Qué es la felicidad, sino la prolongación de un instante feliz? La frase salía medio susurrante de los labios de aquel soñador, anclado en la barra, que sorbía extasiado una margarita. Ella hacía como le escuchaba, pero se notaba que no. Bueno, lo notaban los demás, que a esa altura de la noche debían de hacer apuestas sobre cómo quedaría la disertación de la pareja desconocida, si aquel juego del escarceo terminaría deshojando la “margarita” para decidirse entre el sí o el no a ritmo de mariachi.
Había mucho humo, de ese que envuelve las ideas y las hace espesas, transcendentes y eleva a universal los pensamientos más simples. “Qué es la felicidad sino la prolongación de un instante feliz ?” Divagué para mis adentros que la felicidad es aquello que nos gustaría que durase siempre, aquellas cosas instantáneas que nos deben llevar a las perdurables. Los hombres y mujeres tenemos memoria de nuestros sentimientos y sensaciones y en consecuencia nos preparamos para que cualquier momento grato y efímero asuma categoría de eternidad. Y puesta ya en elucubraciones ¿qué es mejor, calidad o cantidad ?. La madurez lleva siempre a preferir la calidad, seguro. Es la diferencia entre la cadena montaje y la artesanía: a todos nos gustaría trabajar en piezas únicas. La cantidad es relativamente adolescente, de poca cosa, se disuelve en ella misma mientras que la calidad lleva mucho de nosotras. De pequeñas, la calidad se encuentra en los cuentos de hadas. Cuando eres mayor, en la propia existencia.
Entre el humo más denso, más embargador, las sensaciones, los sentimientos, las emociones, las situaciones me parecían cada vez más frágiles pero asombrosamente más definidas. “Es la inteligencia la que comprende los sentimientos, clarifica nuestras expectativas, resuelve nuestras necesidades, consigue que guiemos nuestras vidas no por los arrebatos emocionales, sino por la sabiduría del corazón. Sabiduría que por supuesto, hemos de aprender”. Pensé que la gracia de los sentimientos es, precisamente, las situaciones donde nos llevan. El descontrol del “ no sé qué me está pasando”. Cierto que no tenemos un manual de instrucciones para descubrirlo, pero aún así no podemos renunciar a vivirlos. Por eso es bueno conocer las cosas, para saber dónde no hemos de ir, pero también es bueno no saber dónde nos llevará el viento. Domesticar los sentimientos es ponerlos en una jaula. Los sentimientos son como aves libres, ellos nos conocen y nosotros los conocemos, y lo ideal es que cada día vuelvan a comer alpiste a la ventana de nuestra jaula.
Busqué a la pareja en la oscuridad para descubrir el final de su historia, pero la mirada me devolvió dos sillas vacías y dos restos de margaritas sobre la barra. El humo se había diluido y la atmósfera albergaba cierto aroma de expectativa. El juego de los sentimientos acababa de empezar.
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