miércoles, 30 de enero de 2013

¿Inocencia?


De niña pensaba que tenía poderes y estuvo a punto de romperse la crisma cuando, ataviada con una sombrilla, saltó desde el muro del jardín. No le dolió el golpe sino descubrir que no podía volar. El siguiente chichón se lo hizo al chocar, en plena carrera, contra el tabique de su cuarto. Tampoco era capaz de atravesar paredes. Esta niña no es normal, dijo su madre mientras le ponía mercromina en la frente. Claro que no, pensó ella, soy un superhéroe. Y tachó de la lista la habilidad de curar. Creció descartando la eolokinesis, cryokinesis y todas las kinesis de los cómics que leía sin darse por vencida. ¡¿Telepaqué?!, le preguntó en el recreo su mejor amiga. Olvídalo, respondió tras veinte minutos en silencio mirándose con cara de tontas. Sólo una vez creyó encontrarlo. Aquella tarde el tiempo se paró de pronto. Allí estaban sus ojos, al otro lado del pasillo. Durante unos segundos todo se movió a cámara lenta pero no ocurrió nada. Esa noche lloró la diferencia entre ser y sentirse invisible. Y hoy sigue, con su capacidad de ilusionarse intacta, buscadora de buscadores, sin rendirse jamás. Quizá, un día, alguien le susurre al oído que esos también son superpoderes



lunes, 28 de enero de 2013

Tiembla Tokio II


Leía en el autobús y, de un salto, tuve que pulsar el botón para no pasarme de parada. - Sonia, tú siempre igual, con la cabeza en otra parte -. Seguí leyendo mientras andaba, buscando la luz intermitente de las farolas.


“- Ahora mientes un poquito. Yo sé que en alguna parte del mundo tienes a una querida y que la ves cada medio año para pelearte con ella. Es muy bonito por tu parte que quieras guardar fidelidad a esta amiga maravillosa, pero, permíteme, no tomes esto tan completamente en serio. Ya tengo de ti la sospecha de que tomas el amor terriblemente en serio. Puedes hacerlo, puedes amar a tu manera ideal cuanto quieras, eso es cosa tuya. […] Amar ideal y trágicamente, oh amigo, eso lo sabes con seguridad de un modo magnífico, no lo dudo, todo mi respeto ante ello. Pero ahora tienes que aprender a amar también un poco a lo vulgar y humano.”

El lobo estepario. Hermann Hesse.


Golpe al pecho. Entré en el callejón que me llevaba directamente hasta la puerta de casa. Es un callejón bastante oscuro, con sólo un par de farolas que ni recuerdo desde cuándo llevan fundidas; no podía seguir leyendo.

¿Y si es verdad? ¿Y si lo que debo hacer es apartar de una patada a mi concepción idealista del amor? Las utopías son el camino hacia la mejora, o eso dicen… pero joder, una también se cansa de perseguir algo inalcanzable, de subir peldaños para nunca ver el final de la escalera; y este amor mío sólo me traía decepciones bajo el brazo. El problema es que no sé conformarme con menos. Busco algo que nadie puede ofrecerme; busco algo puro en un universo adulterado.

Quizás ese sea el único remedio barato y efectivo: entregarte a los placeres mundanos, a los instintos básicos. - ¿Pero qué iba a aportarme eso a mí? No seas hipócrita, eso es lo último que tú quieres -. ¡Cállate! ¡Deja de cuestionarlo! No tiene que ser tan complicado. Sabes perfectamente cómo hacerlo; esos juegos de seducción no pueden pillarte de nuevas: háblales en francés, mírales de reojo. Tú sólo limítate a sentir el pálpito profundo que se clava en el vientre; esa será tu brújula. Aprovecha, y déjate besar, ahora que todavía tienes la piel tersa, el cuerpo bonito, y todo en su sitio.
Deja que beban champagne de tus clavículas.

sábado, 12 de enero de 2013

Almas gemelas


Llevaban siglos reencarnándose juntos. Hubo vidas en las que él fue el padre y ella la hija. Otras en las que ella fue el marido y él la esposa. Incluso hubo una vez de infausta memoria en la que fueron hermanos siameses.
Lo importante es que siempre habían estado juntos.
En aquella vida algo salió mal. Él era lama tibetano y ella pastora en Anatolia. Desde niña ella sintió que algo le faltaba y cuando ese anhelo desconocido se hacía demasiado apremiante, salía de la cabaña y se sentaba en una roca mirando hacia el oriente y sólo eso la calmaba un poco.
A los quince años la casaron con otro pastor de un pueblo vecino y ella pensó que el matrimonio borraría esa insatisfacción que tenía desde niña, pero la insatisfacción no hizo más que crecer. Era como una voz interior que le dijera a todas horas que en otra parte existía otra vida.
Su marido no era mala persona y aceptaba que le habían casado con una mujer un poco peculiar. La dejaba con sus manías. Ordeñaba bien, no miraba a otros hombres y se podía comer lo que cocinaba. Peores mujeres hay en el mundo.
Una noche de otoño ella sintió crecer el anhelo por ese algo desconocido. Era como una bola en su estómago que le impidiera respirar. “Salgo un momento fuera”, le dijo a su marido.
–¿A estas horas?
–Me ha parecido oír un ruido. Tal vez un lobo esté acechando a las ovejas.
–Bueno, pero no tardes. Tengo ganas de cenar.
La luna llena brillaba en el cielo. Echó a andar hasta las dos rocas graníticas que marcaban el borde del prado. El viento ululaba y la llamaba por su nombre. Cuando hubo llegado donde las rocas le pareció que lo más natural era seguir andando.
Pasaron cuarenta años. Ahora hablaba tibetano, sabía ordeñar yaks, conocía varios ritos tántricos, su cabello estaba blanco y ya no sentía ningún anhelo. Entró en la cabaña. Su marido estaba sentado a la mesa.
–Has tardado bastante.
–La noche estaba tan agradable que me olvidé del tiempo. Me puse a andar y me alejé demasiado.
–Está bien. ¿Podrías preparar la cena? Tengo hambre.
 



 

miércoles, 9 de enero de 2013

Desprendimiento de rutina


Acostumbrada a los mapas, esta vez,
por vez primera, voy a ciegas.
Acostumbrada a la compañía, esta vez,
por vez primera, voy a solas.
Dan ganas de decir: «si lo llego a saber no vengo»
si no fuera porque lo que ahora sé
es que siempre estuve aquí,
que en realidad nunca hubo mapas
ni compañía.
Porque lo que ahora sé
es que sólo a ciegas y a solas
–desprendida dolorosamente la rutina–
podré oír mi propia voz una mañana
despertándome por fin de este sueño dentro de un sueño dentro de un sueño
en el que me dan ganas de decir a cada rato, asustada:
«si lo llego a saber no vengo».

lunes, 7 de enero de 2013

Propósito de año nuevo


Aprender a vivir en un olmedo
y al mismo tiempo,
saber cuándo tengo que marcharme
con viento fresco
(a ser posible favorable),
con mi música (y el resto de mis cosas, claro)
a otra parte.