miércoles, 26 de febrero de 2014

Miedo


Supongo que, a veces, lo mejor es doblar la esquina a tiempo. Ponerte a salvo antes de que cualquier corazón hecho avispero termine por atacarte. Escapar corriendo y, cuando creas haberte alejado del miedo en cuestión, parar en seco y sentir cómo tu respiración decelera placenteramente al tiempo que un extraño estado de paz se apodera de ti.

Pues bien, yo nunca soy capaz de hacerlo. Ni lo fui, ni creo que jamás lo sea. Porque...¿sabes? Yo soy de ésas que siempre se quedan paralizadas a unos metros antes de desaparecer del mapa. Me gusta quedarme muy quieta delante de los abismos, esperando a que algo me alcance y me haga reaccionar.

Todo con tal de no caer al vacío sintiéndome un peso muerto. Y es que no puedo largarme de ningún lugar sin que el mundo deje su marca -de un modo u otro- en mí. Necesito esas pequeñas punzadas de emoción para seguir adelante.

Recuerdo el día en que no supe decir con exactitud a qué olía tu cuello.


Ahora lo sé. Huele a escapatoria.


martes, 25 de febrero de 2014

Lo poco que sé de la vida


Lo poco que sé de la vida está en los libros que leo. Lo poco que sé de la vida está en las líneas que no escribí. Lo poco que sé de la vida se cuenta tomando un café, se entiende tomando una copa y se olvida tomando dos.

Que nadie se emocione ni albergue falsas esperanzas, porque con lo poco que sé de la vida, a duras penas se llena un corazón, por pequeño que sea.

Empiezo por lo que sé con seguridad. Sé que, con suerte, vas a morir una vez. Así que procura no morirte más veces por el camino. No hay nada peor que esa gente que se va muriendo antes de morirse del todo. Para evitarlo, te regalo un método infalible. Mientras tú vayas decidiendo, todo está bien. El día que dejes de decidir, ese día, cuidado, porque la habrás palmado un poco.

Ten siempre más proyectos que recuerdos, es la única forma que conozco  de mantenerse joven. Olvídate de la tontería esa de ser feliz, ya te puedes dar con un canto en los dientes si llegas a ser el único dueño de tus propias expectativas.

Entre lo poco que sé de la vida, también te diré que nada de todo esto vale la pena sin alguien que te haga ser incoherente. Ni flores, ni velas, ni luz de luna. Ese es el verdadero romanticismo. Alguien que llegue, te empuje a hacer cosas que jamás te creíste capaz y que arrase de un plumazo con tus principios, tus valores, tus "yo nunca".

Ojalá ames mucho y muy bueno, incluso a riesgo de no ser correspondido. Que te despojen de todo, que hagan jirones de tus ganas y que te veas obligado a remendarlas con el hilo de cualquier otra ilusión. Que desees y seas deseado, que se frustren todas tus esperanzas y acabes descubriendo que la única forma de recobrar el primer amor, que es el propio, es en brazos ajenos.

Dos emociones inútiles asociadas al pasado, arrepentimiento y culpa, y una emoción inútil asociada al futuro, la preocupación. Cuando antes te desprendas de las tres, antes empezarás a apreciar lo que tienes.

¿Qué más? ¡Ah si! Sé que al menos un amigo te va a traicionar, otro será traicionado por ti, y que te pongas como te pongas, los que no hayas hecho antes de los treinta, ya jamás pasarán de buenos conocidos. Cuenta sólo con los tres principales, porque a partir de ahí todo es mentira.

Para terminar, y hablando del tema, déjame que te presente a tu mejor enemigo. Se llama miedo. Quédate con su cara, porque va a estar jodiéndote de ahora en adelante. Miedo al fracaso. Miedo al que dirán. Miedo a perder lo que tienes. Miedo a conseguirlo. Miedo a saber poco de la vida. Miedo a tener razón…


domingo, 23 de febrero de 2014

La sonrisa del amor


Si nuestra capacidad para comunicarnos dependiera solamente de las palabras, estaríamos perdidas. Me lo explicaba una desconocida en la sala de espera de un aeropuerto, una mujer joven que había convertido el viajar en una liturgia de encuentros y desencuentros, de ésos que marcan para siempre. En su deambular por infinidad de países se introdujo en distintas culturas , indagó en razas y costumbres, se perdió por religiones ocultas y acabó considerando que las diferencias no existen en los demás sino que las vamos tejiendo cada una de nosotras. Decía que, por encima de colores, etnias, razas o sexos, el ser humano es único y excluyente.

Su filosofía de la comunicación navegaba más por el lenguaje de los sentimientos, “esos que se guardan al lado del corazón”, mucho más consistentes que cualquier mensaje verbal. Realmente, nadie puede resistirse al código de signos que se encuentran en una sonrisa de los ojos; con la mirada no se puede mentir, ni engañar, ni trampear, mientras que con las palabras es inevitable que siempre surjan los malos entendidos, las frustraciones o las exigencias. Visto así es mucho mejor cobijarnos en el idioma de la forma, de los gestos, las actitudes más que el de los contenidos, y a partir de ese jeroglífico de la insinuación dejar que nuestro interlocutor aprenda a descifrar nuestras verdaderas intenciones o deseos.




Inocente el sol


Oye Alfredo, espero que todo esto salga bien. Me da no sé qué, dejar los niños con mi madre y, además, mintiendo.

-¡Tu siempre igual! Hace años que tu y yo solitos no disfrutamos una semana para nosotros solos, sin niños, ni trabajo, ¡ni ropa!, sólo hacer el amor a lo bestia, como cuando teníamos dieciocho años y paseábamos 20 kilos menos, bailar, beber hasta ponernos ciegos y, además, ¿te acuerdas de cuando nos fumamos un porro por última vez?. ¡Qué época aquella!.

-¡Pues si que queda lejos!. Si pudiera dar marcha atrás cuantas cosas cambiaría.

-¿A mí también?.

-Hombre, pues no sé. Depende de lo que hagas esta semana, así será mi dictamen.

-Tu siempre tan reflexiva, Lola.

Habían salido de viaje sin desayunar y, dos horas más tarde pararon en un restaurante mediocre al pie de la carretera, que incluía, además, en cartel que decía "camas". Seguramente, sería utilizado por aquellas parejas jóvenes para desahogarse sexualmente antes de las dos de la madrugada, que es cuando se recoge la chica por imposición paternal. También los camioneros aprovechan estos sitios baratos para dormir u otras necesidades similares que surgen a lo largo de esos dilatados viajes. O quizás no. ¿Quién sabe?

Ya sentados a una mesa, se acerca el camarero y pregunta por lo que van a tomar.

-Pero Alfredo, ¿por qué has pedido manteca para las tostadas? Sabes que el médico te lo tiene prohibido, y a ti parece que te importa poco tu salud.

-¡Calla! Un día es un día. Además, si la palmo tu cobrarías siete kilos.

-Hombre, si te pones así, mañana mismo.

-Lola, hoy estás con el bonito subido. Recuerda que nada más que lleguemos, tenemos que meter el champan en la nevera, esta noche hay que celebrar algo.

-Estás más salido que un balcón. Hacía mucho que no te ponías así, y me gusta, porque eso me dice que una sigue teniendo sus encantos.

-¡Oye! ¿te acuerdas de aquella vez dentro del coche que tuvimos tres asaltos seguidos?.

Yo me conformo esta noche, con uno largo y bueno, que si no, el resto de la semana estarías a pan y agua.

-¿Te has traído eso que te regalé tan caro, que se ve y no se ve a la vez? Joder es que me pones como una moto sólo de imaginarte así.

-Alfredo, perdona si soy aguafiestas, pero estoy intranquila, deberíamos haber dicho a mi madre donde veníamos o al menos, un número de teléfono por si pasara algo y nos tuvieran que localizar.

-¡Sí!, para que te llame Luisito diciendo que su hermano le ha robado la paga. Quita, quita. Ya llamaremos nosotros cuando nos apetezca. Y ahora, que los aguante tu madre, que para eso están las abuelas.

Llegaron al sitio buscado. Un chalet pequeño pero lujoso en la sierra, rodeado sólo por pinos y adonde se llega después de cientos y cientos de curvas.

La inmensidad del paisaje, el silencio natural de la montaña, algunos ruidos entre los árboles debido al revoloteo de los pájaros embriagaban el lugar.

Ni el ruido de las máquinas cortadoras de la carnicería del barrio, ni los claxons, ni el del butano que es el servicio más ruidoso existente, ni nada por el estilo. Sólo tiempo libre, paseos por senderos, baños en la piscina, tomar el sol con cuidado mientras te tomas una cerveza fría con un pincho.

-Yo desde luego, no prestaría un lugar así ni en sueños. ¿Para que me lo destrocen? Ni hablar.

-¡Hija!, si Carlos fuera como tu, ahora no podríamos estar aquí. Desagradecida.

-Lo que hay que tener es dinero y ya está. Cosa que no creo podamos tener en mucho tiempo.

-Tu quisiste tener hijos. Bien te dije, que sólo traían gastos.

-No seas egoísta y entra el equipaje.

-Alfredo, traete la toalla, que voy a salir de la piscina y no quiero coger frío.

-Aquí tienes amorcito.

-Pelota.

-¿Por qué?
-
Tu sabrás lo que buscas, y lo sé muy bien. Cuando eso te pica, te pones de un cariñoso que no es propio de ti.

-Pues la cena, ya está preparada, y la luz de las velas.

-Si que te pica, sí. ¡Y no me cojas el culo! Por ahora.

-¿No crees que hemos bebido bastante, Alfredo? No bebas más champán que se sube demasiado a la cabeza.

-Esta última, a medias. ¿No? Además, estamos mejor que nunca.

Lola se acercó a la cara de Alfredo y empezó a besarle suavemente en la oreja y en el cuello. Mientras, Alfredo suelta la copa en la mesa y suspira profundamente, cerrando los ojos y acomodándose en el sofá. Siguen sus besos, cada vez más largos, suaves, carnosos y apasionados, mientras desliza su mano suavemente hasta su pierna y, haciendo un juego de dedos insinuoso, comienza a introducir con una suavidad sensual, su mano a través del pantalón corto de su marido. Con las yemas de los dedos acaricia su pene erecto cada vez con más deseo. Los gemidos, suspiros silenciosos y movimientos corporales curvos se suceden con fuerza pero suavemente, vellos en punta y manos descontroladas, tirones de ropa y posturas cubistas, piel con piel, labios con labios y deseos recíprocos de instintos animales desbocados.

-Sigue así, no pares ¡Tienes una lengua tan morbosa y juguetona! ¡Qué garganta!

-Vamos a la cama, estaremos más cómodos.

-Cogeré las esposas, hoy no te libras. Vas a alucinar en colores. Espérame con los ojos cerrados y las manos cerca de la cabecera, para que pueda ponertelas sin resistencia.

-Eres un pervertido, pero me gusta.

- ¿Te gusta, Lola? ¿Cuánto tiempo hacía que no montaba esto? ¡Quéjate! ¡Más fuerte! Ahora no puedes escapar, eres sólo mía. Te haré lo que quiera y como quiera. Espera que coja la polaroid.
-
¡No!, sigue, no pares, ¡no pares!. ¡Ahora!.
-
¡Sí!, ¡Sí!, grita como yo. ¡Ahhh!

En la postura del misionero, ambos gritaron de placer hasta el infinito de los más recónditos lugares, voluptuoso, caliente y rabioso, hasta caer él sobre ella, abrazado y con la respiración entrecortada. Descanso plácido como ninguno después del placer, cuerpo sobre cuerpo y calor sudoroso, inspiraciones profundas, silencio compartido, nada ni nadie en qué pensar sólo disfrute del yo sexual más plácido esperado.

-Oye amorcito, te has portado como nunca, pero por favor, quítame las esposas. Me he hecho daño en las muñecas y tobillos por la fuerza que has empleado. Además, ¿recuerdas que pesas unos ochenta y cinco kilos?

-¿Te ha gustado de verdad? Dime que sí.

-Sí, muchísimo.

-Yo hacía tiempo que no disfrutaba así. Me gusta verte presa, indefensa como una palomita revoloteando alrededor de mí, yo el imán y tú la presa.

-¡Qué sádico eres!

-¡Calla perra de mierda! Harás lo que yo quiera y diga sin rechistar.

-Alfredo te estás pasando y no consiento esas groserías tuyas, por muy salido que estés. Hasta aquí podríamos llegar.

-¡No me discutas!

Alfredo abofeteó a Lola con inusitada fuerza y rabia. Sus ojos resaltaban odio y maldad. Lola jamás lo había visto así.

El se incorporó, se dirigió hacia la cocina mientras Lola lo llamaba a gritos para que le quitara las esposas y también lo insultaba con todo tipo de adjetivos descarados y malintencionados.

-¡Quítame esto ahora mismo, cabrón! No ves que te estás pasando, que estás llevando esto demasiado lejos. ¡Ah!, y por supuesto, que se te olvide joder más conmigo durante mucho tiempo.

- ¡No me levantes la voz!, gritó él desde la cocina.

-¡Suéltame! Me estás haciendo daño con esto.

-Cariño mio, - dijo Alfredo mientras se sentaba en la cama - sabes que yo te amo con locura, más que el primer día, pero en la vida, siempre llega el momento donde cada persona debe pagar por aquello que hizo mal y a ti, te ha llegado el momento.

Lola no sabía ni comprendía nada de lo que pasaba, estaba atónita. No quería hablar, porque no sabía si hablaba en serio o aun aquello pertenecía al acto sexual, como una de aquellas manifestaciones del inconsciente, reprimidas durante muchos años que aparecen espontáneamente durante una enajenación mental momentánea.

-Mira Alfredo, tengo frío aquí totalmente desnuda y, creo que deberías terminar este cachondeo tuyo que no sé donde lo habrás visto. Si quieres, luego te hago lo que más te apetezca donde quieras, pero ahora sueltame, por favor. Hazlo por mí.

-Tu no eres nadie para ordenar que tengo y no tengo que hacer. Además, me gusta esas súplicas, porque realmente delatan el amor que me profesas.

Él parecía tremendamente tranquilo, sosegado y seguro de lo que hacía. Dueño de la razón y la vida de ambos. Dios de la verdad suprema y caritativo con el prójimo.¿Recuerdas aquel día en que empezaste a salir con Eduardo, mi mejor amigo? Formábamos una buena pandilla, ¿verdad? - dijo Alfredo -, y tú eras el centro de todos y de todo para mí. Y aún sabiéndolo, tu tonteabas con él, incluso delante de mí. Jamás se me olvidará cuando subiste a su coche en la noche de carnaval con una sonrisa de oreja a oreja. Todos nos dimos cuenta que os fuisteis a follar, incluso te puedo decir donde, porque os estuve observando. Sí, allí detrás de la fábrica de harina. La luna llena lo delataba todo. ¿Qué lástima que muriera ahogado en el río, ¿verdad? Yo no pude hacer nada por él. Pobre Eduardo, tan apuesto, educado y con tanto lujo para deslumbrarte.

Lola quedó paralizada ante las palabras de su marido. Respiración entrecortada y ojos delatadores de miedo y vergüenza, odio y furia. Él mientras le hablaba, le acariciaba todo el cuerpo con los dedos suavemente y con ternura.

- Pero Alfredo, si aquello queda muy lejos, yo sólo te quiero a ti. Nunca hubo nada entre los dos.

-Claro que me quieres, si no hubiera sido así, no habría esperado tanto tiempo para esto, para purificarte de aquel pecado. Yo sólo he sido el hombro donde te apoyaste.

-¿De qué hablas? Tú eres importante en mi vida. Lo has sido y lo serás Alfredo. Aquello no fue nada.

-Yo lo siento mucho, pero todo tiene un pago. Te lo he dado todo en esta vida, Lola. Debes estar agradecida por ello y lo único que haces es lloriquear como una mocosa. Deberías estar de acuerdo con esto.

-¿Con qué? ¿Qué pretendes? Cariño, - dijo Alfredo -, mira por la ventana. Luna llena, ¿verdad que es realmente una belleza?. Un cuerpo que no tiene luz propia y lo que es para nosotros. La Luna es traidora, delata los más íntimos secretos de las personas oscuras. Es el parásito del sol.

Déjalo ya Alfredo, piensa en nosotros, en mí, en los niños. Vuelve a ser tu, cálmate y dormimos como si no pasara nada. ¿De acuerdo? Pero primero suéltame, te lo pido.

-Si te voy a liberar. De tu cuerpo. Yo contemplaré la Luna llena muchos años más, pero tu te hundirás en la más confusa oscuridad. Vas a redimirme.

Con temple asombroso, Alfredo introdujo parte de la funda de la almohada en la boca de su esposa, mientras forcejeaba con la cabeza lo que podía. Sus muñecas y tobillos comenzaron a sangrar debido a los movimientos bruscos que intentaban liberarla.

Alfredo sacó un cuchillo de cocina de unos treinta centímetros de largo y seis de ancho. De un golpe seco, se lo introdujo a través de la vagina.

-Te quiero Lola - dijo Alfredo -. Pero...

La observó hasta morir desangrada.






sábado, 22 de febrero de 2014

...


Todo, absolutamente todo lo que hago o lo que digo tiene que ver contigo. Me cuesta horrores no relacionarte con mi vida diaria. Me encantaría poder sacarte afuera de mi mundo un rato, descansar en solitario, dormir sin tener que contar animales para sacarte de mi cabeza. Dormir del tirón, como cuando lo hago contigo. Vivir de carrerilla pero sin tus pautas. Imagino cómo sería tenerte siempre a mi lado al despertar y sonrío sólo de pensarlo, pero entonces algo me aprieta fuerte el estómago y pienso que eso quizá nunca suceda. Que nunca volverá a pasar. Cosas cotidianas como acercarme al lavabo muy de mañana y cepillarme los dientes con una pasta que no debería recordarme a ti pero que aún sin saber por qué, hace que quiera lavarme los dientes contigo cada día de mi vida.

Desayunar tostadas e imaginar cómo sería llevártelas a la cama, yo los martes y tú los miércoles, y los jueves, y los viernes, y el resto de los días de nuestra vida conjunta que ahora mismo pende de un hilo.

Y salir a la calle con dos bolsas de basura, y tirarlas en el contenedor, y pensar que si vivieras al lado esperaría cinco minutos para cruzarme contigo. Querer repartir el peso de mi vida y de tu vida, meter las dos vidas en un bote y agitarlo rápido, y luego partir la vida que sale en partes iguales. Un trozo de para ti, y otro para mi, que tú tengas de mi, que yo tenga de ti. Y removerme contigo, como se remueve la crema para un pastel, y tocarte una vez más, y dos, y tres, y que nos desgastemos al hacernos el amor, y que tú leas el periódico en la cocina mientras oyes como tarareo Mon Amour en el balcón, y que te duches antes que yo, o justo después, o juntos los dos. Y vivir contigo, y vivir de ti, y vivir para ti.


Sábado


Hay gente que no entiende que de repente te entran ganas de llorar y tienes que hacerlo, sin importar dónde estés o qué te encuentras haciendo. Que llega un momento en el que el bote está lleno y no caben más lágrimas, que guardarlas implica dejar que una parte de ti se rompa, se pudra, se llene de bichitos malos y convivan dentro de ti hasta la vida siguiente. Di que estás mal y lo entenderán. Di que no es tu mejor momento, que no quieres hablarlo, que simplemente no puedes. Lo que sea. Cualquier cosa salvo levantar la cabeza y hacer lo imposible porque el dolor se quede dentro. ¿Saben? Cuando alguien se acerca y me pregunta a qué sabe creo que sabe la tristeza yo siempre contesto que sabe a sal ¿A qué si no? Todo el mundo ha saboreado una gota alguna que otra vez. Las lágrimas son saladas. Un poco de sal está bien, mucha pica y demasiada escuece tanto que te hace enfermar. De vez en cuando, el tarrito se llena y avisa anudándose en la traquea, por eso es importante que no crean que sus tarros son infinitos, no se mientan repitiéndose cuánto son capaces de aguantar. Aquí no gana el que guarda más sal. Se trata de echarlo fuera. De vomitar tristeza antes de autodestruirnos.

Hoy es sábado
Hoy tuve ganas de llorar
Hoy vacié mi tarrito
Hoy vomité sal


Después


Después…

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar el alma,

Y uno aprende, que el amor no significa acostarse
Y una compañía no significa seguridad
Y uno empieza a aprender…

Que los besos no son contratos
Y los regalos no son promesas,
Y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos.

Y uno aprende que realmente puede aguantar,
Que uno es realmente fuerte,
Que uno realmente vale…

Y después de un tiempo
Uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.

Con el tiempo aprendes
Que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.

Con el tiempo aprendes
Que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.

Con el tiempo aprendes
Que si estás al lado de esa persona sólo acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.

Con el tiempo comprendes
Que los verdaderos amigos son contados, y que quien no lucha por ellos, tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.

Con el tiempo aprendes
Que disculpar cualquiera lo hace
Pero perdonar es sólo de almas grandes.

Con el tiempo comprendes
Que si has herido a un amigo de forma dura, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.

Con el tiempo te das cuenta
Que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquello que dejaste ir.

Con el tiempo te das cuenta
De que cada experiencia vivida con cada persona, es única e irrepetible.

Con el tiempo te das cuenta
De que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano, sufrirá las misma humillaciones o desprecios.

Con el tiempo aprendes
A construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.

Con el tiempo comprenderás
Que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas.

Con el tiempo te das cuenta
De que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.

Con el tiempo verás que,
Aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado…

Con el tiempo aprenderás
Que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas… decir que extrañas, decir que necesitas…decir que quieres ser amigo, ante una tumba… ya no tiene sentido.

Y uno aprende y aprende…
Y con cada día uno aprende.
Pero desafortunadamente… sólo con el tiempo.



viernes, 21 de febrero de 2014

Cuando seamos grandes


Cuando seamos grandes, 
no nos olvidemos que para las noches se hicieron los cuentos, 
y los reyes magos, y los duendes buenos; 
de que solo hace falta, cuando llega el sueño 
tener bien a mano la voz de un abuelo. 

No nos olvidemos que en una vereda 
cabe un mundo entero, de risas y ruedas, 
que no hay mar tan nuestro como el de la acequia, 
que con dos pedales de una bicicleta, 
lo que queda lejos siempre queda cerca.. 

No nos olvidemos de las maravillas 
que guardan dentro las cosas sencillas; 
los viejos cajones, la flor, la semilla…  
La vida es un viaje, y es cuestión de vida 
sentarnos junto a la ventanilla. 



Cuando seamos grandes, 
va a ser muy bonito volver a tener como amigos 
a los animales, 
y como cuando eramos niños, gritarles cosas 
y entender sus gritos… 
y saber explicar sus vuelos por el infinito...



No nos olvidemos, cuando seamos grandes, 
que un beso 
es un modo de quedarse en alguién... 
que siempre es horario para acariciarse, 
que el amor es TODO, 
que ternura es madre, 
que hay que estar temprano 
cuando se hace tarde…



Cuando seamos grandes, 
no nos olvidemos de la fantasia, 
del Sol, de los juegos, 
de los cumpleaños y de los circos viajeros, 
de los payasos tristes ni de los muñecos buenos, 
y jamás de la hermosa costumbre de decir: !! TE QUIERO!! 



lunes, 17 de febrero de 2014

Yo


Miro atrás y me visualizo triste. Con una tristeza inmensa, Nada más que tristeza. Y recuerdo todo lo llena que me sentía. Llena de tristeza, pero llena. Quizá esa sea la razón por la que siempre preferí la tristeza a la nada. El vacío es horrible, y pesa más que toda la tristeza que quepa en un cuerpo. Yo tenía tristeza por todas partes. No era una tristeza que se sintiera psíquica, no era una tristeza exclusiva de mente. Era una tristeza completamente física, la sentía acumulada en todo mi cuerpo. Una sensación de densidad que me recorría desde la punta de los dedos de los pies hasta el cuello, y luego subía por mi rostro, anidaba en mis ojos, me hacía sentir cansada, y entonces se recostaba en mi mente. La sentía acumularse. Pero no gota a gota. No era como el miedo, que lo sientes gotear en el cuerpo y va en aumento. No era como un grifo que olvidaron cerrar en condiciones. Todo lo contrario. Era más bien un grifo muy abierto. Era como si una vena se hubiese roto, y toda la sangre densa, pesada e incómoda me recorriese lentamente, extendiéndose por todo mi cuerpo sin dejar ni un centímetro libre, hueco. Como una enfermedad, que me anulaba, que me hacía sentirme nadie y nada todo el rato. Apenas podía moverme. No sentía la necesidad de querer hacer cosas, y, aunque si reconocía poder hacerlas, ni siquiera me planteaba intentarlo porque no tenía ganas, ni fuerzas, ni casi vida. Era una tristeza rara. Contenida. Agotadora. Todos los llantos del pasado concentrados en un único llanto, sin lágrimas. Un llanto dentro del cuerpo que no sé si se reflejaba en mi cara porque ni siquiera me armaba de valor para mirarme al espejo.


viernes, 14 de febrero de 2014

PN


A veces los humanos nos cegamos. Nos volvemos unos completos estúpidos y creemos cosas que en una situación normal no creeríamos ni hartos de vino. Me refiero a cuando sabemos que no llamará, pero nos quedamos enganchados del teléfono por si acaso suena. Mientras repetimos "no va a llamar, no va a llamar" y nos vamos autoconvenciendo, y nos llevamos el teléfono al cuarto de baño, a la cocina, al salón, al jardín… Incluso sé de personas que se han quedado en casa por esperar a que el teléfono sonara. Me pregunto qué parte de mi se ha quedado enganchada en esa estúpida historia telefónica. Lo que si sé, lo que si sé con certeza es la parte de mi que ha sobrevivido a que el teléfono no sonara. Y es una parte estupenda. Es la parte que se queda en casa leyendo mientras yo salgo de fiesta. La parte que me recuerda cuando estoy en el baño que voy lo suficientemente borracha como para empezar a dejar de articular palabras sin ton ni son. Ha sobrevivido la parte de mi que nunca se arriesga, la parte de mi que camina sobreseguro. Ha sobrevivido la parte de mi que no escuché cuando agarré el teléfono y llamé. Ha sobrevivido la parte de mi que siempre aparto a un lado, la parte que luego me sanciona con un "te lo dije, te has equivocado". Ha sobrevivido mi parte menos mía, esa parte que teme de una forma desorbitada que alguien le toque el corazón. Ha sobrevivido esa parte que siempre pone un escalón entre yo y el otro. Un escalón que yo siempre acabo saltando. Un escalón que he jurado mil veces no volver a saltar. Un escalón que volveré a saltar la próxima vez.


martes, 11 de febrero de 2014

Del verbo imaginar


Hay algo que pesa más que cualquier cosa. Algo que los humanos pueden utilizar en cualquier momento y que, probablemente, es la arma más eficaz que se ha inventado jamás. Me refiero a la imaginación. A la capacidad de abstraerse de la realidad al tiempo que inventamos y nos movemos por otro mundo completamente distinto, por donde nos apetece. La imaginación no es algo exclusivo de los artistas, ni característico de una cultura, ni propio de una edad. Si es cierto que hay personas que tienen más dificultad que otras para abstraerse en ciertos momentos y divagan en mundos paralelos, pero yo creo que es cuestión de aprender. De obligarse a imaginar.

A veces pasa que crecemos y nos encontramos con que el mundo no es tal y como habíamos imaginado de pequeño, y todas esas ganas de seguir divagando se esfuman, y el sentido de no estar estando se pierde. Quiero decir, que algunas personas sienten que el simple hecho de cumplir años les otorga una responsabilidad que anula el derecho de seguir imaginando, de seguir viviendo en otro estado cuando el real -el estado real- es un asco. Hay que usarla. Y lo jodidamente increíble es que cualquier ser humano en la faz de la tierra puede utilizarla. Aunque te falten las piernas, los brazos, el sentido del tacto, la vista o el olfato, aunque te estén acuchillando en ese mismo instante… Te pueden robar la casa, el cuerpo, la libertad, todo. Te lo pueden robar absolutamente todo EXCEPTO la imaginación. Te pueden partir el corazón en mil pedazos, y luego jugar delante de tus ojos a encestarlo en Dios sabe donde. Pero NADIE, nunca jamás en ningún sitio del mundo podrá quitarte el placer de imaginar, de imaginarte.


lunes, 10 de febrero de 2014

Deseos y deberes literarios


1. Amarás la literatura sobre todas las cosas. Bueno, se permite que ames otras cosas, como la música, el cine, la comida o el sexo, pero cuidadín, no te vayas a despistar.

2. No tomarás el nombre de Proust (Faulkner, Auster, Gogol...) en vano.

3. Santificarás las fiestas y las aprovecharás para escribir la dichosa novela que no acabas de arrancar, en lugar de tumbarte a la bartola.

4. Honrarás a tu padre y a tu madre, y a tus amigos, y a tu perro, sobre todo cuando tengan que soportarte cuando te atasques con la historia y te sientas miserable y te preguntes por qué demonios crees que puedes escribir algo que merezca la pena y que aporte algo, cuando tienes por detrás toda una Historia de la Literatura (con mayúscula) que te mira amenazadoramente desde tus estanterías de Ikea.

5. No plagiarás, ni con la excusa de la metaliteratura.

6. No cometerás actos impuros con el objetivo de publicar tu libro (o bueno, tú verás).

7. No procrastinarás (aunque te tiente mucho esa serie de la tele que te acabas de bajar de la mula)

8. No harás que tu protagonista se despierte de un sueño al final de la historia, ni ocultarás información con fines fraudulentos, ni le harás trampas al lector.

9. No consentirás pensamientos ni deseos danbrownianos (ni en momentos de debilidad. No. No aceptamos domingo de resaca).

10. No codiciarás los premios literarios ajenos... o solo un poquito.


lunes, 3 de febrero de 2014

El cuchillo


Durante años, la combinación entre el hierro y el carbón ha dado origen a lo que se conoce como el acero. Esta combinación dotó de poder a la humanidad para fabricarnos. Lo que los humanos no conocían era el poder que podíamos ejercer sobre ellos. Estábamos diseñados fundamentalmente para la lucha, pero con el paso del tiempo ésta pasó a otro plano. Ya no éramos armas, sino que más bien éramos utensilios.

El destino quiso que yo no llegase a convertirme en lo que mis antepasados fueron. La carencia de mis elementos principiales, quiso que en lugar de ser un gran acero español que combatiría en las guerras como mis grandes antecesores...hizo que mi existencia quedase reducida a un simple y mero cuchillo de cocina. Sí, así es, soy un simple cuchillo cuyo único objetivo es que mi afilada hoja de 15 centímetros corte únicamente vulgares verduras y pele patatas. Nada de sangre...no, mi instinto había sido cortado de la misma forma en que yo corto dichos alimentos humanos.

Repudiado por mis ancestros y mis compañeros, acabé en una tienda de artículos de cocina. Una deshonra para mí, para mi familia y sobre todo para todos los de mi especie. Durante cierto tiempo pasé mis días en un estante de aquella tienda, esperando pacientemente a que alguien se dignase a adquirirme y me utilizase para cualquier cosa. En un principio deseba que mi uso fuése la guerra, pero con el paso del tiempo todo cambió. Mi esperanza se quebrantaba por momentos. Ya no deseaba combartir, lo único que deseaba era ser útil para lo que fuese, tanto me daba la función que desempeñase. La gente pasaba de largo, ni siquiera se dignaban a mirarme. Era humillante, llegé incluso a creer que era invisible para todo el mundo...Hasta que apareció ella.

Un buen día, me encontraba como siempre en el estante, cuando noté el tacto de una mano. No era una mano llena de odio, miedo y rencor, como me habían dicho que eran la mayoría de los sentimientos que experimentaban los humanos antes de la lucha, no. Era una mano delicada, su tacto no me pareció que sintiese dichos sentimientos, más bien eran unos sentimientos muy cálidos, como jamás había notado. Era una especie de ternura que jamás había sentido. Entonces lo supe. Supe que esa buena mujer me llevaría consigo y que la función que desempeñaría en un futuro sería la que ella desease.
Pero aún tenía mis dudas pues los humanos son mentirosos, corruptos e hipócritas, más que ningún animal; de modo que me mantuve en una especie de caparazón, a la defensiva, dispuesto a sacar a relucir el poder que me había sido otrogado desde el mismo momento en que nací.

Durante algún tiempo seguí manteniendo mi posición defensiva, pero era imposible no resistirse a los encantos de aquella mujer. Los cuidados que me profesaba eran algo que jamás hubiese imaginado. Había oído hablar a los viejos de que muchos de nosotros morían corroidos por el óxido o extraviados, pero los tratos que recibía de aquella mujer eran un completo lujo.
Cada vez que realizaba una de mis aburridas tareas de pelar patatas, me lavaba bajo un chorro de agua templada, me secaba y me guardaba. No como el inútil de su marido. A ese lo hubiese matado yo varias veces si hubiese tenido ocasión y la única cosa que me lo impedía era mi creciente amor por la mujer que me rescató.

Es cierto, durante todo el tiempo que pasé con ella, noté que cada vez la quería más. Sé que suena extraño, pero es la pura verdad. Pero, a medida que mi amor iba en aumento cada día que pasaba, mi deseo también. Mi instinto reprimido luchaba por hacerse visible. Varias veces le intenté demostrar mi afecto, pero a mi pesar, ella no se dio cuenta.

Una noche tormentosa me encontraba en manos de ese desgraciado, cuando sonó el teléfono. Lo cogió y de pronto frunció el ceño. Parecía disgustado por algo, claro que él siempre estaba disgustado por cualquier cosa. La mano que me aferraba se tensaba cada vez más. Parecía que escuchaba una conversación entre un hombre y una mujer, entre su mujer y...el amante de ésta. Su furia iba cada vez más en aumento, notaba su miedo, su odio y su rencor, lo cual me excitaba sumamente. Por una vez en mi existencia recobraba el deseo de lucha. Mi instinto volvía a resurgir después de tanto tiempo enterrado como estaba en lo más profundo de mi ser. Casi había olvidado lo que era sentir el fragor de la lucha, notar como la sangre hierbe en las venas de los hombres. Aquello era algo que hacía sentirme orgulloso, el hecho de descubrir que aún estaba vivo. Todos estos sentimientos me embargaron, mientras el hombre y la mujer se enzarzaban en una pelea. Notaba como la adrenalina del hombre y la mía se fundían, formaban una de sóla, su deseo y el mío iban en aumento. Intenté dominarme, intenté dominar mi deseo y mi furia, intenté controlar mi poder, mi influencia en el hombre, pero ambos estábamos fuera de sí. No había control y deje que mis emociones, mis deseos y mis instintos más primarios, al igual que los de él surgiesen. Lo que vino después ya os lo podeis imaginar.
Mi influencia sobre el marido, hizo que repetidamente me clavase en el sexo de su mujer. La sangre era mi elixir, mi droga, cuanta más tenía, más quería. No tenía freno a mi pasión, porque en realidad lo que me indujo a poseer al marido era mi obsesión por su mujer, mi deseo (como ya he explicado anteriormente) había ido en aumento hasta alcanzar límites inesperados. Jamás creí que la combinación de mi deseo y, la furia y el odio de él puidesen ser tan letales. Y así fueron.
No sé cuantas veces me introducí en ella, sólo sé que cuando él se estiro en el suelo de la cocina, cubierto de sangre y rodeado de ella, estaba extenuado. Yo también lo estaba, pero me sentía libre, feliz con el sabor de su sangre en mí, cubierto de su líquido. Había disfrutado como nunca. Lo reconozco, infligir daño a alguien me producía una satisfacción casi orgásmica, pero el matar....el matarla había sido un orgasmo total!!

Ignoro cuánto tiempo estuvimos el marido y yo unidos por su mano, pero recuerdo que hubo mucho tiempo para reflexionar sobre lo que habíamos hecho. Sí, digo habíamos, porque fuimos los dos. Yo fui el instrumento de su ira y él fue el instrumento de mi pasión. Lo que sí recuerdo fue el remordimiento, el sentimiento de culpa. La había poseido, pero había pagadado un precio muy caro. Rápidamente, en cuanto me vino este pensamiento, el marido me miró con unos ojos de terror absoluto. Había comprendido plenamente todo lo que había sucedido. No sé cómo, había descrubierto el secreto de los aceros, mi secreto!!! Me soltó y con el pié me lanzó bien lejos de sí. Durante un rato contempló la matanza que se había producido en la cocina. Parecía que nadie había oído nada de lo ocurrido. A decir verdad la única persona que quedaba en aquel pequeño edificio era una vieja sorda que nunca se enteraba de nada. Una suerte para él, pues a mí apenas me hubiese afectado.

Después de reflexionar un rato, el hombre pareció entrar en razón. Cogió una alfombra vieja que estaba para tirar y enrrolló en ella a su mujer, a la cual trasladó a algún sitio que desconozco. Tardó más de dos horas en volver. Limpió toda la cocina. Era un hombre muy meticuloso, debo reconocerlo. No dejó ninguna pista de lo que podía haber ocurrido allí. Sólo quedaba un último detalle. Yo. Me lavó y me metió en una caja de cartón. De pronto la oscuridad me envolvió completamente.

No sé cuanto timpo estuve metido en aquella caja, pero me parcieron horas. Lo único que sabía con seguridad es que nos movíamos hacia un lugar que desconocía. Sabía perfectamente que iba a deshacerse de mí. Pero no hice nada para remediarlo. Era mi destino, mi castigo por haberme dejado llevar. Debimos de haber recorrido muchos kilómetros cuando por fín se detuvo. Me sacó de la caja y pude ver el cielo teñido de sangre, la misma sangre que me había rodeado hacía quizás unas horas. Podía oír el murmullo del agua abajo. No había ninguna duda, me encontra al borde de un acantilado.
Al principio no se atrevía a sacarme de la caja, lo cual me dio cierta satisfacción, pues en ella podía ser encontrado, pero al final, armándose de valor, me cogió. Me miró durante unos instantes y finalmente me lanzó al mar. Di diversas vueltas, el sol teñido de rojo se reflejó en mi cuchilla una par de veces. Lo vi a él observando mi caída, una caída que parecía no tener fín. Finalmente el contacto con el agua me provocó un gran escalofrío y entonces fue cuando me dí cuenta que el amanecer que acababa de ver había sido mi último amanecer, mi último contacto con el mundo terrestre, pues ahora me encontraba sumergido en las profundidades de un mundo que jamás había visto. Era una cárcel preciosa, pero sabía que moriría allí.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y aún sigo esperando como siempre. Esperé a que me rescataran del estante de la tienda y ahora espero a que alguien me rescate de las profundidades. El óxido comienza a corroerme, lo cual indica que no me queda mucho tiempo. He pagado por mi pecado. Ahora sé lo que es vivir sin esperanza.