sábado, 22 de febrero de 2014

Sábado


Hay gente que no entiende que de repente te entran ganas de llorar y tienes que hacerlo, sin importar dónde estés o qué te encuentras haciendo. Que llega un momento en el que el bote está lleno y no caben más lágrimas, que guardarlas implica dejar que una parte de ti se rompa, se pudra, se llene de bichitos malos y convivan dentro de ti hasta la vida siguiente. Di que estás mal y lo entenderán. Di que no es tu mejor momento, que no quieres hablarlo, que simplemente no puedes. Lo que sea. Cualquier cosa salvo levantar la cabeza y hacer lo imposible porque el dolor se quede dentro. ¿Saben? Cuando alguien se acerca y me pregunta a qué sabe creo que sabe la tristeza yo siempre contesto que sabe a sal ¿A qué si no? Todo el mundo ha saboreado una gota alguna que otra vez. Las lágrimas son saladas. Un poco de sal está bien, mucha pica y demasiada escuece tanto que te hace enfermar. De vez en cuando, el tarrito se llena y avisa anudándose en la traquea, por eso es importante que no crean que sus tarros son infinitos, no se mientan repitiéndose cuánto son capaces de aguantar. Aquí no gana el que guarda más sal. Se trata de echarlo fuera. De vomitar tristeza antes de autodestruirnos.

Hoy es sábado
Hoy tuve ganas de llorar
Hoy vacié mi tarrito
Hoy vomité sal


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