Hay mujeres a las que no les gustan las mujeres. Bueno, ésta es una forma suave de expresarlo, pero no querrán que empiece este artículo escribiendo: Hay mujeres que odian a las mujeres. No es mi estilo.
Yo diría que hay mujeres que se sienten incómodas ante la presencia de otras mujeres. Recuerdo una obra de teatro, en la que aparecían dos señoras con sus respectivos en un cine, viendo una película de Sofía Loren. A los maridos, cada vez que aparecía Sofía, se les ponía cara de estar tocando el cielo y a aquellas dos señoras, de pelo permanentado y abrigo de pieles, se les torcía el morro y comenzaban a sacar defectos a la italiana: “Pobrecita, es tan ordinaria”; “Y tiene una pierna más larga que la otra, fíjate”; “En las escenas de amor se pone bizca”... Si bien este ejemplo responde al tópico de que las mujeres normales sienten envidia (cochina) hacia las damas espectaculares, hay algo de razón en que hay mujeres que sienten la belleza de otras como una agresión. Y no estoy hablando precisamente de señoras tradicionales como las dos que aparecían en la comedia, sino de mujeres de esta época de las que trabajan, son idependientes y, en alguna ocasión, hasta presume de feministas. Recuerdo a una que escribía en un periódico un reportaje en el que compadecía abiertamente a Catherine Deneuve. Se atrevía a preguntarle con una osadía que rozaba la ingenuidad: “Y usted ¿cómo lleva el paso de los años?, el deterioro físico, la pérdida de atractivo? Porque para usted será mucho más dramático que para cualquiera....”
Y la Deneuve, con esa belleza radiante que le ha dado el tiempo, le respondía que se sentía bien, tranquila, que salía con un hombre mucho más joven que ella. Que disfrutaba de la madurez.... Yo creo que de una manera oblicua le estaba diciendo : “No te preocupes, mujer, podré superarlo”.
En fin, estarán de acuerdo conmigo en que compadecerse de Catherine Deneuve roza con lo paranormal. Lo que ocurre es que hay mujeres a las que les gusta creer que la belleza tiene alguna pega consustancial, que las bellas suelen carecer de cerebro, de cultura y de sentido común.
Yo tengo una amiga de esas que les hablo, de esas que no soportan la proximidad de las mujeres. Y os preguntareis: ¿Y cómo es entonces amiga de usted? Tiene su explicación: yo no represento competencia para mi amiga. Es decir, que aunque nunca me lo ha dicho, se considera más guapa que yo. Mi amiga es muy potente, aunque normalmente se comporta como si careciera de atractivo porque es que, ya digo, se le sienta una mujer al lado y el aura se le llena de púas. Yo la he visto(es que tengo poderes paranormales, ya lo contaré en otra ocasión). El caso es que un día mi amiga y yo quedamos a comer con el que entonces era nuestro jefe, un cuarentón atractivo, pero no tanto como él creía. El cuarentón tenía un encanto añadido y es que, además de cuarentón, era ¡heterosexual! Las dos le mirábamos como se mira a un Tigre de Siberia (especie en extinción) y exclamábamos para nuestros adentros: “¿Es cierto lo que tengo ante mis ojos?”
Oh, Dios, la naturaleza nos depara en ocasiones rarezas como ésta. Bendita sea.
La comida transcurrió entre la cordialidad de aquel perfecto heterosexual y la guerra sorda que frente a él libraban aquellas dos mujeres (mi amiga y yo). Y la guerra no empezó por mi culpa, advierto, era mi amiga la que de pronto se había transformado en mi enemiga. Y es que por esas cosas raras de la vida, aquel HETE (permítanme que le añada una H al marciano) me miraba solamente a mí. Es que hay gente de gustos perversos. Era la primera vez en mi vida que me ocurría esto porque, lo juro, mi amiga es más guapa y más interesante que yo. Aquel pervertido me estaba poniendo en una situación límite porque yo notaba las púas del aura de mi amiga clavadas en mis costillas.
La sangre no llegó al río. Mi amiga y yo nos despedimos con un seco adiós y la cosa quedó así. Quedó así, entre otras razones, porque mi jefe era de esos de “hoy te miro, mañana ni te conozco”. A la semana mi amiga me llamó con un tono de amiga herida y me dijo: “Hay que ver el número que hiciste el otro día. Sólo te faltó abalanzarte sobre él allí mismo”.
El tiempo ha devuelto las aguas a su cauce porque, a fin de cuentas, ella sabe muy bien que yo no le llego a la suela del zapato. Pero, qué quieren que les diga, su odio me acercó ligeramente a lo que deben sentir a diario Christie Turlintong, Inés Sastre o Gwyneth Paltrow... Y eso es agradable
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