martes, 11 de febrero de 2014

Del verbo imaginar


Hay algo que pesa más que cualquier cosa. Algo que los humanos pueden utilizar en cualquier momento y que, probablemente, es la arma más eficaz que se ha inventado jamás. Me refiero a la imaginación. A la capacidad de abstraerse de la realidad al tiempo que inventamos y nos movemos por otro mundo completamente distinto, por donde nos apetece. La imaginación no es algo exclusivo de los artistas, ni característico de una cultura, ni propio de una edad. Si es cierto que hay personas que tienen más dificultad que otras para abstraerse en ciertos momentos y divagan en mundos paralelos, pero yo creo que es cuestión de aprender. De obligarse a imaginar.

A veces pasa que crecemos y nos encontramos con que el mundo no es tal y como habíamos imaginado de pequeño, y todas esas ganas de seguir divagando se esfuman, y el sentido de no estar estando se pierde. Quiero decir, que algunas personas sienten que el simple hecho de cumplir años les otorga una responsabilidad que anula el derecho de seguir imaginando, de seguir viviendo en otro estado cuando el real -el estado real- es un asco. Hay que usarla. Y lo jodidamente increíble es que cualquier ser humano en la faz de la tierra puede utilizarla. Aunque te falten las piernas, los brazos, el sentido del tacto, la vista o el olfato, aunque te estén acuchillando en ese mismo instante… Te pueden robar la casa, el cuerpo, la libertad, todo. Te lo pueden robar absolutamente todo EXCEPTO la imaginación. Te pueden partir el corazón en mil pedazos, y luego jugar delante de tus ojos a encestarlo en Dios sabe donde. Pero NADIE, nunca jamás en ningún sitio del mundo podrá quitarte el placer de imaginar, de imaginarte.


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