Ser hombre hoy empieza a resultar difícil, por eso muchos lo aparentan. Avanzan por las calles del mundo con un suave movimiento de espalda y una sonrisa reversible, como esas chaquetas de cuero rígido que, al darles la vuelta, admiten que unos dedos se pierdan entre las mórbidas autopistas de pelo y “double-faz”.
Cierto es que continúan detentando el poder económico y político sin demasiada vocación para compartirlo con las mujeres, o que perciben mejores sueldos que sus compañeras, con igual capacitación profesional, por una mera cuestión de sexo que a ellos les vale como garantía, pero un profundo desasosiego habita en su espíritu: cada vez son menos aquéllos que se reconocen en las características que hasta hoy definían la masculinidad: dureza, agresividad, autoritarismo, competividad... valores que ya no ostentan en exclusividad pero que nadie se atreve a cuestionar como el “todo” esencial que distingue la hombría de casta del resto de las especies. Desde que las mujeres emprendieron la tarea de volver a definirse, de elegir la conformación de su propia feminidad, saltando los estereotipos impuestos, los hombres han debilitado su conciencia de clase y han sentido el deseo de afirmarse en sí mismos.
Compatibilizar las cremas hidratantes, las tareas domésticas y los campeonatos de boxeo implica, por lo menos, una complejidad de estilos; sobre todo cuando acecha de cerca el fantasma del ridículo históricamente tan apegado a sus sombras. Tras el derrumbe del ideal de macho, incoherente al igual que los fundamentalismos de todo tipo con la evolución de la humanidad, los hombres se han apresurado a ensayar nuevos lenguajes a fin de reorientar su otra identidad. Pero para emprender esta ardua empresa es imprescindible entender la masculinidad como un largo recorrido y no como un estigma impuesto por la sociedad. De ahí el error y sus consecuencias: la fobia viril hacia la homosexualidad, la lucha por alejarse de lo femenino y la misoginia.
En ocasiones nos interrogan: ¿Pero, cómo os gustan los hombres, a las mujeres? Poco avezadas a forjar un estereotipo excluyente, los deseamos humanos por encima de todo. Que buceen con más frecuencia por el océano (bravo o pacífico) de los sentimientos, que entiendan la galantería como una expresión de respeto en lugar de un repertorio de buenos modales, que a través de sus músculos expresen belleza y bienestar en lugar de fuerza, que no renuncien al fútbol, las motos o las películas “terminator” –si de verdad les placen- ni excluyan, por decreto, la posibilidad de disfrutar de la moda, de verbalizar la nostalgia o la pasión y de manifestar sus emociones verdaderas; sea ante un pastel de chocolate, una lluvia de primavera, un túnel a oscuras o ante el hallazgo de una nueva fórmula química entre su cuerpo y el nuestro. Se trata de su masculinidad, que sólo ellos pueden redefinir, con nosotras a su lado. Y encantadas, “of course”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario