Se había pasado la vida dejándose llevar por los sentimientos, disfrutando sin tregua de sus instintos, entregándose a todo lo que se le ofrecía con la alegría de quien ama y se ama. Cada mañana, cuando se miraba al espejo, se complacía ante lo que veía y se perdonaba cualquier error. Nunca se cuestionaba sus actos ni las consecuencias y su autoindulgencia era tal que estaba convencido de que su destino era regido por la magia de las estrellas. Cuando algo no le convenía, lo apartaba sin pensárselo dos veces, con la frialdad del que maneja y no se deja controlar. Su libertad no sabía de escrúpulos y solía decirse que la vida había que cogerla como venía. Seguro de sí mismo, invulnerable y fuerte, se rodeaba de gente de adulación fácil, y aunque él no lo sabía, la soledad se le había apoderado sigilosamente y deambula en la cima sin haber aprendido el verbo compartir.
Ella había hecho de su existencia una especie de baúl de siete llaves, aún sabiendo que éste podía convertirse en caja de Pandora. Sus verdaderos sentimientos andaban parapetados en risas y sus deseos en una discreción contenida donde no existía lugar para el placer. En el fondo escondía un hervidero de fantasías esperando el resorte que las construyera en realidad, pero ésta sólo se adivinaba monótona y repetida. No acababa de romper la crisálida y en su desesperación volvía a encerrarse en lo onírico. Muchos habían intentado despojarla de los misterios, pero nunca ella lo había permitido esperando siempre tiempos mejores. Un día, el destino quiso que su química y física se fusionaran y que ambos derrocharan sentimientos. El intuyó sus ganas de vivir y le trazó caminos de deseos e inquietudes. Ella se permitió descubrirle sensibilidades y así el aprendió a hablar de amor. Ambos creyeron que...
A estas alturas del relato, seguramente pensarás que hablando de sentimientos esta historia debe tener un final romántico. Pues no fue así. En algunas ocasiones la felicidad desborda y no sabemos asimilarla.
Después de los fuegos artificiales, ambos se perdieron en la sinrazón. El se asustó tanto de sus deseos que pensó equivocadamente que perdía su libertad, y huyó en silencio, sin explicaciones. Ella no entendió que alguien no cumpliera sus palabras, dudó de su sinceridad y la convirtió en cantos de sirena. Se refugió en la indiferencia y jamás volvieron a saber el uno del otro.
Con el tiempo intentaron comprender y perdonar sus debilidades, pero mientras tanto lloraron lágrimas del alma. El por lo que hubiera podido ser; ella por lo que no fue. Y en la impotencia solitaria que les acompañó hasta el resto de sus días supieron que sólo los milagros nacen en el corazón.
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