domingo, 1 de diciembre de 2013


Existen personas que invaden los ambientes de una forma extraña y que convierten los momentos en únicos e irrepetibles. Atraen, subyugan, inquietan, sin que nadie sea capaz de resistirse al envite de su fascinación. Hablar de la composición de ese magnetismo etéreo, de un concepto que se nos escapa de las manos, es tarea difícil puesto que,  aunque no tiene definición académica, lo cierto es que la magia se manifiesta en las personas de manera involuntaria y de nada sirve desearla o inventarla. Algunas mujeres poseen el encanto de una mirada o un gesto, su magia radica en una manera de moverse, en la sencillez de un vestido o en sus palabras, pero casi siempre esa sensación transciende en una actitud vital,  en un bien innato que se percibe de distinta manera según de quién venga y que es inútil de imitar. Y también existen otras mujeres mágicas que construyen día a día su propia vida con una varita, tal vez no emparentada con la seducción, pero sí con el esfuerzo y el compromiso.

Estamos marcadas por todo lo que hemos vivido. Los paisajes de fondo nos condicionan y hacen más fértiles nuestras biografías, pero son las historias propias las que potencian la realidad. Hoy, algunas feministas se cuestionan antiguos caballos de batalla como el aborto y glosan las virtudes de la maternidad cuando tienen a su primer hijo entre los brazos. Nada debe oscurecer la importancia del compromiso social de estas mujeres de las que todas somos deudoras, tan sólo indica que una nueva generación asume la posibilidad de hacer compatibles emociones y vindicación, y da un paso que va mucho más lejos de lo político. Son valores pegados a la tierra a los que no se quieren renunciar, como tampoco al hombre con quien compartir responsabilidades, a la armonía entre la pareja, a la ternura, al trabajo o la amistad. Es el nuevo "acuerdo social" entre hombre y mujeres.

Las mujeres somos multidimensionales, capaces de amar, de vivir y a dar la vida,  también de luchar, de sufrir y saber construir, de apasionarnos, y si bien es cierto que llegar a todo sin perder la identidad cuesta ingeniería y pasión, cada día sabemos más lo que queremos. Aunque conseguirlo, a veces, es casi un arte de magia.


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