sábado, 5 de octubre de 2013

Quiérete mucho



Dicen los entendidos, que, en realidad, no somos como creemos ser, sino como nos ven los demás. Es decir, que el espejito que nos devuelve la imagen suele estar construido con nuestros sueños, deseos, frustraciones o imposibles. Grandes dosis de valor cuesta aceptar que no somos Valeria Mazza por mucho que nos decoloremos el pelo a base de “patch”, que jamás escribiremos como Marguerite Duras aunque encontremos el mejor adolescente chino como amante, y que Carolina de Mónaco de pastorcilla “made in Saint Rémy”, seguirá siendo princesa, y nosotras vestidas de florecitas de la cabeza a los pies sólo podemos dar el pego de aldeanas rústicas.

La vida tiene estas injusticias, y ya nadie pretende cambiarla a estas alturas. También dicen los entendidos que la clave está en la autoestima, en saber valorarse, y prueba de ello son los miles de manuales-guía para iniciados que regalan fórmulas mágicas tipo “estoy bien, muy bien”. Esa sociología de masas basada en que si te repites muchas veces un concepto (por ejemplo, lo mucho que te quieres), acabarás lográndolo (es decir, queriéndote), a veces hasta funciona. Pero cuesta fe ciega, tiempo e incluso dedicación.

Es cierto que muchas veces cuesta quererse así, a la brava, sin hacernos concesiones. Es difícil encontrar en una misma un poco de dignidad cuando el novio te ha prometido la luna en forma de escapada de fin de semana, te deja plantada en el aeropuerto sin billete ni maldito localizador. También es duro recuperar la compostura cuando tu mejor amiga te presta el jerséi de hace dos temporadas para que triunfes en la noche de tu primera cita. Aquí, además de autoestima, se necesitan unas espaldas anchas para evitar que la ira solidifique en forma de rencor, y tampoco es sencillo afrontar que los vaqueros no han encogido despiadadamente, sino que todo es culpa de los hidratos de carbono que de manera incontrolada se han instalado en tus caderas. Y qué decir cuando nos toca reconocer que no somos tan maravillosas, tan únicas, sublimes y “la mujer soñada” que creíamos ser (aunque él repita la frase durante meses hasta la saciedad), y llega el día en que, a modo de despedida, nos sueltan de manera fulminante: “Piensa que todo fue un sueño”.

Es fácil caer en las redes de las palabras, pero es más complicado escapar del engranaje de las ideas. “El encanto de la imperfección”, sólo tiene un secreto para quererse y vivir en paz: aceptarse como son, con sus miserias y sus grandezas, sus tipazos y sus narices descomunales, sus soledades, inseguridades y desvelos, y ser únicamente ellas mismas. No lo que los demás quieren que sean. De nada sirve maltratarse e intentar ver en qué una se ha equivocado, o analizar el por qué somos víctimas de tantas mezquindades. Existe el derecho a la autoindulgencia y el permiso para no ser perfectas. Y, sobre todo, saber que no siempre se cumple la ley de Murphy, aunque exista un libro entero que haga escapar sonrisas a los más escépticos, y que no necesariamente todo lo que puede ir mal y lo que va mal, empeora. Sino que, a veces, incluso se arregla. Queriéndonos más. Seguro.

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