lunes, 3 de febrero de 2014

El cuchillo


Durante años, la combinación entre el hierro y el carbón ha dado origen a lo que se conoce como el acero. Esta combinación dotó de poder a la humanidad para fabricarnos. Lo que los humanos no conocían era el poder que podíamos ejercer sobre ellos. Estábamos diseñados fundamentalmente para la lucha, pero con el paso del tiempo ésta pasó a otro plano. Ya no éramos armas, sino que más bien éramos utensilios.

El destino quiso que yo no llegase a convertirme en lo que mis antepasados fueron. La carencia de mis elementos principiales, quiso que en lugar de ser un gran acero español que combatiría en las guerras como mis grandes antecesores...hizo que mi existencia quedase reducida a un simple y mero cuchillo de cocina. Sí, así es, soy un simple cuchillo cuyo único objetivo es que mi afilada hoja de 15 centímetros corte únicamente vulgares verduras y pele patatas. Nada de sangre...no, mi instinto había sido cortado de la misma forma en que yo corto dichos alimentos humanos.

Repudiado por mis ancestros y mis compañeros, acabé en una tienda de artículos de cocina. Una deshonra para mí, para mi familia y sobre todo para todos los de mi especie. Durante cierto tiempo pasé mis días en un estante de aquella tienda, esperando pacientemente a que alguien se dignase a adquirirme y me utilizase para cualquier cosa. En un principio deseba que mi uso fuése la guerra, pero con el paso del tiempo todo cambió. Mi esperanza se quebrantaba por momentos. Ya no deseaba combartir, lo único que deseaba era ser útil para lo que fuese, tanto me daba la función que desempeñase. La gente pasaba de largo, ni siquiera se dignaban a mirarme. Era humillante, llegé incluso a creer que era invisible para todo el mundo...Hasta que apareció ella.

Un buen día, me encontraba como siempre en el estante, cuando noté el tacto de una mano. No era una mano llena de odio, miedo y rencor, como me habían dicho que eran la mayoría de los sentimientos que experimentaban los humanos antes de la lucha, no. Era una mano delicada, su tacto no me pareció que sintiese dichos sentimientos, más bien eran unos sentimientos muy cálidos, como jamás había notado. Era una especie de ternura que jamás había sentido. Entonces lo supe. Supe que esa buena mujer me llevaría consigo y que la función que desempeñaría en un futuro sería la que ella desease.
Pero aún tenía mis dudas pues los humanos son mentirosos, corruptos e hipócritas, más que ningún animal; de modo que me mantuve en una especie de caparazón, a la defensiva, dispuesto a sacar a relucir el poder que me había sido otrogado desde el mismo momento en que nací.

Durante algún tiempo seguí manteniendo mi posición defensiva, pero era imposible no resistirse a los encantos de aquella mujer. Los cuidados que me profesaba eran algo que jamás hubiese imaginado. Había oído hablar a los viejos de que muchos de nosotros morían corroidos por el óxido o extraviados, pero los tratos que recibía de aquella mujer eran un completo lujo.
Cada vez que realizaba una de mis aburridas tareas de pelar patatas, me lavaba bajo un chorro de agua templada, me secaba y me guardaba. No como el inútil de su marido. A ese lo hubiese matado yo varias veces si hubiese tenido ocasión y la única cosa que me lo impedía era mi creciente amor por la mujer que me rescató.

Es cierto, durante todo el tiempo que pasé con ella, noté que cada vez la quería más. Sé que suena extraño, pero es la pura verdad. Pero, a medida que mi amor iba en aumento cada día que pasaba, mi deseo también. Mi instinto reprimido luchaba por hacerse visible. Varias veces le intenté demostrar mi afecto, pero a mi pesar, ella no se dio cuenta.

Una noche tormentosa me encontraba en manos de ese desgraciado, cuando sonó el teléfono. Lo cogió y de pronto frunció el ceño. Parecía disgustado por algo, claro que él siempre estaba disgustado por cualquier cosa. La mano que me aferraba se tensaba cada vez más. Parecía que escuchaba una conversación entre un hombre y una mujer, entre su mujer y...el amante de ésta. Su furia iba cada vez más en aumento, notaba su miedo, su odio y su rencor, lo cual me excitaba sumamente. Por una vez en mi existencia recobraba el deseo de lucha. Mi instinto volvía a resurgir después de tanto tiempo enterrado como estaba en lo más profundo de mi ser. Casi había olvidado lo que era sentir el fragor de la lucha, notar como la sangre hierbe en las venas de los hombres. Aquello era algo que hacía sentirme orgulloso, el hecho de descubrir que aún estaba vivo. Todos estos sentimientos me embargaron, mientras el hombre y la mujer se enzarzaban en una pelea. Notaba como la adrenalina del hombre y la mía se fundían, formaban una de sóla, su deseo y el mío iban en aumento. Intenté dominarme, intenté dominar mi deseo y mi furia, intenté controlar mi poder, mi influencia en el hombre, pero ambos estábamos fuera de sí. No había control y deje que mis emociones, mis deseos y mis instintos más primarios, al igual que los de él surgiesen. Lo que vino después ya os lo podeis imaginar.
Mi influencia sobre el marido, hizo que repetidamente me clavase en el sexo de su mujer. La sangre era mi elixir, mi droga, cuanta más tenía, más quería. No tenía freno a mi pasión, porque en realidad lo que me indujo a poseer al marido era mi obsesión por su mujer, mi deseo (como ya he explicado anteriormente) había ido en aumento hasta alcanzar límites inesperados. Jamás creí que la combinación de mi deseo y, la furia y el odio de él puidesen ser tan letales. Y así fueron.
No sé cuantas veces me introducí en ella, sólo sé que cuando él se estiro en el suelo de la cocina, cubierto de sangre y rodeado de ella, estaba extenuado. Yo también lo estaba, pero me sentía libre, feliz con el sabor de su sangre en mí, cubierto de su líquido. Había disfrutado como nunca. Lo reconozco, infligir daño a alguien me producía una satisfacción casi orgásmica, pero el matar....el matarla había sido un orgasmo total!!

Ignoro cuánto tiempo estuvimos el marido y yo unidos por su mano, pero recuerdo que hubo mucho tiempo para reflexionar sobre lo que habíamos hecho. Sí, digo habíamos, porque fuimos los dos. Yo fui el instrumento de su ira y él fue el instrumento de mi pasión. Lo que sí recuerdo fue el remordimiento, el sentimiento de culpa. La había poseido, pero había pagadado un precio muy caro. Rápidamente, en cuanto me vino este pensamiento, el marido me miró con unos ojos de terror absoluto. Había comprendido plenamente todo lo que había sucedido. No sé cómo, había descrubierto el secreto de los aceros, mi secreto!!! Me soltó y con el pié me lanzó bien lejos de sí. Durante un rato contempló la matanza que se había producido en la cocina. Parecía que nadie había oído nada de lo ocurrido. A decir verdad la única persona que quedaba en aquel pequeño edificio era una vieja sorda que nunca se enteraba de nada. Una suerte para él, pues a mí apenas me hubiese afectado.

Después de reflexionar un rato, el hombre pareció entrar en razón. Cogió una alfombra vieja que estaba para tirar y enrrolló en ella a su mujer, a la cual trasladó a algún sitio que desconozco. Tardó más de dos horas en volver. Limpió toda la cocina. Era un hombre muy meticuloso, debo reconocerlo. No dejó ninguna pista de lo que podía haber ocurrido allí. Sólo quedaba un último detalle. Yo. Me lavó y me metió en una caja de cartón. De pronto la oscuridad me envolvió completamente.

No sé cuanto timpo estuve metido en aquella caja, pero me parcieron horas. Lo único que sabía con seguridad es que nos movíamos hacia un lugar que desconocía. Sabía perfectamente que iba a deshacerse de mí. Pero no hice nada para remediarlo. Era mi destino, mi castigo por haberme dejado llevar. Debimos de haber recorrido muchos kilómetros cuando por fín se detuvo. Me sacó de la caja y pude ver el cielo teñido de sangre, la misma sangre que me había rodeado hacía quizás unas horas. Podía oír el murmullo del agua abajo. No había ninguna duda, me encontra al borde de un acantilado.
Al principio no se atrevía a sacarme de la caja, lo cual me dio cierta satisfacción, pues en ella podía ser encontrado, pero al final, armándose de valor, me cogió. Me miró durante unos instantes y finalmente me lanzó al mar. Di diversas vueltas, el sol teñido de rojo se reflejó en mi cuchilla una par de veces. Lo vi a él observando mi caída, una caída que parecía no tener fín. Finalmente el contacto con el agua me provocó un gran escalofrío y entonces fue cuando me dí cuenta que el amanecer que acababa de ver había sido mi último amanecer, mi último contacto con el mundo terrestre, pues ahora me encontraba sumergido en las profundidades de un mundo que jamás había visto. Era una cárcel preciosa, pero sabía que moriría allí.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y aún sigo esperando como siempre. Esperé a que me rescataran del estante de la tienda y ahora espero a que alguien me rescate de las profundidades. El óxido comienza a corroerme, lo cual indica que no me queda mucho tiempo. He pagado por mi pecado. Ahora sé lo que es vivir sin esperanza.



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