viernes, 14 de febrero de 2014
PN
A veces los humanos nos cegamos. Nos volvemos unos completos estúpidos y creemos cosas que en una situación normal no creeríamos ni hartos de vino. Me refiero a cuando sabemos que no llamará, pero nos quedamos enganchados del teléfono por si acaso suena. Mientras repetimos "no va a llamar, no va a llamar" y nos vamos autoconvenciendo, y nos llevamos el teléfono al cuarto de baño, a la cocina, al salón, al jardín… Incluso sé de personas que se han quedado en casa por esperar a que el teléfono sonara. Me pregunto qué parte de mi se ha quedado enganchada en esa estúpida historia telefónica. Lo que si sé, lo que si sé con certeza es la parte de mi que ha sobrevivido a que el teléfono no sonara. Y es una parte estupenda. Es la parte que se queda en casa leyendo mientras yo salgo de fiesta. La parte que me recuerda cuando estoy en el baño que voy lo suficientemente borracha como para empezar a dejar de articular palabras sin ton ni son. Ha sobrevivido la parte de mi que nunca se arriesga, la parte de mi que camina sobreseguro. Ha sobrevivido la parte de mi que no escuché cuando agarré el teléfono y llamé. Ha sobrevivido la parte de mi que siempre aparto a un lado, la parte que luego me sanciona con un "te lo dije, te has equivocado". Ha sobrevivido mi parte menos mía, esa parte que teme de una forma desorbitada que alguien le toque el corazón. Ha sobrevivido esa parte que siempre pone un escalón entre yo y el otro. Un escalón que yo siempre acabo saltando. Un escalón que he jurado mil veces no volver a saltar. Un escalón que volveré a saltar la próxima vez.
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