domingo, 14 de abril de 2013

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Sintió que alguien presionaba sus tobillos, con el pulgar y el índice apretando en el hueso hasta que sus piernas quedaron completamente inmovilizadas. Y un cuchillo afilado recorrió su pierna derecha, desde el principio hasta la rodilla, con el mismo movimiento de la cuchilla cuando te depilas, pero esta vez rajando la piel con sumo cuidado para no olvidar ni un centímetro, atravesando las venas hasta llegar al hueso y entonces, pararon. Gritaba demasiado, tanto que cualquiera podía escucharla. Así que le rajaron los labios con el mismo cuchillo, se los rajaron en horizontal dibujando una sonrisa diabólica y en vertical hasta donde comienza la nariz. Entonces pararon. En la frente, con una navaja, le escribieron puta. La sangre descendía por su cara empapando sus ojos verdes. Y por un momento se sintió tan puta que chilló del dolor que le producía cada uno de los errores que cometió una vez y que ya no podía solucionar. Pero cada vez que gritaba las rajas de los labios aumentaban de tamaño y el dolor de culpa pasó a un segundo plano. Le cosieron su nombre verdadero en el brazo izquierdo
con un hilo azul que encontraron en el cajón de Bridget y rezó para que se quedasen así toda la vida, porque la sensación de una aguja pasando de lado a lado de la piel era mucho más agradable que cuando le rajaban el cuerpo pasionalmente. Nadie la besó, nadie le mordió los senos esta vez, nadie la violó, nadie le obligó a hacer sexo oral. No querían placer del de siempre. Esta vez no la deseaban. Ahora sólo querían devolverle el daño a base de heridas. Y lo que ellos no entendían es que cada dolor es distinto, y que el dolor físico jamás suplirá todo el daño psicológico que alguien puede hacerte cuando aún quieres.
 

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