viernes, 10 de mayo de 2019

Mi vez contigo.


Te guardo, te guardo vibrando dentro de mí como si aún fuese ayer. Y deseo que haya amor, amor del bueno, amor del que dura una eternidad, amor de ese que queda en el bolsillo cuando todo se ha acabado.

Me gustarÌa poder arriesgarme, lanzarme sin paracaídas sobre tu cintura y esperar a que ocurra algo fantástico entre los dos. Y tú también lo harías. Y cerraríamos los ojos para no ver el barranco, y si la cuerda se tambalea, no miraremos abajo para no volver atrás. Porque volver atrás a veces significa regresar, y regresar contigo es retroceder. Y yo no quiero borrar lo escrito, no quiero desordenar lo establecido, no quiero perder los besos que nos dimos porque ahora mismo es lo único que tengo, lo que me une a ti.

Somos eso, te bese quien te bese, mi aliento siempre estará en tu clavícula y mi mano descenderá desde tu pecho hasta tus tobillos rozándote cada milímetro. Tu olor no se irá de mi piel, aunque desaparezca por la mañana, a medianoche volverá y volveré a sentirte como si fuera esa vez, esa vez contigo, ese amor finito que nos fumamos un miércoles y que guardaré hasta el domingo.




viernes, 5 de abril de 2019

Alguna cosas que no me gustan de la vida


A veces la vida no es lo que una se imagina. Porque una jamás piensa que le van a suceder según que cosas en un momento en el que podría ocurrir cualquier cosa excepto eso, y de repente sucede y te quedas literalmente en bragas.

A mí, por ejemplo, nadie me dijo que iba a echarte de menos. Nadie me dijo nunca que extrañaría con cada poro de mi piel a un ser como tú. Y sin embargo, aquí estoy, arrancándome el corazón a bocados para dejar de pensarte, leyendo tus palabras una y otra vez para olvidar que estás tan lejos que, por mucho que extienda la mano, no alcanzo a tocarte.

 La vida es algo que está ahí, y los seres humanos somos tan ingenuos que nos creemos con el poder de controlarla, de controlar nuestras vidas, cuando probablemente sea una de las cosas más imposibles que encontraremos jamás. Incluso creo que es más fácil llegar a controlar la vida del contrario que la propia.
Tampoco hay una respuesta para todas las preguntas. Eso quizá es una de las cosas que más detesto de vivir. Me gustarÌa que la vida estuviese ordenada, que todo se pudiese colocar en el sitio perfecto, por categorías, como los libros de Marian Keyes en la biblioteca o los compac-disc de Vetusta Morla y Cabaret en el estante. Sin embargo, no se puede. Es imposible. Mientras más te empeñas en ordenar lo que vives, más desorden creas.

Supongo que los seres humanos jamás aceptaremos que hay una serie de cosas que se nos escapan de las manos. Que una no puede estar aquí y allí a la vez, que tienes que elegir y eso conlleva una serie de consecuencias que están muy lejos de poderse colocar en cualquier estante.



lunes, 18 de marzo de 2019

...


¿Sobre mi? Bueno, soy la única persona del mundo que siempre estuvo conmigo. Y cuando digo siempre,  quiero decir siempre.  Jamás me abandoné. Cuando hacia algo mal, ahí estaba yo para empatizar y buscar alguna solución. Cuando hacia algo bien, ahí estaba yo para darme una palmadita en la espalda.

Estuve conmigo en los peores momentos, y en los mejores también. En tardes de aburrimiento, en noches de besos, en mañanas de té y pan. De pan y té. Y, sin embargo, pese a haber convivido conmigo más de 40 años,  24 horas diarias,  tengo que admitir que no me conozco ni un poquito. En absoluto. No sé quién soy. Ni qué hago aquí. Quiero decir, que conozco a todos esos desconocidos mejor que a mí misma. A todos esos que no estuvieron en las malas, ni en las buenas, ni en las regulares. ¡Yo los conozco! Se los aseguro. Y sin embargo a mí... Bueno, sí. Podría hacer una lista con virtudes y defectos. Y cuando voy por ahí, sé ver las cosas que me gustarían y guardármelas en la mente para, al llegar a casa, contármelas. Pero para todo lo demás... Quiero decir. Para todo lo demás, soy una completa desconocida.

domingo, 17 de marzo de 2019

Un día más


Qué necesitamos para convertir en inconfundible un día; para hacerlo destacado y distinto de los otros, que se apilan en la niebla común de nuestra vida? ¿Que sea el primero, o el último? ¿Que se consagren en él el amor o la dicha inolvidable?

 Un día tras otros esperamos que suceda algo grande; algo que señale con piedra blanca y decisiva una fecha; algo que subraye con un círculo fosforescente una cifra de nuestro mediocre calendario. Sin embargo, lo más grande que nos sucede y nos sucederá es la vida. Sobre ella, como sobre una mesa transparente, depositamos objetos, posesiones, sentimientos, anhelos: cosas bellas o feas, pero cosas al fin. Sin la mesa, todo sería añicos. En la vida, el camino vale más que la posada. Todavía más: el camino es la posada. Pero nosotros nos esforzamos en conducir la vida, en comprimirla, en trocearla, en sacarle partido, el nuestro, tan pequeño, tan distante del suyo (desconocido y probablemente misterioso y sencillo lo mismo que el verano). Nosotros procuramos transformar la vida en instrumento, cuando ella es lo absoluto: ella es su propio fin, no un medio nuestro. Porque no somos protagonistas, sino unos inquilinos en precario, continuamente a dos dedos del desahucio.

 El falso concepto del deber nos atribula la existencia y nos la empequeñece. Queremos engrandecernos con él, y lo que conseguimos es todo lo contrario. De ahí el secreto atractivo que sobre los severos ejercen las ovejas negras, la extraña simpatía que suscitan los balas perdidas, esos seres que tachamos de vividores, entre la envidia y el desdén, porque a ojos vista cumplen su más alta misión: la de estar vivos a costa de cualquier sacrificio, suyo o lo de los demás. ¿Quién no ha experimentado, en un día cualquiera, la incógnita satisfacción del deber incumplido, de la entrega con los ojos cerrados y desmemoriados a la vida desnuda? Si somos una gota de rocío sobre una brizna de hierba, ¿por qué abandonarnos a la mañana azul, que nos sostiene a la vez que nos consume? Porque cada rocío y cada hierba son tan irrepetibles como la golondrina que dejamos de ver. Somos nosotros quienes nos empeñamos en confundirnos e igualarnos; en confundir e igualar nuestros días, en desvivirlos y anonadarlos.

 Los buenos días perdidos en la espera de un improbable día majestuoso, que acaba por no llegar, o por llegar demasiado tarde, ay, cuando nos habíamos quedado adormecidos por la monotonía.

Desde hace siglos se nos está advirtiendo: carpe diem, se nos está invitando a exprimir hasta el límite el escaso limón de nuestra vida. A cada día le basta con su propio afán, proclama el evangelio, y es su mejor mensaje. Vemos un hormiguero como una oscura y confusa sucesión de hormigas, abrumadas bajo su carga, todas idénticas, todas inexplicables, todas mudas. Sin embargo, cada una tiene su misión y su compromiso, su fatiga y su ansia, su instante y su tarea. Pero nosotros nada comprendemos. Y bastaría fijarse bien, observar de más cerca, no dejarse engañar. Así los días. Cada vida, por mínima que sea, ¿quién designa y quién nombra los tamaños?, es trascendente. Sin ella, la naturaleza no sería como es, ni estaría completa. Si cualquier ser es una gota de rocío que dura lo que dura la noche; si una gota de rocío no es nada apenas en mitad de la noche, ¿no es verdad asimismo que inextinguiblemente la noche se repetirá, y el rocío y la hierba, pero nunca esta noche precisa, ni este rocío, ni esta pequeña brizna?.

 Porque la vida es la que hace ser día, y noche a cada noche, y no se acaba nunca. Porque lo que una vez sucede para siempre, y todo lo que existe murió ya alguna vez, y lo que una vez ha muerto no volverá a morir.



viernes, 15 de marzo de 2019

El alma en carne viva


Se araña el alma. Como cuando con tus bonitas uñas largas arañas la pared del ascensor y el viento comienza a chirriar. Como cuando frotas un tenedor o un cuchillo con un plato hondo y el sonido que produce hace vibrar hasta el último de tus dientes. Como cuando estás contando algo y de repente te muerdes la lengua y tienes que estar unos minutos con un dolor acojonante y la otra persona desternillándose de risa. Como cuando peleas hasta la muerte y te mueres. Algo así. Algo así es lo que pasa con el alma cuando nos hacen daño.

Y claro, como está tan adentro, como el cuerpo físico no nos permite verla, no podemos colocarle tiritas. Y la llevamos a la calle en carne viva. Porque una no puede dejar el alma en casa y salir sin piel. No puede. Eso es una utopía.

La gente sale con el corazón tiritando y el alma desnuda, en carne viva, sangrando y envolviendo de dolor cada extremo del cuerpo. Y luego en casa, al llegar, la gente se pone paños calientes en el pecho y bebe mucha agua, para purificarse, para limpiarse por dentro. Una tontería. Como si el simple hecho de que introduzcas algo sano en tu cuerpo fuera a eliminar lo insano, lo destrozado, lo que ya no queremos.

Además. Todo el mundo quiere tener alma. Aunque esté destrozada. Nadie se atreve a arrancársela. Porque entonces no vives. Porque entonces no sientes. Porque entonces no entiendes. Porque entonces no dueles.

Y a nosotros, masoquistas del siglo XXI, nos encanta la sensación de pasear por la calle con el alma partida en dos. Los humanos, ahí donde nos ven, estamos completamente enamorados del dolor.



miércoles, 6 de marzo de 2019

La historia de cuando el universo me abandonó


Lo sabia. No me preguntes cómo, ni por qué. Simplemente lo sabía. Y no hice caso. Me salté la lógica y me guardé las voces que me decían que no diera un paso más al frente en los bolsillos.

Ignoré al mundo que me ponía piedras por el camino para que no avanzara, abrí puertas que no debía haber abierto. Y pasó. Pasó lo que yo sabía que pasaría.

Y entonces me sentí tremendamente estúpida. No puedes imaginarte ni por un sólo momento lo estúpida que me sentí. Todos aquellos avisos, todos aquellos intentos por parte del mundo y de la parte cuerda de mi cerebro para que no tropezara, los mandé al garete. Me los salté. Y tropecé. Y fue el tropiezo más grande que he dado jamás. Me caí entera. Y cuando me quise levantar, noté algo denso encima de mi cuerpo que me lo impedía. Y todas esas malditas voces se desternillaban desde los bolsillos. Las oía decirme lo estúpida que había sido. Y luego simplemente se marcharon. Se marchó la lógica, y el mundo se llevó sus piedras, y las puertas se fueron a un lugar en el que la gente no las abriera.

Y me quedé sola. Sola con la densidad de la nada, de la estupidez humana. Sola yo y mi estupidez. Y me prometí empezar a hacer caso a las señales que el universo me mandaba. Pero nunca volvió a ayudarme. Desde entonces tengo que hacerlo todo solita. Y es muy difícil. No sabes cuánto. A veces creo que simplemente me perdí. Que jamás volví a encontrarme. Que me quedé allí, en medio de un tropiezo inexplicable.


martes, 5 de marzo de 2019

Chemiliquatre


Me gustaba todo. Y cuando digo todo, es todo. Me gustaba hasta cuando se ponía hecho un chulo y me llevaba la contraria. De hecho, cuando se hacía el estúpido era cuando más cachonda me ponía.

Tampoco es que deseara estar discutiendo todo el rato con él, en absoluto. De hecho, luego me daban unas bajadas impresionantes. Bajadas anímicas, digo. Porque, por muy cachonda que me pusiera, a mí nunca me ha gustado discutir. Pero tenía como un algo diferente en la cara cuando me recriminaba mi comportamiento, yo que sé. Probablemente era esa forma de arquear los labios, o quizá su manera de mirarme fijamente...

 Creo que su voz, el cambio de su voz cuando discutíamos, también tuvo mucho que ver. Fuera lo que fuera, a mí me encantaba discutir con él.