Alguien decidió cambiar la red de carreteras de mi pierna derecha y me entretengo siguiendo con el índice el nuevo trazado de mis venas mientras tú aúllas sin lágrimas al otro lado del cristal. Has usurpado mi puesto preferido, ya no soy la chica de los ojos secos porque dos pares de ojos no pueden mirarse fijamente, a menos que dos lloren y dos no. Así que ya sabes, te toca a ti el papel secante. Yo sigo aquí con los ojos húmedos mientras te extraño tanto tanto tanto que me duelen las arterias, y eso que me han perjurado que las arterias están intactas, que son las venas las que han cambiado su rumbo subcutáneo para que la sangre me llegue bien al corazón. Cualquiera diría que en este campo de batalla nadie pierde, pero a mí se me sigue acelerando el pulso cada vez que me miras, y tengo amagos de infarto cada cinco minutos desde que te conozco. Menos mal que he descubierto que me sujetas el corazón con las manos desde tu trinchera a trescientos kilómetros de mis ventanas. Menos mal que he aprendido a dibujar líneas telefónicas en los post-it amarillos, y pintarrajo nuestras dos vidas tendidas del hilo de la corriente, secándose a este sol intermitente de miércoles. Hoy me toca revisar los engranajes del sistema circulatorio de toda la región, pero te prometo que mañana te llevo a recorrer mis venas nuevas con la punta de la lengua. Te lo prometo.
miércoles, 7 de mayo de 2014
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Alguien decidió cambiar la red de carreteras de mi pierna derecha y me entretengo siguiendo con el índice el nuevo trazado de mis venas mientras tú aúllas sin lágrimas al otro lado del cristal. Has usurpado mi puesto preferido, ya no soy la chica de los ojos secos porque dos pares de ojos no pueden mirarse fijamente, a menos que dos lloren y dos no. Así que ya sabes, te toca a ti el papel secante. Yo sigo aquí con los ojos húmedos mientras te extraño tanto tanto tanto que me duelen las arterias, y eso que me han perjurado que las arterias están intactas, que son las venas las que han cambiado su rumbo subcutáneo para que la sangre me llegue bien al corazón. Cualquiera diría que en este campo de batalla nadie pierde, pero a mí se me sigue acelerando el pulso cada vez que me miras, y tengo amagos de infarto cada cinco minutos desde que te conozco. Menos mal que he descubierto que me sujetas el corazón con las manos desde tu trinchera a trescientos kilómetros de mis ventanas. Menos mal que he aprendido a dibujar líneas telefónicas en los post-it amarillos, y pintarrajo nuestras dos vidas tendidas del hilo de la corriente, secándose a este sol intermitente de miércoles. Hoy me toca revisar los engranajes del sistema circulatorio de toda la región, pero te prometo que mañana te llevo a recorrer mis venas nuevas con la punta de la lengua. Te lo prometo.
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