domingo, 23 de febrero de 2014
Inocente el sol
Oye Alfredo, espero que todo esto salga bien. Me da no sé qué, dejar los niños con mi madre y, además, mintiendo.
-¡Tu siempre igual! Hace años que tu y yo solitos no disfrutamos una semana para nosotros solos, sin niños, ni trabajo, ¡ni ropa!, sólo hacer el amor a lo bestia, como cuando teníamos dieciocho años y paseábamos 20 kilos menos, bailar, beber hasta ponernos ciegos y, además, ¿te acuerdas de cuando nos fumamos un porro por última vez?. ¡Qué época aquella!.
-¡Pues si que queda lejos!. Si pudiera dar marcha atrás cuantas cosas cambiaría.
-¿A mí también?.
-Hombre, pues no sé. Depende de lo que hagas esta semana, así será mi dictamen.
-Tu siempre tan reflexiva, Lola.
Habían salido de viaje sin desayunar y, dos horas más tarde pararon en un restaurante mediocre al pie de la carretera, que incluía, además, en cartel que decía "camas". Seguramente, sería utilizado por aquellas parejas jóvenes para desahogarse sexualmente antes de las dos de la madrugada, que es cuando se recoge la chica por imposición paternal. También los camioneros aprovechan estos sitios baratos para dormir u otras necesidades similares que surgen a lo largo de esos dilatados viajes. O quizás no. ¿Quién sabe?
Ya sentados a una mesa, se acerca el camarero y pregunta por lo que van a tomar.
-Pero Alfredo, ¿por qué has pedido manteca para las tostadas? Sabes que el médico te lo tiene prohibido, y a ti parece que te importa poco tu salud.
-¡Calla! Un día es un día. Además, si la palmo tu cobrarías siete kilos.
-Hombre, si te pones así, mañana mismo.
-Lola, hoy estás con el bonito subido. Recuerda que nada más que lleguemos, tenemos que meter el champan en la nevera, esta noche hay que celebrar algo.
-Estás más salido que un balcón. Hacía mucho que no te ponías así, y me gusta, porque eso me dice que una sigue teniendo sus encantos.
-¡Oye! ¿te acuerdas de aquella vez dentro del coche que tuvimos tres asaltos seguidos?.
Yo me conformo esta noche, con uno largo y bueno, que si no, el resto de la semana estarías a pan y agua.
-¿Te has traído eso que te regalé tan caro, que se ve y no se ve a la vez? Joder es que me pones como una moto sólo de imaginarte así.
-Alfredo, perdona si soy aguafiestas, pero estoy intranquila, deberíamos haber dicho a mi madre donde veníamos o al menos, un número de teléfono por si pasara algo y nos tuvieran que localizar.
-¡Sí!, para que te llame Luisito diciendo que su hermano le ha robado la paga. Quita, quita. Ya llamaremos nosotros cuando nos apetezca. Y ahora, que los aguante tu madre, que para eso están las abuelas.
Llegaron al sitio buscado. Un chalet pequeño pero lujoso en la sierra, rodeado sólo por pinos y adonde se llega después de cientos y cientos de curvas.
La inmensidad del paisaje, el silencio natural de la montaña, algunos ruidos entre los árboles debido al revoloteo de los pájaros embriagaban el lugar.
Ni el ruido de las máquinas cortadoras de la carnicería del barrio, ni los claxons, ni el del butano que es el servicio más ruidoso existente, ni nada por el estilo. Sólo tiempo libre, paseos por senderos, baños en la piscina, tomar el sol con cuidado mientras te tomas una cerveza fría con un pincho.
-Yo desde luego, no prestaría un lugar así ni en sueños. ¿Para que me lo destrocen? Ni hablar.
-¡Hija!, si Carlos fuera como tu, ahora no podríamos estar aquí. Desagradecida.
-Lo que hay que tener es dinero y ya está. Cosa que no creo podamos tener en mucho tiempo.
-Tu quisiste tener hijos. Bien te dije, que sólo traían gastos.
-No seas egoísta y entra el equipaje.
-Alfredo, traete la toalla, que voy a salir de la piscina y no quiero coger frío.
-Aquí tienes amorcito.
-Pelota.
-¿Por qué?
-
Tu sabrás lo que buscas, y lo sé muy bien. Cuando eso te pica, te pones de un cariñoso que no es propio de ti.
-Pues la cena, ya está preparada, y la luz de las velas.
-Si que te pica, sí. ¡Y no me cojas el culo! Por ahora.
-¿No crees que hemos bebido bastante, Alfredo? No bebas más champán que se sube demasiado a la cabeza.
-Esta última, a medias. ¿No? Además, estamos mejor que nunca.
Lola se acercó a la cara de Alfredo y empezó a besarle suavemente en la oreja y en el cuello. Mientras, Alfredo suelta la copa en la mesa y suspira profundamente, cerrando los ojos y acomodándose en el sofá. Siguen sus besos, cada vez más largos, suaves, carnosos y apasionados, mientras desliza su mano suavemente hasta su pierna y, haciendo un juego de dedos insinuoso, comienza a introducir con una suavidad sensual, su mano a través del pantalón corto de su marido. Con las yemas de los dedos acaricia su pene erecto cada vez con más deseo. Los gemidos, suspiros silenciosos y movimientos corporales curvos se suceden con fuerza pero suavemente, vellos en punta y manos descontroladas, tirones de ropa y posturas cubistas, piel con piel, labios con labios y deseos recíprocos de instintos animales desbocados.
-Sigue así, no pares ¡Tienes una lengua tan morbosa y juguetona! ¡Qué garganta!
-Vamos a la cama, estaremos más cómodos.
-Cogeré las esposas, hoy no te libras. Vas a alucinar en colores. Espérame con los ojos cerrados y las manos cerca de la cabecera, para que pueda ponertelas sin resistencia.
-Eres un pervertido, pero me gusta.
- ¿Te gusta, Lola? ¿Cuánto tiempo hacía que no montaba esto? ¡Quéjate! ¡Más fuerte! Ahora no puedes escapar, eres sólo mía. Te haré lo que quiera y como quiera. Espera que coja la polaroid.
-
¡No!, sigue, no pares, ¡no pares!. ¡Ahora!.
-
¡Sí!, ¡Sí!, grita como yo. ¡Ahhh!
En la postura del misionero, ambos gritaron de placer hasta el infinito de los más recónditos lugares, voluptuoso, caliente y rabioso, hasta caer él sobre ella, abrazado y con la respiración entrecortada. Descanso plácido como ninguno después del placer, cuerpo sobre cuerpo y calor sudoroso, inspiraciones profundas, silencio compartido, nada ni nadie en qué pensar sólo disfrute del yo sexual más plácido esperado.
-Oye amorcito, te has portado como nunca, pero por favor, quítame las esposas. Me he hecho daño en las muñecas y tobillos por la fuerza que has empleado. Además, ¿recuerdas que pesas unos ochenta y cinco kilos?
-¿Te ha gustado de verdad? Dime que sí.
-Sí, muchísimo.
-Yo hacía tiempo que no disfrutaba así. Me gusta verte presa, indefensa como una palomita revoloteando alrededor de mí, yo el imán y tú la presa.
-¡Qué sádico eres!
-¡Calla perra de mierda! Harás lo que yo quiera y diga sin rechistar.
-Alfredo te estás pasando y no consiento esas groserías tuyas, por muy salido que estés. Hasta aquí podríamos llegar.
-¡No me discutas!
Alfredo abofeteó a Lola con inusitada fuerza y rabia. Sus ojos resaltaban odio y maldad. Lola jamás lo había visto así.
El se incorporó, se dirigió hacia la cocina mientras Lola lo llamaba a gritos para que le quitara las esposas y también lo insultaba con todo tipo de adjetivos descarados y malintencionados.
-¡Quítame esto ahora mismo, cabrón! No ves que te estás pasando, que estás llevando esto demasiado lejos. ¡Ah!, y por supuesto, que se te olvide joder más conmigo durante mucho tiempo.
- ¡No me levantes la voz!, gritó él desde la cocina.
-¡Suéltame! Me estás haciendo daño con esto.
-Cariño mio, - dijo Alfredo mientras se sentaba en la cama - sabes que yo te amo con locura, más que el primer día, pero en la vida, siempre llega el momento donde cada persona debe pagar por aquello que hizo mal y a ti, te ha llegado el momento.
Lola no sabía ni comprendía nada de lo que pasaba, estaba atónita. No quería hablar, porque no sabía si hablaba en serio o aun aquello pertenecía al acto sexual, como una de aquellas manifestaciones del inconsciente, reprimidas durante muchos años que aparecen espontáneamente durante una enajenación mental momentánea.
-Mira Alfredo, tengo frío aquí totalmente desnuda y, creo que deberías terminar este cachondeo tuyo que no sé donde lo habrás visto. Si quieres, luego te hago lo que más te apetezca donde quieras, pero ahora sueltame, por favor. Hazlo por mí.
-Tu no eres nadie para ordenar que tengo y no tengo que hacer. Además, me gusta esas súplicas, porque realmente delatan el amor que me profesas.
Él parecía tremendamente tranquilo, sosegado y seguro de lo que hacía. Dueño de la razón y la vida de ambos. Dios de la verdad suprema y caritativo con el prójimo.¿Recuerdas aquel día en que empezaste a salir con Eduardo, mi mejor amigo? Formábamos una buena pandilla, ¿verdad? - dijo Alfredo -, y tú eras el centro de todos y de todo para mí. Y aún sabiéndolo, tu tonteabas con él, incluso delante de mí. Jamás se me olvidará cuando subiste a su coche en la noche de carnaval con una sonrisa de oreja a oreja. Todos nos dimos cuenta que os fuisteis a follar, incluso te puedo decir donde, porque os estuve observando. Sí, allí detrás de la fábrica de harina. La luna llena lo delataba todo. ¿Qué lástima que muriera ahogado en el río, ¿verdad? Yo no pude hacer nada por él. Pobre Eduardo, tan apuesto, educado y con tanto lujo para deslumbrarte.
Lola quedó paralizada ante las palabras de su marido. Respiración entrecortada y ojos delatadores de miedo y vergüenza, odio y furia. Él mientras le hablaba, le acariciaba todo el cuerpo con los dedos suavemente y con ternura.
- Pero Alfredo, si aquello queda muy lejos, yo sólo te quiero a ti. Nunca hubo nada entre los dos.
-Claro que me quieres, si no hubiera sido así, no habría esperado tanto tiempo para esto, para purificarte de aquel pecado. Yo sólo he sido el hombro donde te apoyaste.
-¿De qué hablas? Tú eres importante en mi vida. Lo has sido y lo serás Alfredo. Aquello no fue nada.
-Yo lo siento mucho, pero todo tiene un pago. Te lo he dado todo en esta vida, Lola. Debes estar agradecida por ello y lo único que haces es lloriquear como una mocosa. Deberías estar de acuerdo con esto.
-¿Con qué? ¿Qué pretendes? Cariño, - dijo Alfredo -, mira por la ventana. Luna llena, ¿verdad que es realmente una belleza?. Un cuerpo que no tiene luz propia y lo que es para nosotros. La Luna es traidora, delata los más íntimos secretos de las personas oscuras. Es el parásito del sol.
Déjalo ya Alfredo, piensa en nosotros, en mí, en los niños. Vuelve a ser tu, cálmate y dormimos como si no pasara nada. ¿De acuerdo? Pero primero suéltame, te lo pido.
-Si te voy a liberar. De tu cuerpo. Yo contemplaré la Luna llena muchos años más, pero tu te hundirás en la más confusa oscuridad. Vas a redimirme.
Con temple asombroso, Alfredo introdujo parte de la funda de la almohada en la boca de su esposa, mientras forcejeaba con la cabeza lo que podía. Sus muñecas y tobillos comenzaron a sangrar debido a los movimientos bruscos que intentaban liberarla.
Alfredo sacó un cuchillo de cocina de unos treinta centímetros de largo y seis de ancho. De un golpe seco, se lo introdujo a través de la vagina.
-Te quiero Lola - dijo Alfredo -. Pero...
La observó hasta morir desangrada.
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