes más que el de los contenidos, y a partir de ese jeroglífico de la insinuación dejar que nuestro interlocutor aprenda a descifrar nuestras verdaderas intenciones o deseos.


viernes, 18 de enero de 2019

Ni dormir ni callar

Las declaraciones románticas que intercambian las parejas en los momentos íntimos pueden ir desde un simple “tú eres la única” a un “cariño saca el látigo de siete colas y la máscara de gata”. Pero, por desgracia,  muy pocos hombres hablan con soltura el lenguaje de la almohada. Cuando cae la luz del dormitorio, casi todos los individuos pertenecientes al sexo masculino precisan de un logopeda.

La mayoría de los hombres son capaces de decir casi  cualquier cosa para llevarse a una mujer a la cama. Cuando ponen sus ojos en una presa, hablan sin parar, se muestran encantadores, sutiles y mucho más abiertos de lo habitual. De pronto, lo que tienen debajo de los pantalones dicta el comportamiento de sus neuronas cerebrales y viceversa. Pero cuando la mujer ya se ha despojado de la mitad de la ropa, todo cambia: ellos se quedan sin habla.

 Normalmente la conversación durante el acto se limita a una crónica de la faena, que a menudo incluye expresiones clásicas como “¡así, así!”. En el momento de la traca final, sobran las palabras. Incluso los varones de inteligencia normal sufren una regresión a la fase animal y emiten sonidos propios de un gallinero. Nosotras, lejos de amilanarnos, en esto sacamos ventaja y solemos armar más jaleo que ellos. Por eso, apreciamos que la pareja se muestre tolerante en este punto.

Pero el auténtico carácter del hombre se revela después del sexo. Es cuando las mujeres descubren si sus chicos les tienen auténtico respeto o si no son más que unos mamarrachos a calzón quitado.

Dependiendo de las circunstancias, la mujer puede sentirse vulnerable, emotiva o romántica después de hacer el amor. Quiere compartir la intimidad. Algunos hombres, sin embargo, sólo parecen preocupados por cuestiones de mantenimiento: “Tengo sed. ¿Podrías traerme un vaso de agua , cariño? Me he quedado seco”. Otros muestran un comportamiento más infantil. Después del coito, los hombres de esta calaña suelen sentarse junto al televisor para disfrutar del último partido de liga: “¡Qué cojonudo es este delantero!”, exclaman, mientras ríen como un niño de seis años y engullen patatas fritas. Un momento atroz, en el que las mujeres descubren que acaban de acostarse con un auténtico mentecato.


martes, 15 de enero de 2019

Blanca y radiante

yo os declaro, marido y mujer - y con una benévola sonrisa en la boca,
el sacerdote se dirigió al novio - Puedes besar a la novia.

La iglesia se llenó de un rumor de voces y risas. La boda había terminado y
todo había sido precioso. digno de un cuento de hadas. La novia estaba
radiante. Su vestido blanco llenaba cualquier habitación por la que pasaba.
Su maravilloso cabello rubio, recogido en un gracioso topo y coronado con un
pequeño adorno de flores blancas hacía juego con el resto de su vestuario.
La falda, a pesar de llegar hasta los pies e ir barriendo allá por donde
pasaba, dejaba entrever al caminar sus tobillos, cubiertos por unas medias
blancas, y rematados con unas exageradamente incómodos pero hermosos zapatos
blancos de tacón. Mientras los novios se besaban, los padrinos aplaudían sin
hacer demasiado ruido, al igual que gran parte de los invitados a la
ceremonia. La madrina, hermana de la novia, llevaba un ceñido traje rojo que
insinuaba gran parte de su exuberante cuerpo, llenando de envidia a las
mujeres y de deseo a todos los hombres allí presentes.
 Tardaron alrededor de una hora en acabar con todas las obligaciones
siguientes. Las fotos con la familia y amigos, la procesión de
felicitaciones, tanto sinceras como de compromiso, las bromas de los amigos,
más fotos, más felicitaciones, y así hasta que por fin llegaron al salón del
hotel donde iban a celebrar la cena para festejar el magno acontecimiento.

La celebración transcurría por los caminos acostumbrados. Los camareros iban
y venían, trayendo y retirando platos y bebidas al ritmo que marcaba la gula
de los invitados. Llegó el momento de la tarta y los novios usaron para
cortarla una espada de estilo oriental que los amigos les habían regalado.
Fue también ese el momento que las amigas de la novia eligieron para
quitarle la liga de las medias, haciendo un corrillo para que nadie viera
más de lo que su imaginación le permitiera, y la cortaron en trocitos, al
igual que la corbata del novio, que sufrió el mismo destino, y que después
colocaron en una bandeja y fueron vendiendo entre los invitados, recogiendo
al final unas cien mil pesetas, cantidad más que considerable, y cuyo
destino era, naturalmente, conseguir que el viaje de los novios fuera
disfrutado más aún por estos, si eso era posible.
 Acabada la procesión de comida, comenzó el baile y la fiesta. Los diligentes
camareros apartaron todas las mesas del centro del salón, y en la
improvisada pista de baile los novios comenzaron a moverse al ritmo del
vals. Poco a poco fueron sumándose parejas hasta que la mayoría de los
invitados se encontraron bailando un poco de todos los ritmos de bailes de
salón conocidos y por conocer. Desde el pasodoble hasta el twist, pasando
por la lambada y el merengue.

La noche era joven. Los amigos de los novios no pensaban dejarlos dormir y
tenían la firme intención de alargar la fiesta hasta el amanecer. Incluso
algunas de las personas de más edad de la fiesta daban ánimos y lecciones de
baile a los más jóvenes, sacando fuerzas de donde nadie podía imaginarse en
personas de esa edad.

Después de una implorante mirada de la novia a su hermana, las dos salieron
del salón en dirección a la habitación donde se suponía que los novios
debían de pasar la noche. Una vez allí, y después de haber pasado ambas por
los lavabos de la habitación, por riguroso turno, eso sí, se tumbaron sobre
la cama y se quitaron los zapatos que llevaban ya varias horas martirizando
a sus sufridos pies.

- ¡Dios mío, Luisa! Esto es aún más agotador de lo que me había imaginado.
No sé si voy a tener fuerzas para volver a levantarme. El vestido de novia
me asfixia, el liguero me aprieta, los zapatos me están matando, y esos
locos de nuestros amigos siguen queriendo fiesta hasta el amanecer. He
bailado hasta con hombres que no había visto en mi vida, y algunos de ellos
incluso me han metido mano. Mi recién estrenado marido está como ausente,
tengo veinticuatro años y apenas puedo mantenerme en pié... y se supone que
este tiene que ser el día más feliz de mi vida.

- No te preocupes hermanita. Todo eso es normal. Yo tengo dos años menos que
tú y tampoco puedo seguir ya. Entre los nervios y el cansancio, estoy para
meterme en cama y no levantarme en una semana.



Realizando un enorme esfuerzo, Luisa se incorporó y ayudó a hacer lo mismo a
su hermana Eva. Se colocó detrás e ella, arrodillada en la cama, y comenzó a
realizarle un reconfortante masaje en los hombros.

- ¡Hummmm! Que agradable. Gracias, Luisa. Me estaba haciendo falta algo así.

- Relájate y deja que los nervios y el cansancio desaparezcan de tu cabeza.
Vamos a estar aquí unos minutos descansando.

- Pero abajo nos están esperando...

- No te preocupes. Nadie nos echará de menos al menos durante otra media
hora. Cierra los ojos y relájate.

Eva siguió las instrucciones de su hermana. Intentó olvidarse del mundo, de
la fiesta, de su novio, ya marido, del cansancio...

- Eso es. Relájate y descansa. Concéntrate solo en el sonido de mi voz, y
verás como todos los nervios desaparecen por completo. Relaja los músculos,
la cabeza... no pienses en nada y relájate...

Eva notaba como todo desaparecía de su mente excepto la voz de su Laura. Era
una sensación maravillosa. Probablemente nunca hubiera podido relajarse
tanto si fuera otra persona la que estuviera con ella, pero confiaba en su
hermana más que en cualquier otra persona del mundo. Se abandonó
completamente a ella.

- Relájate sin miedo... no pienses más que en mi voz... nada es más
importante que mi voz...

No, nada era más importante que su voz. La mente de Eva se iba fijando más y
más en la voz de Laura. Su relajación era casi absoluta. El cansancio de
todo el día la había agotado hasta el punto de hacerla extremadamente
sensible a las sugestiones.

- ... relajada... te sientes como flotando entre nubes... tranquila...
relajada... muy relajada...

Sí, relajada, muy relajada. Así se sentía Eva.

- ... tan relajada que te está entrando sueño... mucho sueño...

Dormir. Solo sentía ganas de dormir. Sabía que no debía de dormirse porque
abajo la estaba esperando mucha gente, pero tenía unas enormes ganas de
dormir. Su hermana le decía que se durmiera, y no podía evitar sentir
sueño...

- ... mucho sueño... muy relajada...

La oscuridad se apoderaba de su mente. Se sentía completamente abandonada a
su hermana. Pensar era demasiado fatigoso, y solo quería dormir.

- ... dormir...

- ... y ¡Tres!

Eva abrió los ojos de repente. Durante unos segundos no supo donde estaba,
hasta que vio la sonriente cara de su hermana. Estaban en la habitación del
hotel y habían subido allí para descansar un rato.

- ¿Me he dormido?

- Solo un rato. ¿Como te encuentras?

Antes de contestar movió sus hombros para comprobar si el cansancio seguía
allí. Nada. No había dolor, ni cansancio. Nada de nada.

- Me siento estupendamente. Tu masaje me ha sentado de maravilla. Ya no me
duelen los hombros, ni tengo los músculos agarrotados. Y además apenas me
siento cansada. ¿Como lo has hecho?

- ¿Recuerdas aquellos cursos de psicología a los que me apunté el año
pasado? En uno de ellos me enseñaron a hipnotizar. Creo que soy una buena
alumna.

- ¿Me has hipnotizado? - había un cierto tono de incredulidad y de burla en
su voz - Venga hermanita, seamos serias.

- ¿No te lo crees?

Laura no parecía molesta con la incredulidad de su hermana. Más bien estaba
divertida.

- No se puede hipnotizar a la gente en tan poco tiempo. Lo leí en un libro
una vez. Necesitas varias horas para conseguir que alguien sea hipnotizado.

- En efecto, pero eso es cuando la persona conserva todas sus facultades. Tu
estabas muy cansada esta noche, y tan solo querías dormir.
Inconscientemente, tu mente quería descansar, relajarse después del agotador
día que has pasado, y así ha sido más fácil. En tan solo unos minutos he
conseguido ponerte en trance, cuando normalmente se necesitan horas para
hacerlo.

- Creo que has bebido demasiado esta noche. Y además, ya va siendo hora de
que volvamos a la fiesta.

Cogió uno de sus zapatos y comenzó a colocárselo en el pié.

- ¡Duérmete, Eva!

Su cabeza cayó hacia adelante como si de una marioneta se tratara, mientras
el zapato apenas hizo ruido al caer al enmoquetado suelo de la habitación.

- Estás dormida hermanita. Completamente dormida y relajada. Ya no sientes
el cansancio. Tu cuerpo está completamente relajado y tranquilo. Tu mente no
piensa en nada... en nada que yo no quiera que piense. Sigue poniéndote los
zapatos, pero póntelos al revés.

Con los ojos cerrados, tanteando, Eva siguió las instrucciones de su
hermana.

- Ahora, cuando cuente tres, abrirás los ojos. Uno, dos, ¡tres!

Con la ya familiar sensación de abandono de antes, los ojos de Eva miraron
durante un instante a su hermana.

- ¿Me he vuelto a dormir?

- Mas o menos.

- No es posible. ¿Que me has hecho?

- Ya te lo he dicho antes. Te he hipnotizado.

- ¡Venga ya! Deja de decir tonterías.

- Muy bien, como quieras. ¿Nos vamos?

Eva se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta, pero cuando apenas
había dado dos pasos una expresión de dolor inundó su rostro.
- ¡Ouch! Como me duelen los zapatos.

- ¿Has probado en ponértelos en el pié que corresponde a cada uno?

- ¿en el pie...? ¡Pero que tonta soy! Me los he puesto al revés.

Volvió hacia la cama y se sentó en ella. Se quitó rápidamente los zapatos y
se los colocó de nuevo, pero esta vez correctamente. Se levantó y se dirigió
hacia la puerta. Laura bajó de la cama. Seguía descalza. Sus pies apenas
estaban cubiertos por el negro velo de las medias que llevaba, pero no
sintió frío, puesto que toda la habitación estaba cubierta por una mullida
moqueta. Con una perversa sonrisa en los labios, miró como su hermana cogía
el pomo de la puerta para abrirla.

- ¡Duérmete, Eva!

Aún con la mano sobre la puerta, la cabeza de Eva volvió a caer hacia
delante. Increíblemente, mantuvo el equilibrio aún cuando su mano se deslizó
sin fuerzas hacia su costado.

- Cuando te diga, abrirás los ojos, pero seguirás dormida. Vendrás hacia la
cama y volverás a sentarte en ella. Te quitarás los zapatos, y entonces
volverás a cerrar los ojos y a esperar mis instrucciones. ¡Ahora!

Tal y como su hermana le había ordenado, abrió los ojos. Tenía una
inexpresiva mirada mientras se dirigía hacia la cama. Se sentó y se quitó
los zapatos. Una vez finalizado el trabajo, cerró los ojos y su cabeza cayó
de nuevo sobre su pecho.

Laura se acercó a ella y comenzó a hablarle mientras con las manos le
quitaba el precioso tocado con flores que había sobre su pelo.

- Eres mía, Eva. Mientras estés dormida harás todo lo que yo te diga y ni
siquiera sabrás que lo estás haciendo. Pero cuando despiertes también
seguirás en mi poder. Cuando te diga que despiertes, lo harás, pero no
podrás salir de esta habitación sin mi permiso. Harás todo cuanto yo te
diga, sin dudar, sin rechistar, sin pensar. No pondrás pegas a ninguna de
mis ordenes. Seguirás siendo tú misma, pero sin voluntad para incumplir mis
mandatos. Ahora, háblame. ¿Has entendido mis órdenes?

Lacónicamente, la respuesta de Eva casi resbaló de sus labios.

- Sí.

- ¿Que es lo que harás cuando despiertes?

- Todo cuanto me digas.

- ¿Hay algo que no harías por mí si yo te lo pidiera?

- No

- Muy bien, Eva. Abre tus ojos, ¡ahora!

De nuevo la sensación de abandono. De nuevo la inquisitiva mirada sobre su
hermana, aunque en esta ocasión, una breve sombra de enfado cruzó por sus
ojos.

- ¿Que me estas haciendo?
- ¿Todavía no crees que te haya hipnotizado?

Inquieta, miró a su alrededor. Miró la puerta intentando recordar. Miró
hacia el suelo, hacia sus zapatos, inertes sobre la moqueta, lejos de sus
pies donde recordaba perfectamente haberlos colocado. Levantó los ojos hacia
su hermana.

- Sí. Creo que me has hecho algo. Pero si es una broma, ya está bien. Es
suficiente. Ahora vayamos abajo. Hay gente esperándonos.

Se levantó de la cama y comenzó a caminar. Nerviosa, ni siquiera se acordó
de los zapatos. Sintió la mullida moqueta a través de la suavidad de las
medias blancas que cubrían sus pies.

- ¡Siéntate!

Sin poder evitar hacerlo, volvió sobre sus pasos y se sentó de nuevo en la
cama. Una vez allí, miró de nuevo a los ojos de su hermana, implorando.

-¿Porqué me haces esto?

- Lo hago por tu bien. Hay alguien a quien quiero presentarte. Alguien a
quien tú ya conoces, pero que probablemente habrás olvidado. Alguien a quien
hiciste daño una vez, y ahora quiere felicitarte por tu boda.

Sin poder creer lo que estaba oyendo, dirigió su mirada hacia donde señalaba
su hermana, hacia la puerta del cuarto de baño. Un hombre la estaba
observando desde allí. Un hombre al que ella conocía.

- ¡¿Nacho!? ¿Que estás haciendo aquí?

Nacho había sido novio suyo hacia un par de años. Habían pasado buenos ratos
juntos, pero ella decidió dejarle por otro, precisamente el hombre con el
que acababa de casarse. Nacho había intentado hablar con ella en algunas
ocasiones, pero tan solo en una pudo hacerlo, y ella no le dijo cosas
agradables. Rompieron del todo sin posibilidad de reconciliación, y no
quedaron como buenos amigos precisamente.

Eva comenzaba a sospechar que estaba teniendo un mal sueño. Mas bien una
pesadilla. Aquello no tenía mucho sentido. Su hermana decía haberla
hipnotizado, y a pesar de que no acababa de creérselo, la verdad es que
había estado haciendo algunas tonterías durante los últimos minutos. Y
ahora, Nacho aparecía en su habitación saliendo del cuarto de baño. Ella
había entrado allí apenas unos minutos antes y no había nadie. ¿Por donde
había entrado? ¿Y cuando?

Intentando conseguir alguna respuesta a sus no formuladas preguntas, volvió
la mirada hacia Eva, solo para ver con total incredulidad como su hermana
estaba en el suelo, descalza, arrodillada, con la cabeza y los brazos en el
suelo, en posición de total humillación, casi de adoración, hacia Nacho.

- He hecho todo lo que me habías dicho, amo. La he traído aquí, y la he
hipnotizado para ti. ¿Estas contento, amo? ¿Lo he hecho bien?

Por primera vez, Nacho dejó oír su voz.

- Lo has hecho muy bien, Laura. Tu amo está contento. Te has ganado una
recompensa. Levántate.

Agilmente, Laura se levantó del suelo y se acercó a su "amo". Nacho la cogió
por la cintura y la besó apasionadamente, aunque ni siquiera con la mitad de
pasión con la que ella le devolvió el beso. Mientras se fundían en aquel
inesperado abrazo, la mano de Nacho bajó hasta el trasero de Laura y comenzó
a sobárselo sin el menor pudor. Ella dirigió sus manos hacia su falda y
repentinamente se levantó el vestido, dejando a la vista sus bragas negras
de encaje, su excitante liguero, también negro, y, allá donde sus bragas no
llegaban a cubrir, sus hermosas y prietas nalgas, y casi acariciando la mano
de Nacho, la dirigió hacia ellas guiándole y ayudándole a manosearlas.

Eva mantenía los ojos fijos en su hermana. Jamás la había visto actuar así.
Parecía adorar a Nacho. Disfrutaba de sus caricias más que él mismo. Había
verdadera pasión en sus ojos y en sus actos. Le ofrecía su cuerpo como si
fuera una mujerzuela y parecía gustarle que ella estuviera delante,
mirándolos.

Sin dejar de asombrarse por el comportamiento de su hermana, sintió la fría
mirada de Nacho sobre ella.

- Hola Eva. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.

Su cínica sonrisa parecía más una mueca que una demostración de alegría. Sus
ojos la perforaban con la mirada.

Durante todo el tiempo que estuvieron juntos, ella jamás le dejó que la
tocara. La verdad es que no fue más que un juguete en sus manos. Salió con
él para pasar el rato, para reírse a sus espaldas con sus amigas. Nunca se
lo tomó en serio. Cuando descubrió que su relación sí que era importante
para él, pensó en dejarlo, pero le agradaba la idea de tener a un hombre a
sus pies como un perrito faldero. Pero cuando él mostró su lado más
posesivo, decidió acabar con el juego y abandonarle.

- ¡Saluda al amo, zorra!

La voz de su hermana la sacó de sus pensamientos. No tenía nada que decir, y
desde luego, no pensaba saludar a Nacho, pero por algún motivo, lo hizo.

- Hola Nacho.

- Estás muy guapa con ese vestido. Yo soñaba que algún día lo llevarías para
mi.

- Lo nuestro fue un error desde el principio. No había amor en nuestra
relación. Nunca debimos...
- ¿Amor? ¿Dices que no hubo amor? - la voz de Nacho sonaba enfurecida - Eres
la única mujer a la que he amado de verdad en toda mi vida. Cuando me
dejaste pensé que no podría seguir viviendo. Nada tenía sentido para mí. Me
volví violento, hosco y pendenciero. Perdí a mis amigos, mi trabajo y mi
dignidad. ¿Y dices que no hubo amor?

- ¡Yo no te amaba!

Eva comenzó a sollozar.

- ¿Y porqué me lo hiciste creer? Si me lo hubieras dicho desde el principio
yo lo hubiera comprendido. Pero me hiciste pasar los días más felices de mi
vida para después abandonarme. ¿Porqué?

No podía contestar. Sus palabras estaban llenas de razón, además de odio. Su
silencio fue largo y expresivo, tan solo roto por la voz de Laura.

- ¡Responde al amo cuando te hable!

Cada vez que escuchaba la voz de su hermana, una extraña fuerza la impelía a
obedecerla.

- ¡Para reírme de ti!

Las lágrimas corrían ahora libremente por sus mejillas, mojando su vestido
blanco.

- Todas aquellas semanas soñando con tu amor, adorándote, amándote,
deseándote,... y tu solo querías reírte de mí.

El brillo del odio en sus ojos pareció disminuir. La razón intentaba volver
a su voz.
- Tardé mucho tiempo en olvidarte. Después de perderlo todo, tuve suerte.
Intenté controlar mi vida. Encontré trabajo, y comencé a recibir clases
nocturnas. Desde entonces, he soñado con el día en que pudiéramos volver a
encontrarnos.

Dejó de sobar el cuerpo de Laura y se aproximó a la cama. Acercó la mano a
su cara, repleta de lágrimas y la acarició suavemente. Después, con los
dedos mojados, acarició su hermoso cabello.

- Deja de llorar. Esa no es forma de enfrentarse a los problemas.

No había fuerza que pudiera hacer que dejara de llorar. Estaba asustada,
humillada, perdida, y en sus ojos no dejaba de llover.

- ¡Obedece al amo!

Una vez más, el efecto fue inmediato. Retenidas por una fuerza desconocida,
las lágrimas dejaron de brotar.

La voz de su hermana la obligaba a obedecer, pero la de Nacho la llenaba de
temor cada vez que la escuchaba.

- Se le ha corrido el rímel. Ayúdala a secarse, Laura.

Sin decir palabra, Laura sacó de su escote un pañuelo de papel y secó las
últimas lágrimas. Después intentó remediar el desastre causado en el
maquillaje por el llanto de su hermana.

- ¿Porque le ayudas, Laura? Eres mi hermana. Mi propia hermana.

A pesar de no poder llorar, la súplica de Eva fue acompañada por un breve
sollozo.

- Porque es mi amo. Su palabra es ley. Mi cuerpo y mi alma le pertenecen.
Soy su esclava... como también tú lo serás dentro de poco.

Los ojos de Eva se abrieron con estupor. A pesar de que sus oídos habían
escuchado perfectamente las palabras, su cerebro no podía asimilarlo. Miró a
Nacho esperando encontrar respuesta a su inexistente pregunta.

- ¿Recuerdas que Laura te ha contado que aprendió a hipnotizar en unas
clases de psicología?

Intentando aclarar el inmenso caos existente en su mente durante los últimos
minutos, encontró el recuerdo que Nacho mencionaba, aunque sin conseguir
conectarlo con lo que le estaba diciendo.

- Adivina quién fue su profesor.

Tardó unos segundos en comprender por donde iba la conversación, pero al
final lo consiguió. ¡Nacho había hipnotizado a Laura!

- Te dije que encontré trabajo después de que me abandonaras. Fue como
ayudante de un hipnotizador de tres al cuarto. No era muy bueno, pero me
enseñó algunos trucos interesantes. Resultó que con las enseñanzas
adecuadas, yo era mejor que él. Cuando me matriculé en la escuela nocturna
no esperaba encontrarme allí con tu hermana. Ella no guardaba demasiado buen
recuerdo de mí y al principio me evitaba y me despreciaba, pero realizando
un trabajo sobre la hipnosis, conseguí que nos asignaran al mismo grupo. Al
ser el más experto en la materia, todos y cada uno de los estudiantes fueron
cayendo bajo mi influencia, incluyéndola a ella.

Mientras Nacho hablaba, Laura estaba detrás de él, pegada a su espalda,
restregando su pierna semidesnuda por su cuerpo, y acariciando su torso con
ambas manos, intentando guardar el equilibrio. Su rostro no demostraba más
emoción que el inmenso deseo de agradarle.

- Al principio fue la que más se resistió, pero con la ayuda del resto del
grupo, ya bajo mi influencia, conseguimos convencerla. Resultó ser un sujeto
excelente para la hipnosis. En tan solo un par de sesiones se convirtió en
mi juguete favorito. La antaño altanera y orgullosa Laura es ahora mi más
sumisa esclava. ¿No es así, querida?

- Si amo. Completamente.

La sumisión y devoción existente en la voz de Laura no dejaba lugar a dudas.

- Cuando me comunicó la noticia de tu boda, decidí hacerte una pequeña
visita, y con su ayuda, hemos llegado a esta situación. Yo la controlo a
ella, y ella te controla a ti, así que el resultado de nuestro pequeño juego
solo puede tener un ganador, ¿no opinas lo mismo?

Eva no contestó. Estaba atemorizada, y al mismo tiempo enfadada. A pesar de
haber sido hipnotizada seguía teniendo su orgullo, y ser humillada de
aquella forma le producía extraños sentimientos de rabia, temor e
indefensión. Tan solo tenía ganas de llorar, pero ni siquiera eso podía
hacer, porque su hermana se lo había prohibido.

- Laura, quítate el vestido.

Sin dudar un solo instante, cogió el borde inferior del vestido con ambas
manos y lo arrastró por encima de su cabeza. Al hacerlo, sus pechos,
cubiertos por un excitante e insinuante sujetador negro, a juego con el
resto de su lencería, bailaron durante unos segundos al ritmo de sus
movimientos.

- Tu hermana ha desarrollado un enorme interés por la lencería sexy -
comentó dirigiéndose a Eva - Ya nunca usa ropa interior cómoda y hortera.
Desde que nos conocimos, siempre utiliza los más excitante y provocativos
conjuntos de lencería. Es una suerte que le pidieras que te acompañara a
comprar la ropa para tu boda.

Horrorizada, Eva recordó que al comprar toda la lencería para la boda, ella
quería llevar pantys blancos, porque eran muy cómodos, pero Laura la
convenció de que llevara medias y liguero. Decía que así excitaría más a su
futuro marido.

No era a su marido a quien Laura pretendía excitar.

Esperando las órdenes de Nacho, Laura usaba sus manos para acariciarse por
encima del sujetador y las bragas. No se le había permitido aún masturbarse
directamente, o quitarse el resto de su ropa, así que jugaba con su cuerpo
de la forma más excitante que podía, sin dejar de mirar a los ojos de su
"amo", para comprobar así que todos sus movimientos cumplían su único
objetivo de excitarle a él.

La habitación era extremadamente espaciosa. Era una "suite nupcial" y tenia
de todo. Nacho se acercó hasta un sillón que había cerca de la cama. Lo
arrastró hasta el centro de la habitación, a unos dos metros de la cama, y
se sentó cómodamente, preparándose para el espectáculo.

Miró a Laura. Seguía acariciándose por encima de su ropa interior, esperando
ansiosa sus órdenes. Después miró a Eva. Estaba sentada sobre la cama,
completamente cubierta por el blanco vestido del que se suponía que iba a
ser el día más feliz de su vida. La única parte de su cuerpo que podía
apreciarse bajo aquella montaña de tela eran sus pies descalzos, cubiertos
únicamente por las medias blancas.

- Quítate las bragas - ordenó.
Eva no se movió.

- ¡Obedece al amo, hermanita! - sentenció su hermana.

No podía evitar cumplir la orden de su hermana, pero amparándose en la
enormidad de la falda de su vestido, lo hizo de forma que no pudieran ver
como lo hacía. Con la íntima prenda en su mano, miró directamente a los ojos
de Nacho. Era más que miedo lo que sentía en aquel momento. Era puro odio.

- Tráemelas, Laura.

Con gran celeridad, esperando siempre agradar a su amo, Laura se dirigió
hacia su hermana, cogió las bragas de su mano y se las entregó a Nacho. Eran
blancas, a juego con el resto del vestido, y suaves, muy suaves. Debían de
haber costado un dineral. Las mujeres no suelen escatimar gastos para el día
de la boda, pensó Nacho. Era una lástima que una vez casadas no siguieran
haciendo lo mismo y siempre se decantaran por las grandes y antiestimulantes
bragas de algodón en aras de la comodidad.

- Laura. Tu hermanita está muy seria. Creo que tiene hambre. ¿No crees que
deberíamos darle algo de comer?

Eva no comprendió la ironía al principio, pero no ocurrió lo mismo con
Laura. El tiempo que había pasado bajo la influencia de Nacho la había
convertido en una excelente esclava, capaz de entender las más sutiles
insinuaciones y los más profundos deseos de su amo.

- Supongo que tenías pensado que la noche de tu boda ibas a tener ocasión de
prácticas nuevas experiencias, hermanita. Ahora vas a poder realizarlas,
pero no con la persona que tú creías. ¡Arrodíllate ante el amo!

Sin posibilidad de dudar o de resistirse, pero sin mostrar el más mínimo
entusiasmo, Eva siguió las instrucciones al pie de la letra. Se levantó de
la cama y se arrodilló ante Nacho. La gran cortina de tela de su falda se
expandió a su alrededor formando una mullida alfombra brillante. Comenzaba a
comprender lo que se esperaba de ella. Miró a su hermana. Pensó que tal vez
la posibilidad de que otra mujer también tocara el cuerpo de "su amo" podría
causarle un sentimiento de celos que podría utilizar para liberarla del
control de Nacho. Pero se equivocó. Al contrario de lo que esperaba, Laura
no mostraba indicios de celos o de envidia, sino una enorme excitación. Eva
seguía sin comprender que su hermana solo existía para el placer de Nacho.
Que su propia hermana hiciera el amor con su dueño solo la llenaba de goce y
orgullo por haber servido bien a su señor.

- ¿Acaso tengo que decirte lo que tienes que hacer, hermanita?

El sarcasmo en la voz de Laura era evidente. Pero Eva no estaba dispuesta a
darles el placer de obedecer. Solo bajo el irresistible influjo hipnótico
sería capaz de realizar lo que se le pedía. Muy en su interior, esperaba
realmente poder resistir la necesidad de obedecer.

Como si estuviera tocando un objeto de incalculable valor, Laura desabrochó
los pantalones de Nacho, dejando al descubierto su enhiesto pene,
tremendamente excitado por la situación actual, mientras daba instrucciones
a su hermana.

- ¡Escúchame, hermana! Durante todo el tiempo que saliste con Nacho, jamás
le dejaste tocar tu cuerpo, ni te dignaste a tocar el suyo. Ahora vamos a
remediar aquel pequeño descuido. Vas a practicarle la mejor mamada que jamás
hayas podido imaginar. Utilizarás tu boca, tus labios, tu lengua y tu
garganta como jamás creíste que fueras capaz de hacer, sin preocuparte en lo
más mínimo de tus propios sentimientos ni de tu placer personal. Y cuando
consigas hacer salir el jugo de nuestro amo, lo tragarás todo, sin dejar una
sola gota caer al suelo ni ensuciar tu virginal vestido de novia. ¿Has
entendido?
A pesar de la repugnancia que le causaba la idea de tragar el semen de
Nacho, Eva no tuvo más remedio que responder.

- Sí

Y sin poder resistir, tal vez sin intentarlo siquiera, cogió el pene de
Nacho con la mano y comenzó a masturbarle. Después de un par de movimientos
introdujo el pene en su boca y acarició el glande con la lengua, al tiempo
que movía su cabeza arriba y abajo masturbándolo con los labios.

Nacho cerró los ojos. A pesar de estar apenas en el principio de la
masturbación, el placer era inmenso. Había estado con Laura docenas de veces
desde que la hipnotizó por primera vez. Había hecho el amor con ella de
montones de formas distintas. Había disfrutado de su cuerpo como ninguna
mujer deja jamás que un hombre disfrute de ella. Pero a pesar de todo,
seguía excitándolo. Su presencia en aquella habitación, semidesnuda, no
podía dejar de mantenerle continuamente excitado. Pero tanto o más que la
visión del cuerpo de Laura, lo excitaba la subyugación de su hermana. No la
tenía directamente bajo su poder, pero controlaba a la persona que la
controlaba a ella. El amor que sintió por Eva se había convertido en odio al
principio de su abandono, pero después, desde el momento en que hipnotizó a
su hermana, el odio fue dejando paso al deseo de venganza. Y la satisfacción
de estar cumpliendo su sueño se convirtió en una fuerte excitación sexual.

Por no mencionar la visión de una mujer, en el día de su boda con otro
hombre y vestida para la ocasión, arrodillada a sus pies y chupándole el
pene, que aquello también era algo capaz de excitar a un muerto.

A pesar de que Eva no era ninguna experta, el trabajo que estaba realizando
era magnífico. Las órdenes de Laura habían sido utilizar todas las partes de
su boca, incluyendo su garganta, para acrecentar el placer de Nacho, y así
lo estaba haciendo. Al principio sintió un presagio de arcadas, pero poco a
poco se fue acostumbrando a mover libremente el órgano masculino por el
interior de toda su boca y las arcadas fueron sustituidas por frenéticos
movimientos con la lengua.

Mirando el rostro de Nacho, Laura era la mujer más feliz del mundo. La
enorme mueca de placer y satisfacción que su amo estaba sintiendo repercutía
en su cuerpo como si fuera ella misma la que recibía el placer. Sin poder
evitarlo y a pesar de que Nacho no le había dado permiso para hacerlo, paso
sus dedos por el interior de sus pequeñas y transparentes bragas negras y
los introdujo en su vagina, comenzando una masturbación basada
exclusivamente en la visión del placer de su amo. Mientras tanto, con la
otra mano acariciaba y pellizcaba sus pezones sin dejar de mirar tanto el
rostro de Nacho como su pene, que desaparecía por momentos en el interior de
la boca de Eva. Faltaba muy poco para que su amo se corriera, y decidió
hacerlo al mismo tiempo que él.

- ¡Basta!

La brusca orden de Nacho la sacó de sus pensamientos y de la proximidad de
su orgasmo. Sin pensarlo dos veces, cogió la larga cabellera rubia de su
hermana y tiró de ella hacia atrás, provocando un pequeño grito de dolor en
Eva. Con una enorme preocupación en su voz, se dirigió a Nacho.

- ¿Que ocurre, amo? ¿Acaso esta zorra ha hecho algo que no te ha gustado?
¿Acaso te ha hecho daño?

Nacho sonrió complacido por el sincero tono de preocupación en la voz de su
esclava.

- No. No es nada de eso. Solo que no quiero correrme todavía. La noche es
larga y quiero disfrutar de ella.

Ya más tranquilizada, Laura respiró con deseo hacia su dueño.

- ¿Que quieres que hagamos ahora, amo?

- Pienso que un poco de amor lésbico no quedaría mal en la habitación, y de
paso tu participarás un poco en el juego. ¿Te apetece?

El brillo en los ojos de Laura alcanzó unos límites insospechados.

- ¡Gracias amo! ¡Gracias!

Y volviéndose hacia su hermana, le ordenó que se tumbara de nuevo sobre la
cama.

- ¡Abre las piernas, hermanita! Voy a hacerte gozar como nadie lo ha hecho
hasta ahora.

Eva no pudo evitar hacerlo, mientras notaba como Laura levantaba la falda
del vestido, dejando toda la parte inferior de su cuerpo al descubierto.
Sintió la mirada de Nacho sobre su sexo, no menos ávida que la de su
hermana. Durante unos segundos tomó consciencia de los sentimientos que
despertaba en ambos. Tumbada sobre la cama, vestida con un traje de novia,
descalza, la falda levantada, con medias blancas y liguero a juego, sin
bragas y con las piernas completamente abiertas, mostrando sin pudor, aunque
no por su propia voluntad, su mayor intimidad para que un hombre y una
mujer, su propia hermana, lo miraran e hicieran con ella lo que quisieran.
Si hubiera podido sonreír, de estar en otra situación, lo hubiera hecho,
puesto que no podía dejar de pensar que ella misma hubiera podido sentirse
excitada de esa visión.

Todavía estaba inmersa en sus pensamientos cuando notó el húmedo calor de
una lengua sobre su sexo. Los primeros movimientos le parecieron de tanteo,
como si intentaran encontrar un camino entre la no demasiado abundante mata
de pelo rubio que cubría su sexo. Dos días antes de la boda se había
entretenido depilando todas las partes de su cuerpo, poniendo especial
interés en las zonas más íntimas, esperando que su futuro marido se diera
cuenta del buen trabajo que había realizado pensando en él. Ahora era su
hermana la que disfrutaba de su previsión. Encontrado ya el camino hacia el
interior de su sexo, ayudada por las dos manos a mantener abierto el
corredor entre la mata de pelo, la lengua de Laura comenzó su gratificante
trabajo. A pesar de odiar a muerte a Nacho y a su hermana por obligarla a
hacer aquello, las continuas caricias sobre su clítoris y sobre las paredes
de su vagina comenzaban a excitarla realmente. Intentaba ignorar el placer
que le causaban los sabios y expertos movimientos de su hermana, pero no
podía evitarlos. Sabía que no era la hipnosis la que causaba aquel
reconfortante calorcillo que comenzaba a ascender por todo su cuerpo desde
su clítoris. Y eso era precisamente lo que más la molestaba. A pesar de
haber sido obligada, hipnotizada, medio raptada y casi violada, sentía
placer por todo aquello. Sintió asco hacia sí misma, pero lo ignoró cuando
notó la proximidad del orgasmo.
 Laura sabía que su hermana estaba disfrutando. Podía oírlo en sus gemidos,
notarlo en los movimientos de su cuerpo e intuirlo en sus ojos cerrados como
solo una mujer puede hacer. Sabía que Nacho las estaba mirando y que
disfrutaría del placer que le estaba provocando a su hermana. Disfrutaría
cuando ella se corriera, cuando gimiera de placer y se descompusiera
sabiendo que el orgasmo no había sido causa de la hipnosis. Y disfrutaría
aún más por el hecho de que Eva se odiaría a sí misma por hacer disfrutado
en aquella situación. Incrementó la fuerza y la velocidad de los movimientos
de su lengua sobre el clítoris de su hermana para forzarla a alcanzar el
clímax.

Nacho disfrutaba, en efecto, de aquel espectáculo. Había una mujer sobre la
cama, vestida de novia y desnuda de cintura para abajo que estaba a punto de
llegar al orgasmo, y había otra mujer, vestida con excitante lencería negra
que era la que estaba causando su placer. Desde donde él estaba sentado
apenas apreciaba más que el hermoso trasero de Laura moviéndose insinuante
ante sus ojos. A pesar de tener puestos los cinco sentidos en dar placer a
su hermana, Laura todavía conservaba la imaginación suficiente como para
mover su culo excitantemente ante Nacho, sabiendo que como su propio cuerpo
le impedía la clara visión del sexo de su hermana debía de poder disfrutar
de algo mientras escuchaba los gemidos de Eva.

Y así era, efectivamente. Disfrutando de todo aquel espectáculo, Nacho
utilizaba una de sus manos para masturbarse lentamente mientras escuchaba
los gemidos de Eva y contemplaba sus piernas cubiertas por las medias
blancas, el trasero casi desnudo de Laura y sus hermosas piernas, también
cubiertas por la suave oscuridad de las medias.

La explosión del placer de Eva no les llegó de sorpresa a ninguno. Mientras
su cuerpo se estremecía una y otra vez, la lengua de Laura no dejaba de
entrometerse en aquel orgasmo, intentando prolongarlo lo más posible. La
velocidad con que Nacho se estaba masturbando aumentó el ritmo mientras los
gemidos de Eva resonaban por la habitación, y esta, intentando reprimirlos,
no podía dejar de odiarse a sí misma por estar disfrutando del mejor orgasmo
de toda su vida.


Con el rostro orgulloso de su hazaña y cubierto por el orgasmo de su
hermana, Laura miró a Nacho, cuyos movimientos sobre su pene habían vuelto a
la monotonía del que quiere darse placer aunque sin querer alcanzar todavía
el clímax. A pesar de notar pequeñas gotas del orgasmo de su hermana
corriendo por su cara, no se los limpió, sabiendo que su visión acrecentaría
el placer de su amo.

- ¿Puedo desnudarla ya, amo?

- Si. Quiero verla sin ese vestido de novia.

Dirigió una mirada de triunfó hacia su hermana. Eva no podía llorar porque
Laura se lo había prohibido. Sabía lo que iba a hacer a continuación, y a
pesar de no querer hacerlo, comenzó a desabrochar los pequeños enganches que
mantenían el vestido sujeto. Ni siquiera esperó la orden de su hermana. Ya
no tenía miedo de ellos. Ya apenas les odiaba. Seguía sintiendo temor, pero
en esta ocasión era hacia sus propios sentimientos. Quería más. ¡Dios! Había
sentido el mejor orgasmo de su vida y quería más. Sabía que si seguía todas
las órdenes podría sentir más, y a pesar del momentáneo asco que sintió
hacia sí misma, decidió acallar su conciencia y colaborar en lo posible. De
cualquier forma ellos iban a lograr lo que querían. Tal vez, y solo tal vez,
si ella colaboraba lograría disfrutar un poco más.

Una vez acabó con los enganches, se levantó. Con la ayuda de Laura, deslizó
el vestido por encima de su cabeza y lo tiró al suelo. Todo su cuerpo quedó
al descubierto. Su sujetador blanco era semitransparente y muy excitante, a
juego con las bragas que ahora reposaban en el regazo de Nacho.

- Colocaros las dos juntas, una al lado de la otra. Quiero comparar vuestros
cuerpos.

Complaciendo a su amo, Laura se colocó rápidamente frente a Nacho y junto a
Eva. Esta hizo lo mismo, aunque con menos celeridad que su hermana.

- Laura, dame tus bragas.

Sin dejar de mirar el rostro de Nacho, haciendo de cada uno de sus
movimientos una clara insinuación, Laura deslizó sus manos sobre sus bragas
y las empujó hacia abajo disfrutando de cada segundo. Levantó una pierna y
la sacó del agujero de las bragas. Después levantó la otra pierna y repitió
la operación. No tuvo prisa en hacerlo en ninguna de las dos ocasiones.
Sabía que a Nacho le gustaba ver desvestirse a una mujer y quería convertir
cualquier simple acto en un íntimo strip-tease para su placer. Una vez tuvo
las bragas en su mano, se las dio a Nacho. Sin mirarlas, éste las estrujó
con su mano un par de veces antes de dejarlas sobre su regazo, junto a las
de Eva.

Ahora las dos mujeres estaban igual. Las dos llevaban tan solo el sujetador,
las medias y el liguero. El contraste era verdaderamente excitante. Laura
era morena, muy morena. Su ropa interior era completamente negra, al igual
que el pelo de su pubis. Por contra, Eva era rubia, aunque sin ser una
explosiva rubia platino. Su sujetador era blanco, como el liguero y las
medias. Las dos tenían mas o menos la misma estatura, pero Laura tenía los
pechos sensiblemente más grandes que Eva. Las piernas eran hermosas en los
dos casos, largas y sensuales. Ambas se habían depilado el pubis. Eva para
la boda, y Laura lo cuidaba intensamente desde que cayó bajo la influencia
de Nacho.

Nacho no dejaba de masturbarse, pero notó un cierto dolor en su órgano con
la visión de aquellas dos hermosas mujeres ante él. Dos cuerpos para el
pecado dispuestos a cumplir todos sus deseos, todas sus órdenes, todos sus
caprichos.

- ¡El sujetador!
Ninguna de las dos dudó en esta ocasión. Ambas movieron rápidamente sus
manos hacia sus espaldas para abrir los cierres. Eva fue más rápida. No
pretendía excitar a Nacho, sino simplemente seguir su orden. Laura alargó
más el momento, cubriendo incluso durante un instante sus pechos con los
brazos, mientras se quitaba la prenda. Toda la operación la realizó mirando
fijamente los ojos de Nacho, intentando apreciar si sus movimientos le
gustaban.

Finalmente Nacho pudo apreciar la sensible diferencia entre los abundantes
pechos de Laura y los mas pequeños aunque respingones de Eva. La verdad es
que los pechos de Eva no podían considerarse realmente pequeños. Vista ella
sola, o comparada con muchas otras mujeres, sus pechos tenían un tamaño
normal, incluso un poco grandes, pero comparados con la enorme masa de carne
de su hermana quedaban empequeñecidos.

Mientras ambas mujeres se disputaban las miradas de Nacho, este se levantó y
comenzó a quitarse la ropa. Comenzó con la camisa, dejando al descubierto su
torso, que fue inundado de inmediato por el deseo en la mirada de Laura.
Siguió con los pantalones, que ya tenía desabrochados. Finalmente quedó
completamente desnudo. Miró primero a Laura, que le devolvió la mirada
ofreciéndole al mismo tiempo su alma. Después miró a Eva. Por primera vez en
toda la noche, Eva también le devolvió la mirada, pero en esta ocasión no
había temor en ella. Ni siquiera odio. Era una mirada desafiante. El deseo
la había introducido en el juego, y quería demostrar que no era menos que
Laura, y que ella también era capaz de ofrecer placer.

La firme convicción de su mirada la permitió ganar aquel asalto.

- Eva, sobre la cama, a cuatro patas.

Sin dudar, sin rechistar, sin planteárselo dos veces, Eva dio media vuelta y
se colocó en la posición exigida. Laura se tumbó a su lado, con el rostro
cerca de su sexo, dispuesta a disfrutar del espectáculo.

Nacho subió encima de la cama y se colocó de rodillas. La visión del
excitante trasero de Eva estuvo a punto de producirle un orgasmo, que con
todas sus fuerzas se obligó a reprimir.

- Laura, ponte a su lado

La orden fue inmediatamente cumplida por su apasionada esclava. Disputándose
un pequeño hueco en la cama junto a su hermana, dispuso su cuerpo junto al
suyo, también a cuatro patas, aunque cuando estuvo colocada, bajó al máximo
sus brazos y su cabeza, adoptando una posición de mayor sumisión aún si
cabía. Aquello casi fue demasiado para Nacho. Además del hermoso cuerpo de
Eva tenía a su disposición a su más sumisa esclava. Laura, que consciente de
la enorme excitación que su cuerpo era capaz de ofrecer en aquella postura,
intentaba elevar al máximo posible su trasero. También era consciente de que
su sexo quedaba totalmente a merced de su amo, puesto que la mayor altitud
alcanzada por la parte trasera de su cuerpo otorgaba una excelente visión
tanto de su culo como de su pubis. Dispuesta a ganar la batalla por los
favores de Nacho, aplicaba a sus movimientos una indecencia que tal vez no
conocieran ni las más profesionales entre las prostitutas del mundo.
La mayor experiencia de Laura en el arte de la seducción de su amo hizo que
Nacho decidiera cambiar su primera intención de penetrar a Eva en detrimento
de su hermana.

Cogiéndola por las caderas, introdujo su excitado órgano en el interior del
cuerpo de Laura, que demostró un claro estremecimiento de placer al sentir
en sus entrañas el preciado órgano de su amo. Casi al instante, Laura
alcanzó su primer orgasmo de la noche. Desde que Nacho la convirtiera en su
esclava, Laura era capaz de alcanzar multitud de orgasmos en pocos minutos.
A pesar de estar disfrutando del placer máximo que una mujer es capaz de
alcanzar, su cuerpo no dejaba de moverse al ritmo de los movimientos de
Nacho, intentando procurarle placer, en detrimento del suyo propio. Una de
las manos de Nacho se deslizó desde su cadera hasta sus pechos, amasándolos
y apretujándolos con muy poco interés en que ella disfrutara. Pero el efecto
que Laura recibía no era más que placer y más placer. Cualquier contacto de
Nacho con sus partes más sensibles la llevaba una y otra vez al clímax.
Todavía con los residuos del primer orgasmo en su cerebro, el poco delicado
masaje de sus pechos la condujo inevitablemente al segundo. Nacho lo sabía,
porque así la había programado durante las interminables sesiones de
hipnosis. Sabía que cualquier cosa que él hiciera tendría como resultado el
placer de ella, y que dicho placer no hacía más que excitarla cada vez más.

Pero también sabía que su propia potencia sexual era limitada. Casi al borde
del orgasmo, extrajo su órgano del cuerpo de Laura sin aviso, produciéndole
a su vez el tercer orgasmo y haciendo que se desplomara sobre la cama para
disfrutar de él, ya sin la necesidad de reprimir su placer para facilitar el
de su amo.

Nacho quería correrse dentro del cuerpo de Eva, y por ello se deslizó sobre
la cama para introducir cómodamente su pene por el agujero que su otra
esclava también dejaba al descubierto. El interior de la vagina de Eva era
más estrecho que el de su hermana, produciéndole un enorme placer tanto a él
como a ella, que comenzaba a mover su cuerpo sin demasiadas inhibiciones.

- Muévete, hermanita. Muévete y haz disfrutar a nuestro amo

Si quedaba algún resto de decencia o de dudas en la mente de Eva, las
incitantes palabras de su hermana habían acabado con ellos. En respuesta a
las órdenes de Laura, su cuerpo comenzó a estremecerse aún con más fuerza
mientras sentía los rítmicos embates de Nacho sobre ella. Inducida por la
hipnótica influencia de la voz de Laura, su principal deseo era el de hacer
disfrutar a Nacho del encuentro amoroso, pero a pesar de ello, y siempre sin
dejar de mover su cuerpo para producir placer más que para recibirlo, sus
ansias de recibir más y más placer se estaban cumpliendo sin restricciones.
Jamás hubiera podido creer que hacer el amor con Nacho fuera una experiencia
tan maravillosa. Se sentía liberada de todas las ataduras terrestres, de su
pasado, de su futuro, e incluso de su propio y recién estrenado marido. Tal
vez si hubiera llegado a hacer el amor con Nacho cuando eran novios jamás le
hubiera dejado, y jamás hubieran llegado a este momento.

Pero de repente todos sus pensamientos dejaron de tener sentido. Un
estremecedor fogonazo de placer inundó su mente justo en el instante en que
sintió el fruto del orgasmo de Nacho invadir sus entrañas. Con cada uno de
los últimos estertores del clímax de Nacho, su propio cuerpo se vio invadido
por un extremo placer no alcanzado jamás anteriormente, ni siguiera por el
causado por su hermana pocos minutos antes. Su conocimiento del mundo del
sexo y del placer había sido muy limitado hasta esos momentos. Breves
escarceos amorosos con diversos hombres, y algunas pocas ocasiones con su
actual marido antes de la boda no la habían preparado para el mundo que
Nacho y su hermana le habían hecho descubrir. Se desplomó sin fuerzas sobre
la cama, notando como el pene de Nacho resbalaba fuera de su vagina. Con los
ojos entreabiertos, comprobó como aquel mágico músculo se encogía por
momentos y alcanzaba una flacidez imposible de adivinar pocos segundos
antes. Sin tiempo a que el órgano acabara de volver a su posición habitual,
Laura se abalanzó sobre él, y con un enorme cariño solo comparable con el
que las madres proporcionan a sus hijos, lo introdujo en su boca para
limpiar con su lengua los restos delatores del placer del que pocos segundos
antes había sido testigo.

Desnuda, indefensa sobre la cama, Eva comprobó como Laura y Nacho se fundían
en un abrazo que poco tenía que ver con el amor convencional. No pudo
entender las palabras que él susurró al oído de su hermana. Al cabo de un
momento, sintió la fría mirada de Laura sobre sus ojos, y comprobó como sus
labios se abrían y cerraban diciendo algo que no llegó a entender, porque la
oscuridad invadió su mente y el sueño la venció sin condiciones.
Sus ojos se abrieron lentamente sin comprender del todo lo que ocurría ni
donde se encontraba. Su hermana Laura estaba junto a ella, en lo que al
parecer era la habitación del hotel. Su recién estrenado esposo también se
encontraba allí, y sus padres y algunos de los invitados.

- ¿Ya te encuentras mejor, querida?

La preocupación latente en las palabras de su marido la desconcertaron
durante un instante.

- Menos mal que no ha sido nada - esta vez era Laura la que hablaba - Cuando
la he visto desplomarse al suelo desmayada creía que me moría del susto.

Aquello era cada vez más confuso.

- ¿Que me ha ocurrido? - pudo decir al fin

- Te has desmayado, querida. Habías venido a la habitación con Laura y por
lo visto el cansancio de todo el día ha podido contigo y te has desmayado.
Laura ha venido corriendo a buscar ayuda, pero no ha sido nada grave.
Gracias a Dios ya te has recuperado.

Confusa, Eva se miró a sí misma. Estaba completamente vestida, a excepción
de los zapatos, y tumbada sobre la cama. No recordaba nada desde el momento
en que había entrado en la habitación. Sentía un inmenso vació negro en su
mente y un penetrante dolor de cabeza cuando intentaba recordar lo ocurrido
durante esos momentos. Tenían razón. Probablemente el vacío en su memoria
había sido debido a un desmayo. El cansancio de todo el día la había dejado
agotada.

- Estoy bien. Dejad de preocuparos y volvamos a la fiesta. Mañana me
encontraré perfectamente, cuando haya descansado un poco.

- Tiene razón. Dejadla descansar y que corra un poco el aire por la
habitación. Dejad de agobiarla y volved a la fiesta. Ahora mismo bajaremos
nosotras.

Laura comenzó a echar a gente de la habitación.

- Me quedaré contigo - dijo con preocupación el amante esposo

- Ni hablar. Eva estará bien dentro de quince o veinte minutos, así que vete
abajo con tus invitados, y nosotras bajaremos dentro de un rato. Haz caso a
tu cuñada y verás como toda va bien.

Refunfuñando, todos se fueron de la habitación dejando solas a las dos
hermanas.
- Creo que he tenido una pesadilla durante mi desmayo. Me encuentro
increíblemente agotada y estoy toda sudada. Y este maldito liguero...

Sus ojos se abrieron como platos mientras intentaba colocarse el liguero en
el sitio.

- ¡Laura! ¡Mis bragas!

Miró a su hermana con una pregunta en sus ojos.

- ¡No llevo las bragas!

- Un pequeño descuido que deberemos de solucionar cuando vuelvas a
despertar, hermanita.

Eva la miraba desconcertada mientras la veía meter su mano bajo la cama y
sacar sus hermosas bragas blancas.

- ¿Como...?

- No te preocupes por nada, hermanita. Solo cierra los ojos y descansa un
rato.

- Pero...

- Duerme, hermanita... duerme...