Ayer sin ir más lejos, durante un fast food de genuino sabor americano: ensalada en plástico, pollo en cartón y pepsi en lata, una amiga me preguntó si sé por qué escribo. Contesté las mentiras e incoherencias que acostumbro en estos casos y me escapé por el hueco de unos aros de cebolla que no estaban mal. Pero me quedé pensando que quizá debiera ser más amable otro día. Más amable y más valiente para decir lo que pienso.
Desde muy joven elegí la escritura como herramienta de construcción de un mundo propio de las ideas y como vehículo de comunicación para algunas de ellas. Toda mi vida, cuando he querido contar-contarme algo, lo he tenido que escribir. Quizá porque me resulta atractivo el ejercicio en sí y, aunque la habilidad en literatura no sea seguro de nada, siempre he sabido que, para escribir, yo la tenía y la tengo., Sin falsos pudores creo que dispongo de los gramos de talento necesarios para narrar temas centrales vistos desde la periferia.
No pertenezco al grupo de artistas famosos que, llenos de cansancio y de fe, ha emprendido en el dos mil el peregrinaje de regreso hacia la cuna de la humanidad y la cultura para meditar a lo pies de Buda. Pero sí siento, como ellos, una profunda nostalgia por la dulce voluptuosidad del ocio creador. Esa nostalgia me lleva de la mano a la escritura, generadora de emociones complejas y un placer poliédrico que exprimo, me agota y me serena.
Pero a veces lo hago por razones menos elevadas. También escribo porque....
Uno- detesto que la historia del hombre contada por sí mismo pretenda ser, todavía la historia de la humanidad.
Dos- El lenguaje no es inocente y me gusta dejarle las trampas al aire.
Tres- Vivo en una sociedad que intenta amoldarme para que aumente mis ambiciones y sea competitiva hasta cuando descanso.
Cuatro- No aguanto que nadie cuente mi visión de los hechos y estimule su misoginia a mi costa.
Cinco- Pretendo averiguar si puedo crecer deprisa, vivir despacio y ganarme la vida.
Seis- Quiero que me respeten la soledad sin necesidad de quedar aislada.
Siete- El cerebro adulto se vuelve conservador, se resiste al cambio y aun la llamada mente revolucionaria una vez que ha obtenido su éxito, también ofrece resistencia al cambio.
Ocho- La revolución misma se convierte en un interés creado y consciente o inconscientemente no permitimos que nada lo altere.
Nueve- Deseo introducir cambios en el centro de mí misma.
Diez- No quiero más mujeres aplastadas contra el hecho constatable de que las respuestas a los retos del futuro procedan de una compresión intelectual del pasado.
Once- No permito que este arraigado deseo de imposible seguridad me impida explorar mi auténtica naturaleza.
Doce- No quiero que fagocite el vacío ensimismado y descorazonador.
Trece- Cada persona, cada cerebro humano es único en el mundo. Y las palabras, la forma, la expresión varían de tiempo en tiempo y de una cultura a otra.
Catorce- Considero que la expresión de mi personalidad no es la pretensión de un lujo sino una premisa existencial, el aire que respiro, un capital del que no puedo prescindir.
Quince- Escribo para desarrollar mi creciente interés por los hombres y las mujeres que han sido dotados de la intensidad emocional y la capacidad intelectual suficiente para respetarse a sí mismos sin esconderse bajo las banderas.
Dieciséis- Me parece posible y necesario rentabilizar la lentitud y convertir el ocio en un arte.
Diecisiete- Me intoxica la insoportable contaminación acústica de la sociedad en la que vivo y reivindico mi derecho a curarme en silencio.
Dieciocho- Ando a la caza y captura del verdadero nombre de algunas cosas.
Diecinueve- La vida es dura y escribir me ayuda a vivirla con indulgencia.
Y si intento o me gustaría convertirlo en mi trabajo es porque quizás haya cierta salvación en el trabajo y me gusta imaginar cuando miro a mi hijo, cuando le toque, eligirá el suyo en libertad y será capaz de vivirlo con entusiasmo. Por amor a sí mismo y por dinero, por las buenas razones y por si acaso.
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