La mayoría de los hombres son capaces de decir casi cualquier cosa para llevarse a una mujer a la cama. Cuando ponen sus ojos en una presa, hablan sin parar, se muestran encantadores, sutiles y mucho más abiertos de lo habitual. De pronto, lo que tienen debajo de los pantalones dicta el comportamiento de sus neuronas cerebrales y viceversa. Pero cuando la mujer ya se ha despojado de la mitad de la ropa, todo cambia: ellos se quedan sin habla.
Normalmente la conversación durante el acto se limita a una crónica de la faena, que a menudo incluye expresiones clásicas como “¡así, así!”. En el momento de la traca final, sobran las palabras. Incluso los varones de inteligencia normal sufren una regresión a la fase animal y emiten sonidos propios de un gallinero. Nosotras, lejos de amilanarnos, en esto sacamos ventaja y solemos armar más jaleo que ellos. Por eso, apreciamos que la pareja se muestre tolerante en este punto.
Pero el auténtico carácter del hombre se revela después del sexo. Es cuando las mujeres descubren si sus chicos les tienen auténtico respeto o si no son más que unos mamarrachos a calzón quitado.
Dependiendo de las circunstancias, la mujer puede sentirse vulnerable, emotiva o romántica después de hacer el amor. Quiere compartir la intimidad. Algunos hombres, sin embargo, sólo parecen preocupados por cuestiones de mantenimiento: “Tengo sed. ¿Podrías traerme un vaso de agua , cariño? Me he quedado seco”. Otros muestran un comportamiento más infantil. Después del coito, los hombres de esta calaña suelen sentarse junto al televisor para disfrutar del último partido de liga: “¡Qué cojonudo es este delantero!”, exclaman, mientras ríen como un niño de seis años y engullen patatas fritas. Un momento atroz, en el que las mujeres descubren que acaban de acostarse con un auténtico mentecato.
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