Es el momento. Te encuentras frente a frente con tu confesor. Ya es hora de que ese lastre con el que has estado cargando a duras penas y que colgaba de tu cuello ahogándote desaparezca.
No es fácil, no sabes cómo empezar, ni sabes cuál será su reacción. Te da miedo, pero te armas de valor y con toda tu artillería y sin ningún escudo que te cubra, te arrollidas, pides perdón y tras algunas arcadas consigues vomitar. Ya está. Ese momento que parecía que nunca iba a llegar lo ha hecho.
Respira.
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