lunes, 28 de diciembre de 2009

Escribir por regla

Hoy no escribo en ordenador, sino a mano. Hoy no estoy sentada en mi habitación, sino en un jardín de un país lejano. Hoy estoy en el rato peor del día de mi regla; soy puro dolor de ovarios, útero inflamado...y la revista cierra. Todas las mujeres tenemos la regla montones de años. Unas no se enteran, pero la mayoría sabe de qué hablo. De que el cuerpo pida un estiramiento, un reposo, un respiro. El mundo no se para por un dolor de regla ni por un embarazo, ni por un síndrome premenstrual por gordo que sea. Así, las camareras y las ministras y las secretarias y las dependientas y las estudiantes y las maestras y las señoras de la limpieza y las amas de casa y las periodistas siguen dando el callo, forradas de analgésicos si les duele antes o durante la regla, o forradas de lo que sea si tienen depresión, retención de líquidos, tensión mamaria, nervios de punta y lágrima pronta en los días previos.

Hoy estoy convencida de que lo particularmente femenino condiciona lo que escribo, porque afecta a lo que siento. Se escribe desde tan adentro que todos los flujos internos deben estar en juego. Y no es sólo el ciclo menstrual lo que nos diferencia. Muchas mujeres necesitan imitar a los hombres porque ellos son su listón, su barra de medir lo bueno. Y se ponen de los nervios si alguien sospecha en ellas una tendencia femenina.

Muchos hombres, a la vez, pretenden que la literatura de las mujeres es inferior, precisamente, por sus matices propios, a la masculina. Pero hoy, que no puedo estirarme cuando más me duele, a mí no me la pegan. Que no nos digan, por favor, que la escritura no se altera.

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