Mira a tu alrededor y observa. Tus amigos, tus compañeros de trabajo, aquella vecina... ¿Todo tan normal, ¿o no tan normal? Un poco más de abstracción de la realidad. ¿ Son quienes creen ser, o no son lo que parecen? ¿Viven según hablan o explican a los demás cómo quisieran vivir? ¿Cuántas personalidades esconden? ¿Te has fijado que mienten patológicamente aún sin necesitarlo?
El diagnóstico no es de esquizofrenia, pero puede que nos encontremos ante la hipocresía galopante que nos invade a todos bajo la serena máscara de la discreción. A veces, nos entretenemos en buscar razones a las conductas más o menos excéntricas y no astibamos a analizar con pausa nuestras actitudes, juicios o discursos. Nos cuesta entender que un hombre gaste sus noches, que creíamos colmadas de ternura, con mujeres que venden cuerpos y sonrisas entre copas de alquiler, y que después sea capaz de hablar de sentimientos recorriendo la geografía de su amada. No juzgo, sólo me cuesta entender. Tampoco comprendo a los que se llenan la boca de ideales y después aparcan las teorías de solidaridad como quien guarda el traje de dos temporadas que sabe jamás volverá a utilizar. Eso sí, en caja de cartón reciclado, con tapas de colores y repletos de bolas olorosas que el tiempo gasta en soledad. Y sonreímos. O por qué la revelación de la preferencia sexual de tal o cual famosa continúa llenando páginas de diarios y revistas, que polemizan sobre algo que carece de explicación, que por encima de declaraciones de principios de lesbianas y de homosexuales las personas son libres, no héroes o heroínas de lo oculto. A poco que profundices en la superficie, emerge victoriosa esa apolillada doble moral que encasilla a las ninfas en la categoría de patología. Los arquetipos se mezclan en un cóctel donde biología, deseo, conductivismo y promiscuidad producen una pócima difícil de digerir por una sociedad tan adicta a lo políticamente correcto.
Hay quien pasa por la vida de puntillas y hay quien se tira a pelo en la piscina. Pero por muchas razones que esgriman los carceleros de la moral, todos merecemos un poco de respeto. Incluso los que en el juego de la doble vida encuentran su esencia. Discutible, pero esencia.
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